La clase imaginaria
(*) Por Diego Pérez Pezoa
Columna publicada en Le Monde Diplomatique
¿Acaso solo el neoliberalismo tiene el derecho de imaginar?, ¿acaso solo el capitalismo sofisticado permite imaginar un mundo novedoso, un futuro predilecto y feliz? Imaginar cómo nos juntamos, cómo nos reunimos, es la sencilla práctica de una política verdadera. El neoliberalismo no es solamente un sistema monetario. Es, a la vez, una gran maquinaria inmaterial de usurpación de los sueños; ha construido redes libidinales que han acaparado las potencias de imaginar, precisamente, esas maneras de reunirnos. Una de las grandes imaginaciones neoliberales urbanas y globales se conoce como “clase media”. La fuerza de la imaginación de esta clase no radica en su exclusiva capacidad de producir modos de vidas basados en la estadística progresiva entre ingresos generales, poder de adquisición y capital cultural de los individuos; no es pura gentrificación. Más bien, una clase imaginaria, como la clase media, es, (in)justamente, una lógica extractivista de las imaginaciones de los individuos.
El 22 de mayo del 2019, la fundación Libertad y desarrollo, se proponía redefinir una ‘clase media’ para Chile, una redefinición que ahora considerara como ingreso definitorio “entre US$40 y US$60 diarios, per capita […] bajo esta definición elegida, el ingreso total mensual de un hogar de clase media que se compone de 4 personas estaría entre los $ 626.021 y $ 2.504.083 mensuales”. La historia de la clase media encuentra, entre sus autores y pensadores más consistentes, a M. Weber, y, por supuesto, aunque en menor medida, a K. Marx. Entre ambos autores, consistentemente, se teje una esfera de vida intermedia entre lo “Ni muy rico, ni muy pobre”. Si hay algo estrictamente neoliberal, hoy en día, es creer habitar una esfera intermedia: es decir, un hábitat creado entre los alcances de la felicidad en la infelicidad de la pobreza y la infelicidad de la felicidad teológica de la riqueza acumulada. La construcción de este imaginario -cuando todas y todos creíamos que el neoliberalismo era el fin de la imaginación social- consiste, radicalmente, en la no existencia de las clases tradicionales definidas, no por Marx únicamente, sino, desde Sócrates, cuando se posicionó como el más humano de todos ante el tribunal acropolítico. A partir de allí nace la especie humana espiritual capaz de imaginar un mundo después de los dioses, los magos y los chamanes. Nace, por consiguiente, la necesidad por la compensación, por el equilibrio.
El detrimento de los imaginarios políticos actuales, en los individuos, no es mera casualidad. De ahí que el retiro del 10% de la capitalización individual, administrada por los fondos privados de pensión (AFP), adquiere una dimensión simbólico-política mucho más sugerente: es la marcha inicial de una recuperación de la imaginación. Las AFP no son sólo el negocio llevado a la especulación financiera de las pensiones (negocio, por lo demás, archi-conocido), también es un gran fondo de especulación de las imaginaciones, futuros y formas de vidas (neg-ocio) de los individuos.
Las AFP son el gran centro bancario de la médula imaginativa neoliberal, que han administrado psicopolíticamente el resentimiento vertiginoso que opera en la vida crediticia de los individuos. Es por eso que se ha vuelto controversial -y necesaria- dicha iniciativa de reforma constitucional, pues, el lento derrumbamiento del neg-ocio imaginario, poco a poco, va desnudando el montaje oficial de las formas de vidas actuales. La pobreza no era una cuestión de clase, era, al contrario, un asunto de resistencia ante la imaginación oficial. La pobreza, una vez destruida la casa de cristal de la ‘clase media’, llegó en la forma de una realidad inmediata, apresurada, imprevistamente.
Fue C. Castoriadis quien llevó la denuncia de la alienación de la imaginación social hasta su punto más extremo: la situación ‘económico-funcional’ de las instituciones. Su máxima expresión: no la causalidad ni la funcionalidad, propiamente tal, de la institución, sino, en cambio, su capacidad de crear ‘realidad’. La economía política del ‘símbolo’, en este caso, vendría a ser la instalación racional y corporativa de las formas de vidas endeudadas, crediticias y postergadas de las AFP. El gobierno imaginario de las AFP advierte las fisuras vitales que se desprenden de su sistema bancario de los resentimientos, y advierte, a la vez, el desequilibrio compensatorio que venía ofreciendo hace décadas.
De este modo, la ‘clase imaginaria’ entra en su fase de descomposición total. Las elites económicas comienzan el tratamiento tanatopráctico de las futuras economías del símbolo y las imaginaciones. Y es desde aquí que debe posicionarse toda resistencia futura a la reconfiguración de los modos de dominación: la pandemia del covid-19, vista positivamente para quiénes hemos sobrevivido, ha desnudado la maquinaria de las formas vitales del endeudamiento; ha remecido el sistema bancario de las imaginaciones; ha agrietado el espacio imaginario usurpado a las multitudes democráticas de antaño. El ‘gesto del 10%’, quizás, financieramente, no tenga ningún impacto político-económico considerable con las multitudes. Pero, dicho gesto llevado al territorio demoniaco de lo simbólico, de donde escapan las divinidades, adquiere una potencia ingobernable: es la compensación llevada al modo sensible, es la necesidad de reunirse, a pesar del contagio.
(*) Doctor en Filosofía. Licenciado en Historia UAHC.