Entre Boric y Jadue: algo más que una primaria
(*) Por Álvaro Ramis
Columna publicada en Le Monde Diplomatique
La elección del candidato presidencial de la coalición Apruebo Dignidad, programada para el domingo 18 de julio, no sólo es una medición de fuerzas entre dos destacadas personalidades. Más allá de los elementos electorales que están en juego, los efectos de esta disputa tendrán consecuencias en la posibilidad de conformar una fuerza política de izquierda, sólida, competitiva y capaz de dar gobierno al país, lo que constituye una novedad absoluta en relación con los últimos 30 años. Más relevante que definir un candidato ganador, la calidad de la resolución de este proceso dará señales respecto a la capacidad de conducción que ofrece esta coalición a un país que busca una alternativa de gobierno transformadora, pero a la vez viable y confiable.
Jadue y Boric atraen votación sobre la base de atributos personales muy relevantes. El alcalde de Recoleta se ha ganado un merecido respeto como gestor municipal, a partir de políticas que buscan generar soluciones públicas, a escala local, a problemas públicos que hoy en día sólo tienen soluciones de mercado. Desde la farmacia a la inmobiliaria popular, pasando por la universidad abierta, la óptica, el sistema de biblioteca, hasta las más diversas propuestas similares instaladas en su comuna, Jadue ha logrado patentar su sello como gestor edilicio, en un campo en donde la izquierda no lograba destacar frente a la política “cosista” iniciada por Joaquín Lavín en Las Condes durante los años noventa. En esta respuesta se ha ganado la confianza de la ciudadanía, mostrando que es posible correr la cerca ideológica del neoliberalismo, devolviendo al Estado un rol en la provisión de bienes y servicios que han sido mercantilizados. Por eso, más allá de sus innegables capacidades como alcalde, lo que se admira en Jadue es la firmeza de sus convicciones. Supera así la tradicional distinción weberiana, que afirma que la política debe fundarse en la ética de la responsabilidad y postergar una ética fundada en la adhesión a una causa y a los ideales que la inspiran. Jadue siempre busca rebasar la Realpolitik y no teme en absoluto a la crítica que se levante por ese convencimiento. Su talante como firme adherente a la lucha palestina se trasluce en todos los niveles de su acción política, en sintonía con la abierta insolencia con la que asume su militancia en el Partido Comunista.
La fortaleza del diputado por Magallanes es distinta. Gabriel Boric no es un gestor sino un estratega político, un parlamentario experimentado, un conductor de procesos de articulación colectiva. Su nombre es indisociable al movimiento estudiantil de 2011, y sus efectos en el cambio de la subjetividad política chilena, y la constitución del Frente Amplio como efecto de su posterior institucionalización. No es un orador deslumbrante ni un teórico o intelectual. Boric es un político de vocación y profesión, en el sentido en que Max Weber lo define. Recordemos que para sociólogo alemán quien hace política debe aspirar al poder. Esta definición de base es fundamental. El político serio no hace política para representar una obra de ficción, ni para comprobar una hipótesis académica, ni testimoniar un lamento inútil. El político vocacional busca el poder como medio para la consecución de unos fines, que pueden ser idealistas o egoístas, justos o injustos, pero en definitiva no se puede perder en que su objetivo no se podrá lograr sin concretar esa vocación de poder.
Boric es uno de los líderes del Frente Amplio más decididos y claros en este punto. Su trayectoria ha estado marcada por su capacidad de tomar decisiones difíciles, y muchas veces a contracorriente de sus más cercanos. Recordemos su candidatura a la FECH 2012, donde derrotó a Camila Vallejo, que en ese entonces personificaba al movimiento estudiantil de forma ineludible. Más tarde su abierta ruptura con Izquierda Autónoma, en especial con el mentor intelectual de ese movimiento, Carlos Ruiz Encina, lo que en cierta forma implicó un “parricidio” político. Más tarde sus permanentes roces y disputas con su partido Convergencia Social, las que llegaron a un punto cúlmine en su “suspensión”, luego de que firmara el acuerdo de noviembre de 2019, lo que permitió el inicio del actual proceso de cambio constitucional. Ese hito implicó la salida de un grupo significativo de militantes, encabezados por el alcalde de Valparaíso Jorge Sharp. Pero esta descripción de la trayectoria de Gabriel Boric no se debe entender como una búsqueda del poder ‘por el poder’. Más bien revela su capacidad de enfrentar sin ambigüedades la acción política, en el orden práctico. Esto contrasta con otros liderazgos de su generación que no soportaron esta tensión. Como señala Weber: “Sólo quien está seguro de no doblegarse si, desde su punto de vista, el mundo es demasiado tonto o demasiado pérfido para aquello que él desea ofrecerle, sólo quien, ante todas las adversidades, sea capaz de oponer a todo ello un «sin embargo», únicamente él tiene la «vocación» para la política”. Boric siempre descubre un “sin embargo” que le permite seguir adelante.
