El "tsunami social" chileno.
Era previsible. Se podía sospechar. Había antecedentes de que algo se estaba acumulando. El descontento estaba en sordina…pero nadie, objetivamente informado, se habría atrevido a vaticinar la dinámica y el impacto que la movilización estudiantil desataría en definitiva.
Los partidos políticos de la Concertación estaban demasiado acostumbrados a la estrategia de contener el movimiento social mediante “mesas de negociación” y “acuerdos” cupulares, muchos de los cuales escasamente se cumplieron. La derecha siendo oposición antes y gobierno ahora, apostó exitosamente a la tarea de chantajear al sistema político con el veto parlamentario y contener y sólo facilitar aquello que no representase grandes dramas para sus intereses fundamentales.
Así, Gobierno, partidos y Parlamento continuaron su zaga, asumiendo como dado el que la sociedad chilena continuaría siendo pasiva. El problema es que nadie reparó de manera suficiente en que los efectos del modelo económico lenta e inevitablemente irían minando la paciencia de miles de familias pobres y de clases medias asalariadas.
La política de subsidios, principalmente focalizada en los más pobres, con resultados importantes, finalmente no sería suficiente. El drama de las llamadas “casas Copeva”, hoy convertidas en un ignominioso cementerio de edificios y casas mal construidas, dejó entender a los chilenos más pobres que ellos no tendrían acceso a viviendas de calidad. Lo mismo en hospitales públicos y en colegios municipalizados. Para los pobres y las clases medias asalariadas la vida sería igualmente dura en un Chile dividido entre un Manhattan y zonas de gran pobreza y deterioro estructural. La Gran Vía sur de Santiago pasa por debajo de La Pintana, quizás, como una manera de que los modernos vehículos que por ahí transitan hacia la zona pudiente de la capital no sean objeto de desbandes sociales.
Gran parte de Chile fue cambiando, es verdad. Esto se notó en el consumo, en el aumento de un cierto índice de acceso a bienes diversos, pero eso fue posible también ante un gran proceso de endeudamiento familiar. Ahí entraron las tarjetas de grandes casas comerciales, las ofertas de los bancos. Una persona podía poseer varias tarjetas que le “facilitaban” la vida….Los bancos y las entidades que prestan dinero se han enriquecido de manera notable a costa de la ilusión de millones de chilenos. Así y todo, este abierto consumismo generó cambios culturales. Surgió lo que se llama una “sociedad aspiracional”.
Esto no fue visto adecuadamente por la Concertación y las políticas públicas siguieron en lo suyo. La Educación mostró su primera gran crisis de descontento en el 2006 con el movimiento de los pingüinos. El Gobierno, los partidos y el Parlamento respondieron con una estrategia neutralizadora: comisiones de Estado, acuerdos cupulares y la escena final con ministros de Estado y líderes de la oposición y del oficialismo levantando sus manos en La Moneda, en señal de victoria. Al día siguiente la vida continuó más o menos igual.
Hoy lo sabemos mejor: las familias chilenas y sus hijos se cansaron de soportar la inequidad del sistema político, social y económico. Estamos conociendo el trasfondo de un drama imposible de seguir aceptando: los jóvenes de hoy, que estudian en Universidades, hipotecan su vida con deudas fantásticas e inaceptables moralmente. Los niños de colegios municipales saben que no tendrán un mejor destino pues su educación es de mala calidad. Los enfermos, con dificultad encontrarán soluciones a tiempo en el sistema público de salud. El transporte es cada día más caro.
No se trabaja para vivir. Se vive para trabajar y así y todo, la vida no sonríe y cada día, año a año, se hace difícil soportar el drama de que, con lo que se gana no alcanza para satisfacer las necesidades mínimas. Entonces, este no es el Chile que deseamos. Y todo lo que se haya realizado bien antes, no es suficiente si no hubo voluntad de atacar lo esencial de la pobreza social, política y cultural del país: el modelo desarrollo.
Los estudiantes iniciaron un movimiento. Al principio todo indicaba que esto sería un asunto de pocos días y que terminaría en alguna “mesa de diálogo”. Las nuevas generaciones de dirigentes juveniles, sin embargo, reaccionaron con justa intransigencia ante los llamados. Políticos avezados y acostumbrados al oportunismo chocaron contra la muralla de dirigentes que han sido capaces de decir que el camino no será el de acuerdos cupulares sino el de cambios estructurales. Y la marea comenzó a subir inconteniblemente.
Hoy es un tsunami social que tiene desconcertado a los concertados, asustados al oficialismo, descoordinado al Gobierno y movilizada a una sociedad que en forma creciente está diciendo basta. En consecuencia lo que viene es un cambio de paradigmas necesario e inevitable.
Domingo Namuncura
Profesor de DDHH
Escuela de Trabajo Social