En conferencia sobre ser joven en escenarios precarios_Dr. Alfredo Nateras: “El barrio es el primer escenario donde ocurre el “juventicidio” perpetrado por el Estado”
El Dr. Alfredo Nateras de la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, México, conferencista invitado de la Escuela de Sociología, ha definido como un “juventicidio” las maneras en que se entienden las metodologías institucionales actuales para lidiar con los jóvenes infractores de ley, pero también con otras manifestaciones recientes. El académico mexicano tiene una extensa carrera detrás en la que se ha especializado en el trabajo cercano con pandillas tales como las maras Salvatrucha y la 18.
En su conferencia “Performatividades juveniles y violencias en escenarios de precarización e incertidumbre”, el maestro en ciencias antropológicas propone nuevos andamiajes para comprender el fenómeno y plantear soluciones y diálogos desde la academia y las políticas públicas, pero también desde el entramado social en que nacen estos grupos. “La precariedad es el espectro material que define a estas comunidades y el déficit del capital social y cultural marca estos contextos en toda Latinoamérica. Esas deficiencias también son afectivas y algo de esa evidencia era la que sostenía manifestaciones populares como la de los jóvenes emos donde los cortes y laceraciones eran parte de esa cultura”, sostiene Nateras.
Esa evidencia la exhibe como una larga galería de fotografías de tribus urbanas y pandillas en las que se ha sumergido a través de la fotoetnografía como trabajo de campo y parte de una teoría que bebe de la psicología social y la antropología, dice. En El Salvador, Honduras, Guatemala y México, el académico ha acreditado cómo casi un tercio de la población son jóvenes menores de 21 años con una gran carga simbólica que a veces escapa a la teoría y que exige un registro fotográfico como parte de la investigación
“Son los jóvenes quienes tiene mayor sensibilidad para denotar las limitaciones y falencias contradicciones del sistema de valores y la sociedad. Creo que hay que poner atención a los contextos en la investigación y no quiero decir con esto que haya que regresar a discursos estructuralistas de las ciencias sociales tradicionales y sus determinismos sobre el destino de los jóvenes pobres marcado desde la infancia y la pobreza. Estas anomias ya han sido, durante mucho tiempo, reproducciones sociales y criminales propias de las ciencias sociales”, sostiene.
El sueño de la familia propia
Sin embargo, reconoce que no existen posibilidades de desarrollo educativo, social ni laboral si persiste la noción de escuela o trabajo precario como hasta hoy. A esto se suma, dice, el total descrédito de los jóvenes con la clase política y los partidos que han llegado a convertirse en verdaderas franquicias. “Los jóvenes tampoco quieren formar familias porque el universo simbólico del papá, la mamá presentes, el cuidado de los hijos y la posibilidad de formar un hogar se han convertido en un artificio pasado de moda. Ante este escenario que suma violencia y falta de oportunidades aparece la opción de formar parte de pandillas. Una oportunidad de pertenencia, una respuesta momentánea a esa decepción total que hace del crimen organizado una posibilidad de obtener una familia e ingresos aquí y ahora”, explica ”, señala el autor de “Vivo por mi madre y muero por mi barrio. Significados de la violencia y la muerte en el Barrio 18 y la mara Salvatrucha” y “Culturas e identidades juveniles: narrativas estudiantiles”, entre otras obras.
-Cuando habla de emos, pokemones y otras tribus urbanas de la década pasada, ¿Cómo cree que han evolucionados esos mismos grupos 10 años después?
-Los grupos de pertenencia en general siempre mutan muy identitariamente y en ese tenor hay mucha continuidad y agrupamiento en algunos de ellos. El matiz o la característica es que aunque la situación está muy comprometida por la violencia en algunas de las sociedades de Latinoamérica. En muchas de ellas, hay de una manera transversal, prácticas de interpelación y resistencia popular para reaprovechar los espacios comunes, recuperar los barrios, darles nueva vida, reutilizar las canchas de deportes que eran “propiedad” de los narcos. Hay una tendencia a recuperar el tejido social, pero retejido desde lo colectivo por parte de quienes alguna vez fueron parete de estas tribus urbanas.
-La idea del “juventicidio” que usted plantea, ¿Qué similitudes tiene en uno y otro extremo de América Latina?
–Creo que curiosamente este fenómeno social es funcional a los estados que realizan el “juventicidio” y que es responsable – en mi país- del 88% de los crímenes porque el 12% restante es obra de las maras. El espacio público, el barrio es el primer escenario donde ocurre este “juventicidio” perpetrado por el Estado. En toda la región la criminalización de los jóvenes se acentúa en los cholos, los pobres y las minorías marcadas por la clase social según el hábitat. “Por portación de rostro” como canta el argentino La Mona Jiménez. La muerte artera por la condición social de ser joven es el principal motivo de esta vulneración ante una juventud que se queda sin futuro ni presente.