Hermenéuticas en disputa a tres años de octubre: Las interpretaciones políticas del Estallido

Hermenéuticas en disputa a tres años de octubre: Las interpretaciones políticas del Estallido

(*) Por Álvaro Ramis

Columna publicada en Le Monde Deplomatique

El discurso del presidente Gabriel Boric el 18 de octubre de este año ha abierto un desafío a las interpretaciones que se han hecho del Estallido de 2019, reclamando visiones más complejas e integrales, que superen las unilateralidades y reduccionismos de las lecturas que han transitado hasta ahora. Su interpelación es clara: “El 18 de octubre debiera desafiarnos a todos y todas y, en cambio, lo hemos usado como una razón para reafirmar lo que ya pensábamos desde antes. A tres años el Estallido Social ya es tiempo de que salgamos de nuestra zona de confort para interpretar lo que ahí pasó, las lecciones que debemos sacar de este proceso y actuar. El Estallido no fue una revolución anticapitalista y tampoco, como han querido instalar en los últimos días, fue una pura ola de delincuencia. Fue una expresión de dolores y fracturas de nuestra sociedad que la política, de la cual somos parte, no ha sabido interpretar ni dar respuestas. Cuando leemos el Estallido sólo para reafirmar nuestras concepciones estamos eludiendo su mensaje y enseñanza”. A partir del desafío formulado por el presidente es urgente revisar los campos discursivos que pugnan por interpretar los sucesos de octubre y analizarlos críticamente:

1.Conspiracionismo y negacionismo:
desde la extrema derecha se han revivido los discursos paranoicos y teorías de la conspiración que ya circularon en el gobierno de Piñera, con sus alusiones a la “invasión alienígena” y el “enemigo poderoso e implacable”. En el contexto del envalentonamiento de ese sector, luego del plebiscito del 4 de septiembre, estas interpretaciones apuntan a la existencia de una “mano negra narco-chavista” o una conspiración “anarco-delincuencial” que se confabuló de modo premeditado y planificado para generar un cuadro de ingobernabilidad que debía conducir a un intento de golpe de Estado o en su defecto a una oportunidad para el saqueo y el descontrol libidinoso. Este tipo de encuadres varía desde sus formas más burdas y grotescas en las redes sociales a expresiones más formales, pero no menos delirantes, de la mano de propagandistas profesionales como Gerardo Varela, Sergio Muñoz Riveros, Sergio Melnick y en general desde el entorno de bots de José Antonio Kast.

La gravedad de estos discursos radica en su nula consistencia y falsabilidad lógico-argumental y su desprecio por toda fundamentación documentada. No asumen responsabilidad alguna por la total ausencia de rigor en sus relatos porque en un escenario de altísima segmentación de las audiencias ello no es necesario para validar estas opiniones en el imaginario de sus seguidores. Desde ese nicho de audiencia no se les demanda la mínima razonabilidad ni les exige verificador alguno, ya que asumen estos discursos desde la dogmática del fervor y la conveniencia del implicado. Para quienes fueron parte del gobierno de Piñera nada más adecuado que acotar el Estallido a mera delincuencia. Su intencionalidad política es negar las causas sociales y políticas del Estallido, evadir las responsabilidades del gobierno en la militarización y escalamiento del conflicto, la criminalización general de las manifestaciones masivas y la negación de los sendos informes que han documentado las gravísimas y masivas violaciones a los DDHH en el período.

Un estudio internacional de la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz (Alemania), publicado en Nature Human Behaviour muestra que, habiendo conspiranoicos y adeptos a las teorías del complot en todo el espectro político, el índice de mentalidad conspirativa se incrementa en la medida en que se radicalizan las posturas. Roland Imhoff, investigador a cargo de esta investigación, sintetiza el estudio diciendo que, “en general, los ultraderechistas tienen una mentalidad conspirativa más acusada”. No es extraño que para interpretar octubre este sector active todas las dinámicas propias de esta mentalidad conspirativa.

2. El octubrismo como estigma:
En los medios se ha extendido el concepto “octubrismo” como categoría extensa, anticientífica, vaga y funcional con la intencionalidad política de colaborar a la simplificación causal de todos los acontecimientos bajo la lógica delincuencial que satura las pantallas de televisión y los periódicos. Se ha empezado a calificar de octubrista, de forma denigratoria, a toda forma de estudio empírico, crítico, analítico y sistemático del suceso. Para el mainstream mediático serían “octubristas” todos aquellos que buscan una explicación compleja y multicausal al fenómeno de la violencia social, más allá de su fenomenología y manifestación externa. Octubrista sería todo aquel que busca formas de abordar estos sucesos por vías distintas o complementarias a la represión policial. Por lo tanto, esta estigmatización no es otra cosa que un intento de clausura del debate para cerrar todo en el reforzamiento de la acción represiva del Estado y reforzar el punitivismo penal.