El trasfondo ideológico y programático
Si únicamente nos quedáramos con el debate televisivo entre los dos candidatos, la conclusión podría ser muy limitada, e inducir a que las diferencias programáticas entre Jadue y Boric son muy acotadas. Pero eso no es real. El Frente Amplio y el PC están condenados a entenderse y su articulación es el mínimo exigible para una coalición viable y con capacidad de gestión a la altura de las circunstancias. Pero eso pone entre bastidores las diferencias que explican una larga historia de encuentros y desencuentros entre estos dos mundos políticos.
El PC representa, más ningún otro partido chileno, una continuidad histórica de más de cien años. La trayectoria comunista chilena es ante todo la de resistir, persistir y permanecer. Ello le ha permitido superar persecuciones constantes, como las del alessandrismo en los años 20 y 30, la ley maldita en los años 50, la dictadura militar en los 70 y 80, y la exclusión binominal desde 1990 en adelante. Una constante en ese proceso ha sido su permanente rearticulación sobre la base de lealtades férreas, tanto entre los militantes que reconstruyen una y otra vez su vida partidaria, como también con aliados internacionales sin los cuales no hubiera podido sobrevivir a esas experiencias. De allí su fama de leal a Moscú hasta 1990, y su incondicionalidad a Cuba y sus aliados, hasta la actualidad. Este punto contrasta con la identidad del Frente Amplio que por su corta biografía no busca asumir y cargar las culpas y errores históricos de las generaciones anteriores de la izquierda chilena. Este hecho les hace marcar constantemente su diferencia con la Concertación, y su deriva neoliberal, pero también con el PC y sus lealtades acumuladas. El Frente Amplio hace de su juventud su principal fortaleza, lo que no facilita la armonización y convivencia con el partido de más larga continuidad institucional en Chile.
Otro elemento de roce profundo es la racionalidad política de ambos conglomerados. El Frente Amplio y el Partido Comunista parecen compartir fácilmente los diagnósticos de la realidad nacional. En ese ámbito las diferencias no se aprecian. Pero en el ámbito de las soluciones y propuestas surgen diferencias muy rápidamente, lo que se debe explicar por causas más de fondo. Ello se aprecia radicalmente en el tratamiento de los derechos civiles y políticos. Por ejemplo, FA Y PC parecen coincidir rápidamente en los limites de la prensa actual, la concentración de los medios de comunicación, la falta de pluralismo y diversidad de voces representadas. Pero a la hora de las soluciones existe una brecha profunda entre la propuesta de Ley de medios que postula el programa de Jadue y la propuesta de regulación que ofrece Boric. Lo mismo se puede ver en otras materias, como la forma de reformar el poder judicial (el problema de los jurados populares propuesto por Jadue), el alcance de las atribuciones que deben tener las instituciones regionales y de generar procesos de descentralización, y la manera de priorizar la industrialización o el cuidado del medio ambiente.
Tras estos puntos no existe sólo un asunto de valoraciones o de gustos episódicos. Tampoco se puede achacar a diferencias generacionales. En el fondo la disonancia entre el FA y el PC actualiza la pregunta que el senador socialista Eugenio González formulaba en 1957: “¿Podrá́ ser el socialismo de nuestros días idéntico al de la segunda mitad del siglo XIX?” … a lo que responde: “el socialismo no puede ser dictatorial por sus métodos, desde el momento que procura el respeto a valores de vida que exigen el régimen de la libertad… de ahí́ que no nos parezca posible separar el socialismo de la democracia, más aún: sólo utilizando los medios de la democracia puede el socialismo alcanzar sus fines sin que ellos se vean desnaturalizados…no es posible que estos derechos sean menoscabados so pretexto de tener que traspasar más poder al Estado o del progreso de la economía”.
En cierta forma este viejo debate regresa y se expresa en las diferencias que laten en los programas del FA y el PC. Pero la misma historia también señala las vías de superación de esa tensión. El FRAP y la Unidad Popular no tuvieron temor a enfrentar esta discusión, en ese momento mucho más tensa que en el presente, dada la presión de los países del socialismo real y su referencialidad durante la guerra fría. Hoy existe espacio y capacidad para que el PC abra su racionalidad histórica a una lógica descentralizada, menos industrialista, menos centralizadora y más sensible a la autonomía de la ciudadanía. Y el FA debería abandonar toda pretensión de una política “adanista”, que comienza de cero y sin raigambre a la historia, experiencia y tradición cultural de la izquierda chilena. Ambos conglomerados se ven desafiados en núcleos precisos de su identidad y de su forma de accionar. De la forma como resuelvan estas divergencias, construyendo en programa único después del 18 de julio, dependerá su viabilidad como proyecto histórico.
(*) Rector UAHC