La ciudad de la no movilidad
(*) Por Genaro Cuadros
Columna publicada en The Clinic
La ciudad es movimiento, incluso alguien diría un frenético e incesante movimiento. Sin embargo, hay en la ciudad quienes no se mueven, quienes no viajan, quienes se desplazan mínimas distancias cotidianas. Y sus comportamientos no son estudiados adecuadamente hasta ahora. Son las no movilidades de la ciudad y en Santiago es de 13% de quienes contestan la Encuesta Origen Destino.
La pandemia de coronavirus durante este 2020 y 2021 nos ha sometido al confinamiento en nuestros espacios domiciliarios, llegando a una movilidad cercana a cero, sobre todo durante las primeras cuarentenas.
En este contexto excepcional, es importante hacerse nuevas preguntas: ¿Que viajeros hacen qué viajes, en qué modos y qué distancias? Y si no habrá oculto en nuestros datos, nuevos o viejos fenómenos urbanos.
Hasta aquí se ha sostenido que moverse es una condición de la modernidad y la globalización. Se mueven los capitales, se mueven las personas de un país a otro en busca de oportunidades. Nos movemos para trabajar o estudiar, para comprar o recrearnos, nos movemos para conocer y conocernos, nos movemos porque podemos, y porque lo necesitamos. En síntesis, la movilidad es una condición del metabolismo urbano y de las personas.
Si alguien no se mueve queda fuera del juego de la ciudad, o por lo menos, disminuye ostensiblemente su participación u oportunidades. Sin embargo, esto no es cierto para todos. Hay quienes no se mueven por vulnerabilidad y otros por poder.
No moverse sólo es posible si uno tiene las posibilidades materiales de no hacerlo. Hay un grupo de personas que no se mueven porque tienen acceso a sus bienes y servicios sin necesidad de desplazarse. Es el caso de quienes viven de sus rentas o disponen de mayores ingresos y pueden cumplir sus labores de manera remota.
Al contrario, están quienes no se mueven porque no tienen el dinero para pagar un viaje, o personas que no pueden por razones de discapacidad física, o por falta de energía suficiente para desplazarse como los adultos mayores. Y están los que viajan ayudados por terceros como los niños, sobre todo los bebés, al cuidado de sus madres o de un adulto, los actores de la economía reproductiva y del cuidado.
Hasta aquí hemos animado y concentrado nuestras políticas de transporte no sólo en favorecer los viajes, intentado optimizar los tiempos de traslado o mejorando la comodidad de éste, si no también a algunos actores y modos de la movilidad preferentemente.
¿Qué políticas públicas desplegamos para los que no viajan, o los que viajan, pero no están incorporados como viajeros en nuestros indicadores? ¿Hay razones económicas o de salud tras las dificultades de traslado de aquellos que no se desplazan por la ciudad?
Repensemos esta idea de la “no movilidad” en nuestras políticas públicas a partir de esta nueva experiencia de inmovilidad que nos impone la pandemia y las posibles pistas que nos entrega para la ciudad del futuro.
*Genaro Cuadros es jefe de la carrera de Arquitectura de la UAHC