La difícil pandemia de la violencia intrafamiliar: la huella de lo ominoso

La difícil pandemia de la violencia intrafamiliar: la huella de lo ominoso

(*) Por Claudia Arellano Hermosilla/

Los efectos del coronavirus han hecho visible las enormes desigualdades que estamos viviendo, la pobreza, el racismo, la violencia de género. Hoy para muchas mujeres, quedarse en casa resulta un peligro. La violencia intrafamiliar es una amenaza que se ha ido agravando en estos tiempos de confinamiento. Vivimos la cuarentena dentro del propio hogar, en el espacio doméstico (lar, hogar, útero, matriz) que lo identificamos con la seguridad y la confianza, pero que en estos tiempos se puede transformar en el lugar ominoso, inhóspito y siniestro.

Después de casi cuatro meses de cuarentena en la Región Metropolitana de Santiago, vemos cómo las cifras de violencia intrafamiliar y femicidio han aumentado. Los registros señalan que en marzo de 2020 las denuncias por violencia intrafamiliar disminuyeron en un 14% respecto del marzo del año pasado; sin embargo, los llamados relacionados a violencia contra la mujer aumentaron en un 20% y en la comuna de Providencia las denuncias aumentaron en un 500% (CIPER, mayo 2020).

A nivel latinoamericano la violencia contra las mujeres no es distinta. Desde el primer día del confinamiento, un hombre mató a balazos a su mujer, cuñada y suegra, en el departamento que compartían en la ciudad de Cartagena en Colombia. La argentina Romina Vidal, de 37 años, fue encerrada en su propio departamento y quemada viva. Mientras Cristina Iglesias, de 40 años, y su hija Ada, de 7 años, fueron asesinadas en su casa durante la cuarentena en Lanús, Argentina. Carmen, mexicana de 28 años, fue violada, estrangulada y tirada en un terreno abandonado (DW, abril 2020). En Chile Natalie Sepúlveda, de 29 años muere baleada por su pareja en la ciudad de Victoria (Junio, 2020).

En México, 163 mujeres han sido asesinadas durante la cuarentena, de ellas 16 menores de edad; 21 en Argentina; 12 en Colombia; 6 en Perú. (DW, abril, 2020).

En Chile, al 2 de junio de 2020, se registran 15 femicidios consumados y 45 femicidios frustrados (SERNAMEG, Junio 2020).

Lo que encontramos como antecedentes, citados con frecuencia, respecto de conductas violentas de hombres maltratadores y otros modos de la violencia en la familia, refieren siempre a situaciones de falta de empatía, ingesta de alcohol y drogas entre otros factores y no apuntan precisamente a un registro psíquico como «inscripciones colectivas», huellas pulsionales y la cuestión del deseo de muerte como mecanismo de «apropiación» del otro.

Freud en su análisis acerca de la familia, consideró múltiples elementos en la construcción de esta institución: del padre hordálico (de la horda primigenia) al padre edípico (prohibición del incesto) que transmite una ley a la que él mismo está subordinado. Hablar de familia desde el Psicoanálisis, es referirse a diversos modos de expresiones de conflicto entre sistemas o Instancias a partir de la cual se funda y transmite las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura: la represión del deseo, que, destinado a permanecer en lo oculto, a veces sale a la luz, nos referimos a lo Ominoso o lo Siniestro.

Freud publicó “Lo ominoso” [Das unheimliche] en 1919[1], cuya aparición tiene lugar más o menos entre Tótem y tabú (1912-13) y El malestar en la cultura (1930). “Lo ominoso” [Unheimlich] es un ensayo que estuvo ligado principalmente al ámbito de la estética, y Freud lo retoma de Friedrich Von Schelling, uno de los más importantes pensadores de sentimiento estético, para quien “lo ominoso es algo que, destinado a permanecer en lo oculto, ha salido a la luz”[2].

