La Democracia y el déficit de Soberanía

La Democracia y el déficit de Soberanía

Por Luis Pacheco Pastene

Mucho se ha dicho sobre los movimientos sociales y estudiantiles del año 2011. En el caso chileno estamos frente a un gran déficit, que de alguna manera explica todos los otros: el déficit de la soberanía popular.

Un elemento en el cual pueden coincidir todas las versiones y definiciones de una auténtica democracia es el reconocimiento a la soberanía popular, como principio irrenunciable. Pero el sistema político chileno, y en consecuencia el modelo socioeconómico, nació con un bajo coeficiente de soberanía popular.

Los efectos de cercenamiento en la soberanía popular del sistema electoral binominal explican las trabas del sistema y también las características y demandas del movimiento estudiantil y de los movimientos ciudadanos. Por ejemplo, la falta de diálogo entre ciudadanía y sistema político refleja la desconfianza en la voluntad real de los políticos, no sólo para los cambios estructurales que reclama, sino para devolver la soberanía que a los ciudadanos como principio vital de la democracia.

Muchas de las estigmatizaciones hacia los líderes estudiantiles y ciudadanos provienen de la falta de comprensión del significado profundo del reclamo. No sólo se trata de la necesidad de algunos cambios, sino también de la recuperación de la responsabilidad moral de la ciudadanía para poder ejercer, libremente, con su voluntad, acerca de las cuestiones fundamentales que implica la satisfacción de sus necesidades y perspectivas de futuro. Aquí es donde se manifiesta el déficit del liderazgo político, tanto en la construcción del Estado, como en la consecución de un modelo de desarrollo político, social y económico que realmente represente la soberanía y voluntad popular.

Estamos de acuerdo en que la democracia moderna resulta impensable sin los partidos políticos. Pero ellos solo tienen el liderazgo necesario cuando son capaces de producir conductos comunicacionales entre la dirigencia política y la ciudadanía. De esta manera, se moviliza la participación ciudadana y se pueden articular los significados y contenidos de las demandas, en el contexto de las percepciones de los grupos políticos y la manifestación de los diversos intereses.

Con partidos políticos débiles y confusos sobre las formas de articular los intereses ciudadanos, la ansiada y necesaria autonomía de la política, frente a los grandes intereses económicos y centros de poder, se hace imposible. Se ha reconocido que las democracias con sistemas de partidos débiles no son capaces de dejar atrás el personalismo y los intereses de la elite, que constituyen la base desde la cual muchas veces se levantan los proyectos políticos y económicos.

Estamos frente, por lo tanto, a la necesidad de tener partidos políticos fuertes, legitimados por los proyectos democráticos, que dan cuenta de los intereses ciudadanos, única manera de tener, por ejemplo, sistemas legislativos legítimos, modernos y representativos de una real soberanía popular.

El actual déficit político, que se traduce en el déficit legislativo, solo puede ser corregido en la medida que se plantee el ejercicio permanente de los contrapesos, frenos y controles entre los diversos poderes del Estado o interorgánicos. De lo contrario, el peso efectivo de los grupos de interés económicos asociados a sectores políticos, hará imposible el rol para el cual el Congreso en su naturaleza democrática ha sido concebido.

La constitución actual, el sistema electoral vigente y las innumerables contradicciones en su interior, han puesto trabas a la existencia de un Congreso verdaderamente democrático y representativo. Únase a esto, el escaso contrapeso del Poder Legislativo frente al Ejecutivo y entenderemos los límites antidemocráticos que tiene el ejercicio del poder político.

El déficit de soberanía que está en el fondo de los reclamos por una mejor democracia conlleva -como en alguna oportunidad dijimos- a una serie de limitaciones malignas a nuestro sistema democrático: deficiencias de ética pública, de equidad, de protección de derechos, de funcionamiento de la justicia, de seguridad ciudadana, de liderazgo político y de representación. En la transición se ha trabajado, con un creciente déficit de ciudadanía

No estamos sino en la base de los intentos de una recuperación de la soberanía popular. Tenemos una democracia representativa, pero esto no quiere decir que el pueblo haya enajenado su voluntad política y soberanía en sus representantes. Por lo tanto, estamos frente a la necesidad de establecer canales de participación ciudadana que nos permitan una Democracia Participativa Real, incluyendo mecanismos constitucionales de consultas a la ciudadanía, en materias que son de índole sustantiva para el desarrollo del país y el fortalecimiento del sistema democrático.

Director Escuela de Ciencia Politica y Relaciones Internacionales Universidad Academia de Humanismo Cristiano