El último viernes de Juan Forn
(*) Por Pablo Lacroix
Conocí a Juan Forn cuando estudiaba Literatura, en los pasillos de la universidad. Lo conocí gracias a un amigo, un estudiante de quinto año y ayudante de una asignatura difícil, que me prestó una fotocopia de Nadar de noche. Recuerdo que ese libro me voló la cabeza. En ese tiempo cursaba tercer año y pasaba en la biblioteca. No como años anteriores, que fui un pésimo estudiante. Recuerdo que ese día leí todos sus cuentos y decidí fotocopiar la fotocopia de mi amigo/ayudante. Necesitaba rayar, comentar en los márgenes, colorear fragmentos magistrales, garabatear, dibujar, escribir sobre algunos personajes, escribir sobre su estilo, en fin, necesitaba conversar con él. Con el paso de los años leí sus novelas, seguí su escritura en prensa e investigué sobre su oficio: no solo escribía. Fue traductor, editor, columnista —o algo parecido—, impulsor de nuevos escritores (Mariana Enríquez, por ejemplo), y dirigió colecciones en editoriales como Emecé, Tusquets y Planeta. Una vida dedicada a la escritura y la agitación del lenguaje.
Este domingo Juan Forn nos dejó a los 61 años luego de sufrir un infarto y leo en la pantalla como la sociedad literaria le rinde homenaje, como vive el luto, o simplemente como lo extraña y le duele su ausencia. Es innegable pensar en lo fugaz de todo. Ese mismo día, imagino, varios y varias leían sus libros, otres, en cambio, recién lo empezaban a conocer, y ese mismo día también dejó de estar acá. Así es la vida, a veces, o como leí en un tuit que subió mi amigo @turrintes, «¡Oh, Señor, deja que algo dure!», epígrafe de Yeats, que usó Forn para El vértigo Horizontal.
Recuerdo que días atrás, para mi curso de Gestión Editorial, pensé en un libro de Forn, Yo recordaré por ustedes, publicado en Chile por Laurel. Lo pensé porque me encontraba en la búsqueda de ejemplos para mi clase sobre diseño de cubiertas. Pensé en esa tapa rodeada de nubecitas, dibujadas por ese puntillismo tan bello y sutil que me regresa a ese mundo de pixeles que viví cuando niño al jugar en la Nintendo. Pensé también en ese fondo celeste/cielo, en el subrayado del título, en su nombre al medio de la cubierta, y me imaginaba a Forn como una nube más, como una idea más en ese espacio celeste, y que desde arriba, o desde esa altura, parecía una voz que nos envía esas columnas o esos documentos biográficos —y no tanto— que publicó los viernes en la contratapa de Página/12. Sé que esta percepción es totalmente subjetiva, pero esa es la gracia del diseño de cubiertas, que el lector se sumerja en un campo inagotable de subjetividades y sensaciones. Ahora, pienso, no solo le diré a mis estudiantes lo que veo o siento con esa portada, les diré también que lean a Juan Forn, porque hace pocos días se transformó en una nube, en una idea y una imagen que rondará nuestra cultura, y que necesita ser leída.
Forn es un tótem dentro del continente latinoamericano que, para mi gusto, refleja espectacularmente esa fusión entre literatura y periodismo, o esa escritura híbrida, en tensión, inubicable. Eso me significa Juan Forn, una voz que atraviesa límites y lenguajes, y se queda ahí, en el punto medio. Un ejemplo de ello es La tierra elegida, un conjunto notable de crónicas/ensayos —o algo parecido—, que juega entre la literatura, el periodismo, la ficción y la no ficción. Cómo olvidar el primer escrito de ese libro, Voces en el jardín, donde dialoga con los heterónimos y las diversas identidades de Pessoa. Fascinante.
Esos días también pensé en la reseña de Yo recordaré por ustedes que publicó Laurel en su página web, «imagina que un gran narrador te cuente el pasado de esa isla llamada siglo veinte». Porque eso significa Forn, un gran narrador, de esos que te cuentan historias tan suyas como ajenas. Porque imagino a Forn como una marejada que habita y se conecta con un mar repleto de corrientes, algunas que suavizan las olas, otras que las alteran, del mismo modo como se movió en los oficios y terrenos de la escritura, y los espacios multidisciplinarios que significa militar en la industria del libro. Ningún hombre es una isla, es otro de los títulos del autor argentino, una obra notable, una biblioteca secreta que reúne eventos, pasajes, casos históricos y literarios bajo un tono personal.