Si lo familiar [heimlich] e íntimo es a la vez, algo que puede llegar a coincidir con el horror, es porque en su base se encuentra algo muy inquietante, angustioso y ello solo puede ser debido a una sola cosa, la represión de aquello que, siéndonos conocido, cercano, familiar, es mejor tener oculto, nuestros deseos y pulsiones, nuestra naturaleza, aquello que pensábamos que gracias a la cultura habíamos dominado, dejándolo atrás, o en secreto. Lo ominoso es por tanto el retorno de lo reprimido.

¿Cómo es posible que lo familiar devenga ominoso, terrorífico?

Si retomamos los postulados Freudianos, para entender las huellas de la ominoso y su profundización en tiempos de cuarentena y encierro, considerando que lo ominoso para el sexo masculino radicaría en que la alteridad (lo femenino) es proyectado como lugar de la castración: la mujer resulta siniestra porque está castrada, su condición femenina se identifica con la falta y su representación trae a colación el recuerdo reprimido de la amenaza de castración para los hombres.

La paradoja de lo ominoso, ese juego entre lo familiar y lo extraño, es que el terror se produce porque lo que antes nos era familiar emerge bajo un aspecto amenazante. Lo reprimido regresa al sujeto en forma espantosa, referido el miedo a la castración. Ese retorno de lo familiar (el deseo primigenio hacia la madre), que ha sido reprimido y regresa a nosotros en forma traumática. En este sentido, esta suerte de espanto es lo que debería haber permanecido oculto y que, sin embargo, se manifiesta, regresando a través de esta figura, arruinando muchas veces la vida familiar o de pareja.

Si incluimos en la problemática el encierro y confinamiento el cual estamos viviendo actualmente, se nos hace pertinente incluir la lectura psicoanalítica feminista que realiza Luce Irigaray, quien relee el mito de la caverna de Platón, para figurar al canal uterino de la fantasía masculina occidental, al señalar: “unos hombres residen bajo tierra, en una morada en forma de caverna. Tierra, morada, caverna, y además y distintamente forma, son legibles como casi-equivalentes de la histeria […] así pues, unos hombres viven en esa caverna desde su infancia. Desde siempre. De ese espacio, o lugar, o topografía, topología, del antro, no han salido nunca. Encadenados por el cuello y por los muslos, son mantenidos con las cabezas y los sexos en dirección hacia lo que está delante, de frente […] y lo único que pueden hacer aún es mirar frente a ellos lo que se les muestra. Inmovilizados por la imposibilidad de darse vuelta, o volver, hacia el origen, están obligados a mirar de frente, hacia el fondo del antro. El proyecto metafórico del fondo del antro que servirá de telón para todas las representaciones venideras. Rostros, miradas, sexos, mantenidos en una dirección recta […] dando la espalda al origen”[3].

Irigaray expone la imagen de la caverna platónica como resultado de la cultura falogocéntrica occidental, hay que tener en cuenta que el doble significado del concepto de hysteria[4], -además de útero- denota caverna y matriz, realizando una crítica a la negación de lo corporal femenino, donde se origina y produce la vida.

Asociando la caverna con el útero (hystera), subraya que la pared última de la caverna-útero, lugar del que todos provenimos, está oscurecido en el relato platónico. Para Irigaray la caverna de Platón además del vientre materno es también, el vientre el que Platón concibe como la tradición intelectual occidental. Platón le quita el logos a ese espacio del origen. Y entonces invierte lo más originario: a partir del relato el logos pasa a estar en el afuera luminoso, definido como el lugar de lo verdadero. La mujer así queda convertida en “a-lógica”, en lo inefable, en el continente oscuro, en lo innombrado[5].

Encierro, caverna, útero, vientre, lugar del que no podemos escapar, pero reconocemos la presencia de la salida oscura parafragmática, la vagina como portal del nacimiento inscrito en la caverna y entonces lo que se ve como una posible salida es también una repetición, el mito redentor de la muerte o “una derrota de la representación sistemática del deseo”[6].

