Egresado de la Academia destacado como uno de los nuevos rostros de la danza contemporánea

Egresado de la Academia destacado como uno de los nuevos rostros de la danza contemporánea

Articulo publicado en diario El Mercurio el 5 de septiembre 2014.

NUEVOS TALENTO: LAS NUEVAS ESTRELLAS DE LA DANZA CONTEMPORÁNEA

Foto:El Mercurio

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Si en los 2000 bailarines como José Vidal o Elizabeth Rodríguez marcaron la escena, hoy un puñado de artistas sub 35 busca crear un nuevo lenguaje: uno que aúne a la danza más tradicional con los ritmos urbanos, que acerque más público a las salas y que convierta este arte en algo más que la “prima” del teatro. Estos son los nuevos rostros que están marcando pauta, y que brillan en Chile y el extranjero.

Por Magdalena Andrade N.

Marcos Matus tiene 27 años, pero parece un adolescente. Tiene el cuerpo menudo, pero fibroso: un cuerpo de bailarín. Y cómo no, si baila desde niño; primero, en el grupo de diabladas de su iglesia, y ahora, como profesional egresado de la Academia de Humanismo Cristiano, donde hoy está la icónica escuela de danza Espiral. Dice que siempre le gustó expresarse con el cuerpo, y por eso, en “La noche obstinada” -que llevó a más de 3.500 personas al GAM-, si hay un personaje inolvidable es el suyo. “Es fabuloso, futurista en su percepción de la danza. Va a marcar la diferencia”, dice la bailarina Francisca Las Heras, coordinadora del área de Danza del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.

Quienes saben piensan algo parecido de Pablo Zamorano (27), egresado de la Universidad de Chile y nominado como Mejor Bailarín en los premios Altazor 2013. Además de haberse lucido en piezas como “Pies pa volar”, Pablo también crea sus propias coreografías, como “Deuda”. “Es un virtuoso”, dice de él Francisca Las Heras.

Marcos Matus y Pablo Zamorano son estrellas nacientes en el circuito de la danza contemporánea. Un arte que por años se ha considerado “prima” del teatro, con menor presencia en las carteleras, menor cantidad de salas para su difusión, menos público y un lenguaje que lucha día a día contra el prejuicio de ser solo para una audiencia especializada.

Eso, hasta ahora, porque hay bailarines que están buscando acercar la danza al público. Dos ejemplos: Claudio Puebla (35) y Enrique Faúndez (31). Los dos tienen un punto en común: ganaron un programa de talentos en televisión. Claudio lo hizo en “Rojo” versión 2004, y Enrique, en el reality “Fama” (2007). Pero sus comienzos fueron muy diferentes: mientras que Enrique ya tenía experiencia como bailarín antes de entrar al programa de Canal 13, gracias a su puesto como solista en el Bafochi, Claudio empezó a bailar a los 22 años, cuando, mientras trabajaba en un supermercado, se inscribió en un taller de jazz en Maipú.

“Claudio ha hecho una apuesta a través del street dance, algo que no hay mucho en Chile”, dice la crítica de danza Marietta Santi. Al hablar de apuesta se refiere a “Gasper Crew”, pieza de Claudio que este año llenó la sala en Matucana 100 y tuvo una temporada en el GAM y en el Teatro Municipal.

Para Enrique Faúndez, miembro del Ballet Nacional Chileno (Banch) y coreógrafo de proyectos independientes que mezclan danzas urbanas, Marietta también tiene buenas palabras: “Reúne las condiciones ideales: técnica, power interpretativo”.

Pero en esta lista no solo hay hombres. También hay figuras femeninas que llaman la atención por sus potentes interpretaciones. Está, por ejemplo, Betania González (32), bailarina de la Universidad de Chile que pertenece a la compañía Pies de papel, pero que trabaja principalmente como freelance. Hoy Betania está en escena en el GAM con “PopSong”, pieza creada y dirigida por el coreógrafo Thomas Bentin que reflexiona, a través del baile, sobre los roles de género. “Es una bailarina inteligente, versátil y sensible”, dice Marietta Santi.