Es hermoso leer lo que escribió Mariana Enríquez en Página/12, cuando comenta que Forn vio algo en ella y decidió él hacerse cargo de su primera publicación. Comenta que Forn le quitó la novela a Jorge Lenata, otro editor de Planeta. Es hermoso también leer la importancia que le dio Enríquez a cada reunión con su editor. Nerviosa, probablemente fatigada, imagino que mucho, no se dejó amedrentar por la agorafobia que vivía en esos años y se quedó en las reuniones con su editor. Cuenta además que su familia la observaba en un auto, muy cerca, en caso de que sufriera una crisis. Lo único que importaba era escuchar sus palabras, escuchar las correcciones, escuchar a Forn y luego publicar su primera novela. Porque sí, Forn fue un excelente editor, sus antecedentes lo validan. Publicó las primeras obras de Fresán, Camila Sosa, la ya nombrada Enríquez, entre otres. Las colecciones donde fue responsable cuentan con autores como Aira, Fogwill, Tomás Eloy Martínez, Matilde Sánchez, Piglia, Pauls, y un largo etc. Fue un sujeto dedicado, riguroso, fiel a su oficio, crítico, lector voraz hasta el final de sus días. Que supo leer el mercado y que cambió la mirada sobre la literatura argentina en el mundo hispanohablante. «Juan estará en mi galería de fantasmas personales y cercanos», escribió la narradora argentina, y pienso que el fantasma de Juan rondará la galería de muchos.
El 18 de junio de 2021 Juan Forn escribió el último viernes, titulado Homero en los Balcanes. En el documento reflexiona sobre la Cuestión homérica, sobre la vida de Milman Parry, filólogo estadounidense, y sobre su muerte, absurda y repentina. Parry murió a los 32 años, en un hotel en Los Ángeles. Su esposa lo encontró en el piso de la habitación, con un balazo en el pecho. El informe policial revela que el arma, que pertenecía al propio Parry, se disparó accidentalmente cuando este abría su maleta para sacar de ahí su ropa. La escopeta también estaba en la maleta, por lo que cada prenda expulsada aumentó la posibilidad del disparo. Lo interesante de esta nota es que tanto en la Cuestión Homérica, como en la muerte de Parry, se han construido mitos que intentan reformular la realidad, otorgarle una carga especial, una nueva categoría o un sentido renovado. Como escribió Forn, «el informe policial (“clásica fatalidad de científico distraído”) sonaba tan absurdo que había que encontrar algo fatídico, algo trágico en esa muerte, que estuviera a la épica altura de la vida de Parry». Pero a veces las cosas son más imples, ordinarias, o simplemente naturales. En muchas ocasiones la vida nos golpea y nos recuerda lo inestable de nuestros días, lo cambiante que puede ser todo, como despertar un domingo, tarde, y leer en redes sociales que Juan Forn murió de un infarto. Una partida bestial, como escribió Enríquez.
Los viernes de Juan Forn se pueden visitar en la web de Página/12, están ahí, libres y dispuestos a la lectura de cualquiera. También se encuentran en su formato físico, en cuatro tomos más una autopsia, como nombró Forn a su biografía. O en el libro publicado por Laurel, ese que nombré en párrafos anteriores. Los viernes de Forn son parte de esos textos periodísticos que disfruto por su plasticidad y cruce de géneros. En numerosas ocasiones no sabía con certeza qué estaba leyendo, o un cuento o una columna, y eso me entretuvo, mucho. Conocí a Forn en la universidad, por medio de una fotocopia, y estoy seguro de que ahora lo conoceré mucho más, cuando lea su obra nuevamente, en especial cuando comparta su escritura con mis estudiantes del presente, y por supuesto, con mis estudiantes del futuro. Que este escrito sirva de homenaje, pero también de incentivo para esos lectores que aún no cuentan con la grata experiencia de leer a Juan Forn, y obvio, para aquellos que ya lo leyeron y que lo seguirán leyendo.
(*) Académico Licenciatura en Lengua y Literatura UAHC