Elecciones, desafecciones y movilizaciones
Los resultados electorales del 17 de noviembre pasado dejaron lecciones y despejaron algunas dudas importantes sobre el próximo desarrollo del sistema político chileno.
En primer lugar, más allá del 50% de votos que se repartieron los nueve candidatos y de los cuales ya hemos escuchado bastante, existe otro 50% de la población que se abstiene de votar, acrecentando los niveles de desafección política en las elecciones para presidente desde el fin de la dictadura, y donde todo indica que dicho porcentaje aumentará en la segunda vuelta. Estos datos muestran que si se considera el total del universo en condiciones de votar, la candidata de la Nueva Mayoría no sobrepasa el 25% real de apoyo electoral. Algunos plantean que en dichas cifras no existen problemas de legitimidad e incluso señalan a modo de ejemplo niveles de votación más bajos en países donde la democracia es más consolidada, aún cuando no plantean en que en esos mismos lugares la sociedad civil tiene, más allá del voto, otros canales y mejores accesos de participación e incidencia en el sistema. Esta desafección tiene un lado conductual que se manifiesta en las cifras, y otra de carácter actitudinal, que se traduce en una desconfianza y rechazo a las instituciones, una evaluación negativa del régimen e incluso, un desapego a los valores que sustentan esta democracia.
Sin duda alguna, variables de carácter técnico son también de importancia a la hora de explicar la no participación electoral en el proceso, es decir, que quienes estando habilitados para votar no lo hacen porque existe una condición o situación “externa” que les impide hacerlo, lo cual nos lleva a plantearnos la necesidad de mejorar dichas condiciones y tomar decisiones que se conviertan en un incentivo para la participación. Ejemplos de estos se han planteado varios en estos días, como la gratuidad del transporte público para ese día, o facilitar mecanismos a través de los cuales los votantes puedan sufragar, o bien extender el periodo de votación para que incluso los chilenos residentes en el extranjero puedan participar sin mayores trabas, e incluso derechamente volver a un régimen de voto obligatorio. Por cierto, que esos mecanismos hoy no existen y también serían una buena respuesta al fenómeno.
Entre aquellos que se marginaron de esta primera etapa del proceso, un grueso número son aquellos que se encuentran entre el rango etario de los 18 y 29 años, y las elecciones evidenciaron lo que ya todos saben: los jóvenes no votan, ellos protestan, algunos no pueden legalmente votar y ejercen presión desde otras esferas (la ACES hizo lo propio el mismo día de la elección), la calle es su espacio, en la Alameda y el parque se encuentran e interpelan al sistema político. Buscan un espacio público y este no lo encuentran necesariamente en la convergencia de las urnas. Ellos son de movimientos, colectivos, agrupaciones y todo tipo de organizaciones que buscan desafiar a las instituciones, el régimen e incluso los valores de la democracia liberal representativa, que es en la que vivimos. Es verdad que aquí existe una desafección conductual, no se asume el derecho y existe retraimiento de la acción, pero también existe desafección actitudinal y esa es la más compleja, porque es un proceso más largo y difícil de transformar, ya que implica la promoción de valores. Por lo menos eso quedó claro, que pese a una oferta política de nueve candidatos, aquellos que en el discurso apuntaban a una visión de mayor transformación (considerando las candidaturas de Sfeir, Miranda y Claude), solo se empinaron en conjunto a poco más de un 6% de quienes decidieron ir a votar, y los anhelos por motivar e incentivar la participación de los jóvenes en este proceso, solo quedaron en eso, en anhelos. Eso debe quedar claro, el problema es de actitudes frente a este sistema y para ello se requiere un proceso de formación ciudadana que apunte a la promoción y desarrollo de valores asociados a la participación política y una nueva democracia que sea capaz de interpretar a una nueva ciudadanía.
Por otra parte, también es importante considerar el 8% que obtiene la opción AC en el recuento, lo que manifiesta una intención de transformación, considerando toda la promoción mediática negativa y la enorme confusión sobre la validez o no de los votos. Quienes participaron en las últimas elecciones, no son una nueva ciudadanía, es la misma que participa desde el año 1988, y sin duda, que para un votante tradicional marcar la opción AC era todo un desafío, que era transgredir la barrera de la pulcritud y sacralidad del acto mismo de sufragar, así como también un gran incentivo para deliberar sobre nuestro futuro, lógica que también constituye un aprendizaje, un cambio de actitudes, que incluya la participación como mecanismo de incidencia y transformación, y donde nuevamente apelamos a un proceso de formación ciudadana que reconstruya la cultura política participante que destruyo la dictadura y el modelo económico. Ese 8% que aún sigue siendo bajo es tremendamente significativo en un contexto de voto tradicional, porque demuestra que parte de las demandas realizadas desde la calle lograron trasladarse hacia la participación institucional.
Por último, es necesario incorporar otro punto, y esto a modo de pregunta que podemos seguir debatiendo: ¿Cuánto de los movimientos sociales desarrollados desde al año 2011, se reflejó en los resultados electorales? Pueden existir algunas respuestas. Primero, los más optimistas dirán que existe una fuerte correlación ya que la mayoría de las demandas están reflejadas en el programa de la Nueva Mayoría, donde Camila Vallejo y Karol Cariola serían el mejor ejemplo. Segundo, evidentemente que la llegada al Congreso de otros líderes sociales como Ivan Fuentes, Giorgio Jackson y Gabriel Boric, también puede demostrar cierta correlación con bases que apuntan a una transformación y ven en estos dicha esperanza. No obstante, existe una tercera respuesta, y es que la correlación entre la movilización social y el resultado electoral, es más bien de carácter negativo, es decir, que en un país de alta movilización social que se expresa en un rechazo al sistema político, este se manifestó con fuerza en ese gran porcentaje de abstención, que manifiesta desafección actitudinal y que se mantendrá movilizado y expectante del curso que tome el sistema y de las decisiones que tomen las nuevas autoridades. Por ahora, eso aún no lo sabemos con certeza y habrá que esperar que rumbos toman los movimientos sociales, pero sin duda, que tendrá que llegar el momento en que la correlación entre participación electoral y movimientos sociales sea más positiva, y para ello es necesario recomponer el vínculo que se sustente en valores para una mayor y más efectiva participación. Al menos, creo que ese 8% de la marca AC es el más significativo de todos.
*Docente Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales U. Academia de Humanismo Cristiano.
Artículo publicado en El Quinto Poder