También está Alexandra Mabes (30), quien hoy hace carrera fuera de Chile, en Austria, recorriendo Europa hasta fin de año con una compañía de ese país y presentándose en el festival de danza ImpulsTanz. “Es la única que ha llegado a un festival así como intérprete”, agrega Francisca Las Heras.

POR AMOR AL ARTE. Para ninguno ha sido fácil hacer carrera. Deben gestionar sus proyectos, buscar recursos, ser sus propios productores y también el sus amigos. Deben hacer clases, trabajar en cosas no relacionadas con la danza e incluso -aunque a muchos no les guste-, integrar muchas veces cuerpos de baile de televisión para tener un sueldo fijo.

“La televisión es un área dentro de la danza, pero a mí me gusta más reflexionar sobre lo que hago. El cuerpo en la televisión es un relleno”, dice Marcos Matus, quien nunca ha incursionado en TV. Claudio Puebla habla de este trabajo como “una danza fría”. Betania González trabajó un tiempo, pero dice que jamás lo volvería a hacer.

“En Chile los bailarines se mueven más por vocación. Son personas que no tienen formación de toda la vida como el bailarín clásico, pero hacen mucha investigación de lenguaje. Muchos de ellos se convierten en coreógrafos-bailarines. Y todo esto en un circuito acotado”, describe Javier Ibacache, director de programación y audiencias del GAM.

Y quienes destacan lo hacen no solo porque tienen un buen nivel artístico, sino porque han sido capaces de adaptarse a las -siempre precarias- circunstancias y encontrar su lugar en la escena. “Los espacios para bailar no sobran, pero hay. A veces terminamos bailando con hipotermia en un galpón con tierra. Y autogestionarse también es parte del entrenamiento”, dice Betania González, quien ocupa el Fondart como herramienta de financiamiento para sus obras.

Alexandra Mabes, quien hoy está en Austria, dice que además hay otro problema: no hay espacios para desarrollar el trabajo. “Tenemos problemas de infraestructura. Si existieran espacios de base, la autogestión no se haría tan difícil. Pero sin eso todo se vuelve precario, sobre todo si quieres trabajar con otro profesional que no sea de la danza -como un músico o un escenógrafo-; es terrible tener que pedirles su trabajo como un favor”.

También está el tema del público. Hoy, con una escena donde hay relativamente pocos escenarios -los más “conocidos” son GAM, Matucana 100, La vitrina, la sala Santa Elena, la de la U. Mayor-, una obra con una buena temporada puede hacer doce funciones, versus las hasta 28 que puede hacer una obra de teatro. Y lleva una media de 60 personas por función.

“Hacen falta más espectáculos de calidad. La gente dice: qué aburrido lo que vi, y eso depende de muchos factores”, dice Enrique Faúndez.

A LA CAZA DEL PÚBLICO. Marcos Matus reconoce, por ejemplo, que tanta investigación a veces termina convirtiendo los montajes en experiencias personales más que en un mensaje que le haga sentido a otro. Alexandra Mabes concuerda: la danza se ha hecho por tanto tiempo casi sin público, que ha comenzado a ser excluyente. Por eso, para todos el gran tema hoy es cómo crear nuevas audiencias. Para Betania González, hay que acabar con el prejuicio de los espectadores. “En el colegio nos enseñan comprensión de lectura, pero no hay entrenamiento de la percepción, de que no hay por qué entender todo desde el punto de vista de la lógica aristotélica”, dice.

En este acercamiento del público a la danza, trabajos como el de Claudio Puebla o el de Enrique Faúndez -que el 23 de octubre estrena su obra “Contra el tiempo” en el GAM- ayudan a acercar ambos mundos. “A los chilenos les gusta la sandía calada y todavía es difícil que la gente se atreva. Nos queda una larga tarea todavía”, dice Claudio Puebla. “Los bailarines contemporáneos están abriendo sus mentes hacia danzas más urbanas. Antes era: ellos son clásicos, ellos son contemporáneos, ellos son de la calle”, cree Enrique Faúndez.

Para Pablo Zamorano, la clave está en una palabra: educar: “Educar sobre la emoción. Educar sobre el cuerpo, sobre el arte, las sensaciones humanas. Educar sobre ese lugar de lo sensible, tan olvidado”.

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