3. La estetización de la violencia:
Por otro lado, también existe un campo interpretativo que durante estos años ha intentado peligrosos ejercicios de estetización de la violencia social. Con este tipo de discurso se ha buscado sublimar, en un sentido psicoanalítico, las pulsiones gregarias de la multitud para recrearlas en un lugar distinto, reconstruido según las propias pulsiones de quienes enuncian estas argumentaciones. Por eso, frivolizan y relativizan el fenómeno lumpenesco para reducirlo a un ejercicio catatónico de descarga, situado más allá del bien y el mal, del éxito y el fracaso, sin otra funcionalidad que la catarsis trágica, como experiencia dionisiaca embriagadora, dentro de la cual el dolor mismo actúa como estimulante y motivo de purgación. Estetizan una violencia social que llegó a la calle producto de múltiples violencias anteriores, acumuladas y superpuestas, que lejos de superarse, se recrearon y potenciaron patológicamente durante el Estallido en un nuevo ciclo de autoagresión, que en muchos casos repitió un patrón circular de angustia-temor, alivio pasajero y regreso al dolor cotidiano. Es necesaria la crítica frontal de estos discursos sobre la violencia social reconvertida en objeto estetizado, incluso como mercancía de consumo que se expone en los escaparates. En particular, porque la fuerza de esta dimensión estética barre con las otras dimensiones de octubre, incluyendo las políticas y jurídico-normativas, que no por mera voluntad del intérprete dejan de existir. Y a la vez, relega totalmente el reclamo de dignidad que recorre intersticialmente todo el proceso. Si bien el Estallido fue expresión de dolores y fracturas sociales, recrearse en esas heridas de modo trivial puede llevar a la perversión sádica entre quienes se exponen a su contemplación acrítica y pasiva.

4. La hermenéutica funcionalista y sistémica:
Dentro de las interpretaciones conservadoras es importante distinguir los argumentos que no caen en el desconocimiento de las causas sistémicas de la violencia social. Pero lo hacen desde una perspectiva que asume que las sociedades se rigen por dinámicas esencialmente adaptativas e integrativas, donde las tensiones entre el equilibrio y el cambio se decantan finalmente hacia las dinámicas de mantenimiento del propio sistema. Así visto, los sucesos de octubre no serían más que dinámicas integrativas subsistémicas que pugnaron por resolver problemas adaptativos fundamentales, donde la crisis actuó, tanto funcional como disfuncionalmente, para adecuar a la sociedad a un nuevo momento sistémico al que es imperioso asimilarse.

Este tipo de discurso se asemeja al que despliega Carlos Peña cuando ofrece una interpretación de octubre como una explosión anómica entre quienes viven con frustración el sueño del progreso meritocrático, a los que interpreta como consumidores enfadados que se mueven por expectativas adolescentes o nihilistas. Octubre sería una demanda por un cambio en las condiciones materiales de la existencia estrictamente individual, dentro de la modernización capitalista y sus condiciones de posibilidad. Sería un reclamo de mejores pensiones, dentro de la capitalización individual; mejor salud, dentro del sistema privatizado y segmentado; mejor acceso al mercado habitacional, pero sin apelar al derecho a la vivienda. Para el rector Peña las lecturas que se apartan de estas claves interpretativas caen en el “efecto hipnótico” de lo que llama “el fervor por la igualdad”.

Una respuesta adecuada a lo limitado, estrecho e insuficiente de las opiniones del rector de la UDP la ha expresado el politólogo Juan Pablo Luna, de la Universidad Católica: “si vamos al argumento sustantivo, alguno de cuyos alcances comparto, pienso que la mirada de Carlos Peña tiene las limitaciones propias de una sociología de Salón, anclada en la exégesis de un manojo de autores clásicos, pero carente de trabajo empírico y densidad analítica”.

5. Estallidos dentro del Estallido:
Siguiendo a Luna, cabe valorizar los extensos y abundantes estudios de campo, empíricos, provistos de densidad analítica que no han contado con la vitrina de los diagnósticos abstractos y mono-causales del rector Peña. Lo que hacen estas investigaciones es historizar y categorizar analíticamente, para evidenciar las genealogías, ciclos, giros y etapas que se desplegaron de acuerdo con las acciones represivas que fue tomando el Estado, las estrategias mediáticas y el curso de los ejercicios políticos del momento. En ellos se desliza la mirada desde los aspectos meramente performativos (la descripción de la calle, la etnografía de la manifestación) para avanzar y distinguir las disputas simbólicas por el curso del proceso que se dieron al interior de los eventos de octubre.

Más que mapear un solo acontecimiento, estas investigaciones muestran un cúmulo diverso y antagónico de voluntades en tensión y disputa, a pesar de su acción aparentemente simultánea. Aparecen múltiples “estallidos dentro del Estallido”, que coexisten, se bifurcan y compiten abiertamente por generar agendas y rutas dentro del curso abierto e incierto del suceso. Así es posible ver la simultaneidad de las revueltas feministas, LGTBIQ+, ecologistas, desmercantilizadoras, antirracistas, indigenistas, junto a las pulsiones meramente catárticas que detonaron la crisis inicial y que cursaron en el mismo escenario. Estos procesos no son meras derivadas particulares dentro de un cuadro general, sino que evidencian la potencia política de unas prácticas interseccionales que buscaron superar y reconducir la enorme pulsión violenta de ese período, sin caer en la legitimación de la represión del Estado y a la vez reconociendo la abismal hondura estructural de sus raíces.

(*) Rector UAHC