En memoria del Cardenal Silva Henríquez a 22 años de su muerte_La vocación universitaria
En un nuevo aniversario del fallecimiento del Cardenal del Pueblo, compartimos un extracto de la intervención del Cardenal Raúl Silva Henríquez ante el Claustro Pleno de la Universidad Católica de Chile. En esta alocución, el fundador de nuestra casa de estudios renueva sus votos con su compromiso con los más necesitados y la educación como herramienta liberadora: “Todos podemos estar de acuerdo en considerar a las universidades como servidoras de la cultura de los pueblos”, plantea.
Claustro Pleno de la Universidad Católica de Chile, 3 de mayo de 1971
Sabemos que la idea de “Universidad” se encuentra hoy día en todo el mundo sometida a una seria revisión, y que, entre nosotros, en los últimos años, han sido muchos los esfuerzos para conducir a su clarificación. Sin entrar en los detalles del debate, creo que todos podemos estar de acuerdo en considerar a las universidades como servidoras de la cultura de los pueblos. Es este “servicio cultural’’ el que constituye como el alma de su vocación. Una Universidad debe ser un lugar donde se elabore y se irradie cultura, tomando esta palabra en el más universal, pero también en el más pleno y vital de sus sentidos. Sin esa preocupación por una apertura a la totalidad de los problemas del hombre, no puede hablarse de autentica labor de Universidad.
Pero, por otro lado, si es cierto que la cultura es necesariamente universal, no menos cierto es que cada Universidad debe prestar su servicio propio en un pueblo, en un ambiente social y cultural determinado; es, por lo mismo, en primer lugar, la cultura de ese pueblo la que debe elaborar y es para ese pueblo que debe prestar su servicio de irradiación.
Una Universidad no puede cumplir su tarea prescindiendo del desarrollo histórico concreto del país en cuya vida se inserta. No puede pretender hacerlo ni tampoco podría nunca lograrlo: en la medida en que sus profesores y alumnos están condicionados en su pensamiento -en sus inquietudes y en su planteamiento de los problemas- por el proceso social en medio del cual viven, necesariamente será́, en primer lugar a partir de él y también para él, que reflexionarán y trabajarán. El desarrollo histórico y las necesidades concretas del pueblo al que sirve condicionan y orientan a la Universidad en su tarea, en la medida en que le señalan aquellos problemas más urgentes para los cuales se espera de ella iluminación y respuesta.
Más aún, este servicio a la comunidad histórica concreta, de la cual la Universidad nace, es fundamento de su unidad, exigencia que permanentemente estimula la coordinación de sus múltiples quehaceres, todos ellos tan atrayentes y útiles que, de no mediar la necesidad de hacerlos confluir en esta res- puesta a las necesidades vitales de un pueblo, correrían peligro de permanecer parcializados. Sin contacto estrecho con la vicia del país, carecería también la Universidad de los estímulos que más eficazmente aguijonean su trabajo y su búsqueda y terminaría por languidecer en un abstracto girar en torno a ideas desencarnadas. Su servicio no sería lúcido ni eficaz, porque no sabría concretamente ni a quién ni para qué está sirviendo.
Sin embargo, es esta misma voluntad de eficacia lúcida la que obliga a esa Universidad, abierta a dejarse orientar y estimular por los problemas y urgencias del país, a recordar que su vocación propia le exige ser ella la que principalmente oriente y estimule la evolución cultural del pueblo al que sirve. La Universidad representa, en el conjunto de la vida nacional, lo que la inteligencia dentro del organismo humano. Es evidente que el hombre no vive para pensar, sino que piensa para vivir mejor, más humanamente. Por ello es normal que lo que haga objeto de su reflexión intelectual sean los problemas reales que constituyen su existencia concreta. Pero si bien es su vida real de cada día la que estimula y orienta sus esfuerzos de reflexión, es evidente que el sentido más hondo de éstos es el de hacer que termine siendo la razón la que estimule y oriente el conjunto de su vida. Es la vida la que señala las prioridades de urgencia, pero es la razón la que, además de buscar las soluciones concretas que esos problemas reclaman, los mide, integrándolos en el conjunto universal de los valores humanos, para atribuirles la importancia que independientemente de su urgencia objetivamente merecen. Proceder de otra manera significaría deshumanizar al hombre, instrumentalizando su inteligencia y sometiéndola servilmente a un pragmatismo que anularía su función propia de orientación superior y global de la vida.
Semejante es la situación de las Universidades: no pueden prestarle al país su servicio específico si en su anhelo de compromiso con la realidad nacional se convierten en simple instrumento para la realización de determinados objetivos políticos, económicos o sociales. La manera de servir más lúcida y eficazmente a esos mismos objetivos y de una manera típicamente universitaria es la de iluminarlos y ofrecerles respuestas concretas desde un plano más alto, a base de una visión global de los problemas humanos y con la necesaria independencia interior como para poder convertirse, y verdaderamente, en conciencia crítica de la sociedad. No se trata de ser una conciencia atemporal, sino, precisamente, de situarse en una perspectiva de amplitud que permita ser, eficazmente, conciencia de lo temporal y de lo concreto.
De otra manera, la Universidad, en lugar de responder a los problemas de la sociedad a la que desea servir, termina contagiándose y siendo víctima de ellos. Sabemos que en nuestro país no se respira un ambiente de auténtico humanismo: si no fuera así, no podríamos explicarnos la situación inhumana de miseria y marginación en que viven tantos chilenos. Nuestra sociedad está impregnada -desde hace mucho tiempo- de una mentalidad “economicista”, según la cual tendemos a medir al hombre por lo que produce, y a absolutizar los valores y las relaciones de tipo económico, como si en ellos residiera el origen y la solución última de todos los males sociales.
Por eso mismo, una Universidad que desee prestar un aporte eficaz a la construcción de una nueva sociedad, auténticamente humanista, no puede dedicarse hoy día simplemente a responder a los problemas que el ambiente en que vive le somete. Muchos de esos problemas están falsamente planteados; se presentan en esa perspectiva economicista, reducida y coartada, que no puede aceptarse sin más, porque implica una deficiencia humanista que la Universidad está obligada a corregir críticamente. La colaboración con el desarrollo nacional no puede partir de la presuposición de que éste sea siempre sano bajo todos sus aspectos. La Universidad está obligada a revisar las preguntas que el proceso histórico va planteando y a juzgarlas a partir de los principios universales de un humanismo global. Y no es que lo haga dejándose llevar por una imagen preconcebida del hombre. Si la Universidad está vigilante para elaborar la cultura, que nace en el ímpetu vital mismo del pueblo, no puede dejar de oír o de palpar valores que, aunque no sean siempre los más conscientes ni los más ruidosamente proclamados, están sin embargo allí, reclamando ser también reconocidos, y sin el cultivo de los cuales no se obtendrá una sociedad plenamente renovada. Esto incide nuevamente, desde otro punto de vista, en la exigencia de la unidad interna de la Universidad, que sólo en el organismo completo de todas sus disciplinas puede comprender el latir vital íntegro de un pueblo y la experiencia humana de todos los siglos.
Fuente: El Cardenal nos ha dicho: 1961-1982. Santiago (Salesiana, 1982. Pp. 112-115).
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