La “banalización del autoritarismo” y los desafíos para la democracia

La “banalización del autoritarismo” y los desafíos para la democracia

Columna del decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Educación Rodrigo Gangas publicada en El Desconcierto

Según distintos sondeos de opinión pública, la aceptación o tolerancia hacia regímenes políticos autoritarios no solo ha sido creciente, sino también constante en el tiempo. Ya desde principios de los años 2000 se podía observar cómo un sistema autoritario no representaba un problema o amenaza significativa al comparar las referencias positivas que existían entre dictadura y democracia. En ese entonces, que existiera una opinión así, aun siendo incomprensible por la cercanía temporal con la experiencia de la dictadura y sus implicancias, significaba principalmente que los sistemas de cultura política, medios de comunicación y educación no habían contribuido lo suficiente a la consolidación de la democracia.

Hoy el escenario es aún más complejo. Observamos cómo muchas personas están dispuestas a sacrificar garantías civiles -principalmente libertades individuales- o colocar en segundo plano la profundización de derechos sociales, a cambio de propuestas que privilegian la seguridad. Incluso, se observa una creciente aceptación de discursos que promueven la intolerancia hacia minorías, como migrantes, disidencias o mujeres. Este fenómeno se agrava porque los sectores políticos que impulsan esos discursos de miedo y odio —como la extrema derecha y la derecha radical— se encuentran en expansión tanto en lo discursivo como en el terreno electoral, convirtiéndose en alternativas viables de gobierno en distintas partes del mundo.

La “banalización del autoritarismo”, expresión utilizada por Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro La dictadura de la minoría, aludiendo a la teoría de la “banalidad del mal” de Hannah Arendt, nos recuerda el peligro que representa el ascenso de posturas políticas autoritarias o fascistas disfrazadas de democráticas. Cuando estas no son enfrentadas por los actores del sistema, o incluso son aceptadas y camufladas por actores “semileales” a la democracia, esta se debilita, y la posibilidad de un autoritarismo se vuelve cada vez más cierta. Hoy ya no es necesario un golpe militar o civil para acabar con la democracia. Ni el asalto al Capitolio impulsado por Trump ni el intento de golpe en Brasil liderado por Bolsonaro tuvieron éxito, pero basta con que los grupos antidemocráticos se posicionen como demócratas dentro del sistema y que otros actores políticos los avalen o legitimen para que se entre en riesgo de autoritarismos.

El peligro se intensifica cuando observamos que la ultraderecha antidemocrática ha logrado posicionarse sin recurrir —hasta ahora— al uso de la fuerza militar. Lo ha hecho utilizando las herramientas propias de los regímenes democráticos, como el acceso sin restricciones a los medios de comunicación y la instalación de discursos antipolíticos. Estos discursos, en el contexto de una profunda crisis de representación, calan hondo en sectores ciudadanos que se sienten defraudados o creen que la democracia no ha contribuido a mejorar sus condiciones de vida. En este contexto, los principios y prácticas democráticas pierden sentido, y la banalización del autoritarismo se vuelve cada vez más presente y peligrosa.

Hace pocos días, el presidente de Estados Unidos, ejerciendo un poder concentrado que debilita la idea de “los pesos y contrapesos” en el presidencialismo, no solo amenazó a otra nación sudamericana, sino que además tomó medidas en contra del Gobierno y del pueblo brasileño, por llevar a juicio a Jair Bolsonaro tras su intento de golpe de Estado. Esta acción constituye una clara intromisión en los asuntos internos de un país soberano y democrático, demostrando un preocupante desprecio por la democracia en otras naciones, y la derecha y ultraderecha chilena no ha dicho nada al respecto.

En Chile, un candidato de la ultraderecha ha planteado abiertamente que un nuevo golpe de Estado siempre debe ser una alternativa, incluso aceptando sus consecuencias en materia de violaciones a los derechos humanos. Otro candidato de ese mismo sector ha defendido sistemáticamente a los principales responsables de las violaciones cometidas durante la dictadura de Pinochet y ha propuesto un programa que implica un retroceso de décadas, e incluso de un siglo, en derechos conquistados por la ciudadanía. Una tercera candidata, también de derecha y vinculada familiarmente con la dictadura, no solo celebró la libertad de Pinochet, sino que en la última elección presidencial se alineó sin reparos con la ultraderecha.

En Chile, la derecha está constituida en gran medida por sectores ultra, antidemocráticos y “semileales” a la democracia. Estos, junto con la complicidad de varios medios de comunicación, ha permitido que los sectores autoritarios y fascistas ganen cada vez más espacio en el sistema político. En el contexto de una nueva campaña electoral presidencial, los sectores democráticos enfrentan la difícil tarea de ofrecer un proyecto político que responda a una ciudadanía más exigente, y al mismo tiempo, la urgente misión de frenar el avance del fascismo ultraderechista. Esto implica convocar a los sectores democráticos leales, desde el centro político y e incluso a algunos sectores de la derecha, para que no actúen como cómplices en la erosión del sistema democrático, como ya ha sucedido en otras partes del mundo.  Durante el segundo semestre, seremos testigos de una campaña presidencial donde esperamos que la discusión se centre en el fortalecimiento de la democracia y no la banalización del autoritarismo.

_*
Tags
En los medios