El sonido del silencio
(*) Por José Bengoa
Columna publicada en Radio Bio Bio
El autor recomienda leer sus palabras escuchando la canción de Simon and Garfunkel “The sound of silence”
And in the naked light I saw / Ten thousand people, maybe more
People talking without speaking / People hearing without listening
People writing songs that voices never share / And no one dare
Disturb the sound of silence, «Fools –said I–, You do not know
silence like a cancer grows. / Simon and Garfunkel
La gran transformación recién comienza. Millones de personas en el mundo, por primera vez desde hace mucho tiempo, se han debido encerrar en sus casas y en sus breves departamentos. ¿Qué hacer en un mundo acostumbrado a ser una cultura “hacia afuera”?. Se acabó el “voy y vuelvo” de Nicanor Parra. En algunas partes, Lima por ejemplo, la cuarentena es custodiada por policías y militares. En Chile, paraíso del neoliberalismo consumidor, aún no cierran los supermercados, pero dicen que los van a cerrar pronto. Los bares ya cerraron y cada minuto hay menos posibilidades de salir del “hogar dulce hogar”. Me imagino que la televisión y la computadora (o el simple teléfono) permite escuchar y algo, un poco, hablar. Pero poco a poco se acaban los temas de conversación y hablar de la pandemia se transforma en pesadilla. Escuchar al Ministro de Salud es otra pandemia.
En estos años los ciudadanos se fueron transformando en consumidores, como todo el mundo sabe. ¿Qué ocurrirá si el consumir se va restringiendo cada vez más?. ¿Se perderá el sentido incluso de la vida?. Encerrados entre cuatro paredes, unas más grandes y otras más chicas, los antiguos clientes comenzarán a desesperarse y me temo que esa será la segunda pandemia. Una pandemia psíquica posiblemente, peleas familiares producto del encierro, depresiones violentas al no poder responder a la pregunta ¿y qué va a pasar?.
Podríamos decir además que una de las características violentas de esta pandemia es su carácter de clase. Alguien dirá que no respeta el virus a nadie. Pero al observar a los contaminados, el barrio alto de Santiago se lleva (hasta ahora) la mejor parte. Aún no se produce el afamado “chorreo”, pero se está de a poco contaminando a los barrios bajos, con las empleadas domésticas que van y vienen y sobre todo los obreros de la construcción que siguen trabajando en el mundo del Coronacuicus.
Suponemos que será un paréntesis de las movilizaciones sociales, la explosión social chilena, y muchas otras que después de que pase este momento amargo volverán los temas de fondo como si la muerte no fuera el más importante. Porque el coronavirus ha hecho casi desparecer los muertos, heridos, ciegos, y tantos otras y otros que, a pesar del individualismo sistémico, se dieron la mano, se sonrieron y cantaron a grito pelado que “El pueblo unido jamás iba a ser vencido”. Paradojas sin duda.
Hay culturas que tienen más recursos que otras por supuesto. Veíamos a la gente en los balcones de un barrio de Nápoles cantando a voz en cuello La Traviata. Una chica hacia la voz solista y desde los balcones le respondía el coro maravilloso, pero, ¿cuánto dura? Los primeros días del encierro obligado pueden ser hermosos, es lo que nunca había ocurrido. Se forman comunidades virtuales que conversan, se pasan noticias falsas, se asustan mutuamente, hasta que llegue el pánico. Se murió alguien conocido, del vecindario, !Ay, Dios mío!.
Por cierto que me surgen las teorías conspirativas. ¿será que todo esto es un gran invento monstruoso de un Doctor Insólito como el que interpretaba Peter Sellers?. Nadie lo sabrá próximamente. Estas cosas se abren después de muchos años y por cierto que los resultados permiten especular muchísimo. No cabe mucha duda de que, en ciertos ámbitos del poder, hay sonrisas irónicas: “nadie sabe para quien trabaja”, dirán. Todo el mundo en su casa y la Plaza de la Dignidad vacía.
Y si en medio del silencio aburrido, usted pone la antigua radio Beethoven, comprada vilmente por un grupo fundamentalista, escuchará las trompetas del apocalipsis, sonando a todo volumen. Podrá escuchar la canción “Los sonidos del silencio” de Simon y Garfunkel en una versión bastarda. Se tentó al poder de Dios, se legisló con la mano del diablo en el aborto, matrimonio entre hombres o mujeres del mismo sexo y se insultó al poder establecido. Jehová reaccionó como lo hizo en el Antiguo Testamento liberando la sequía más grande de los últimos años, el desorden generalizado, la moral hecha pedazos, y la peste. Todas las plagas de Egipto llegan de una sola vez. Cuidado, chilenos, que viene un terremoto para terminar con este mundo pecador. Lo que queda es convertirse.
Los temores son muchos. ¿Qué estarán pensando hacer los que observan a todo el mundo en sus casas y ven en este silencio una “oportunidad”?. Naomi Klein sigue teniendo razón en el sentido que frente a las catástrofes la mayoría llora, unos cuantos se ayudan solidariamente y otros, no pocos, se “aprovechan del pánico“. ¿Qué estarán pensando los ladrones de cuello y corbata?. ¿Qué empresas, casas, edificios y bienes se comprarán a huevo? y los sin cuello ni corbata, verán posiblemente oportunidades en los barrios en que se concentra el coronacuicus y el dinero.
El silencio puede ser otra peste o puede ser maravilloso. Nadie sabe lo que de allí saldrá. En el silencio, a veces se puede escuchar. En el bullicio no. Una vez que las personas se cansen de ver al Ministro de Salud en la televisión, que no le crean nada al Presidente de la República, que el susto se vaya pasando, que se cansen de conversar por teléfono, que la bulla vaya cediendo, quizás. Puede ser un mal pensamiento, pero quizá se producirá algo diferente. No solo en nuestro país, sino en el mundo alguien o varios podrán reflexionar sobre la fragilidad del sistema. Otros podrán pensar en que el estado debe ser mucho más activo y fuerte. Alguno considerará que Sanders tiene razón al decir lo desprotegido que están millones de ciudadanos estadounidenses y ojalá que salga un iluminado que diga que hay que hacer un Nuevo Trato (New Deal).
Escuchar los sonidos del silencio será un difícil aprendizaje. No pocos /as querrán seguir con la bulla desde sus casas a través de métodos virtuales. En fin, no se contentarán con el bullicio propio de sus cabezas cuando no hay muchas alternativas, por lo que se recomienda hacer un alto, callarse un rato, mirar por la ventana. Quizás, así, se nos ocurra alguna buena idea. Si es que.
El silencio puede ser terrible, pero puede ser hermoso su sonido. Capaz que desde quienes pueden oír, pero no escuchar, ver pero no mirar en medio de este enorme silencio de los aeropuertos, de las calles, bares y restoranes, surja algo más que miedo. Y como dice la canción: las profecías están escritas en las paredes del Metro. Ahí quedarán hasta nuevo aviso.
(*) Historiador, licenciado en filosofía y profesor de la Escuela de Antropología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.