De esta metáfora, la condición de lo “femenino”, desde la mirada masculina, deviene vientre ominoso y siniestro, la “idea de vagina dentada” como concepto en la teoría psicoanalítica para representar la idea del miedo a la muerte o a la castración. El mito, claramente ubica a la mujer en un lugar temido “Los genitales femeninos…eso ominoso […] es el acceso al antiguo himen de todos los seres humanos”[7]. Y esta imagen arcaica y fantasmagórica se intensifica con el encierro y confinamiento que estamos viviendo. De ahí el incremento de la violencia de los hombres hacia las mujeres, que se relaciona asimismo con la idea de abyecto, que encuentra su origen también en lo siniestro, vinculando a la idea neurótica masculina de que hay algo de ominoso en los genitales femeninos, tema también explorado en un breve trabajo de Freud sobre la cabeza de medusa, donde afirma: “Si la cabeza de la Medusa sustituye la representación de los genitales femeninos, o si más bien aísla su efecto terrorífico de su acción placentera, cabe recordar que ya conocemos en otros casos la ostentación de los genitales como un acto apotropaico[8]. Lo que despierta horror en uno mismo también ha de producir idéntico efecto sobre el enemigo al que queremos rechazar”[9].

Lo abyecto nos remite a la disolución de las fronteras de lo materno filial, a esa fusión preedípica originaria de la que el sujeto necesita zafarse para penetrar en lo social. Sobre esta idea, Julia Kristeva construye su concepto de lo abyecto, referido a todo aquello que perturba una identidad y provocaría en el sujeto un fuerte sentimiento de repugnancia y rechazo: “No es la falta de limpieza o de salud lo que causa la abyección sino aquello que perturba una identidad, el sistema, el orden, lo que no respeta los bordes, las posiciones, las reglas” [10]. Es decir, lo abyecto es una noción desafiante, puesto que es un atentado contra la norma.

Kristeva describe la experiencia del temor primitivo a la abolición del cuerpo, en este caso a la castración y la posibilidad de quedar en la Nada, ser nada…sin identidad (masculina). Y de paso subvertir el orden establecido, entendiendo la feminidad como abyección, como alteridad amenazante en la cultura occidental y patriarcal, ya que la imagen de la mujer resulta siniestra u ominosa, por el poder que detenta. Tanto en el ámbito de la naturaleza (placer y maternidad[11]) y de la cultura (poder), condensando simultáneamente humanidad y bestialidad, protección y destrucción, amor y muerte. La mujer deviene siniestra en su resistencia a abandonar el lugar en el que la propia sociedad las ha colocado, al resistirse continuamente a renunciar al ejercicio del poder, porque está subvirtiendo “por exceso” el ideal que la sociedad le ha propugnado.

Bajo la sombra del gran Chingón. El horror del sujeto masculino es el pánico a la castración y que se resuelve en la violencia y mal trato hacia la mujer, apareciendo esa imagen fantasmagórica de lo ominoso, la sombra del gran chingón o “el hijo de la chingada”[12], como diría Octavio Paz. El “macho chingón”, resume la agresividad, la impasividad, la invulnerabilidad, es decir todos los atributos del macho: el poder y la fuerza (ese poder aislado en su misma potencia, sin relación ni compromiso con el mundo exterior) que se manifiesta como capacidad de herir, rajar, aniquilar, humillar, el macho es quien “Abre al mundo; y al abrirlo, lo desgarra”. Octavio Paz, en su análisis de la masculinidad mexicana sostiene que ese desgarro “empezó el día en que nos desprendimos del ámbito materno y caímos en un mundo extraño y hostil. Hemos caído; y esta caída, este sabernos caídos, nos vuelve culpables. ¿De qué? De un delito sin nombre: el haber nacido (Paz, 1972). Lo ominoso retorna en el verbo Chingar, revelando violencia, salir de sí mismo y penetrar por la fuerza en los otros/as.

Mientras tanto el gobierno cree que con la implementación de la “Mascarilla 19”, podría aplacar el riesgo o peligro que se encuentran las mujeres en su integridad física, psicológica y/o sexual. No asumiendo que las estrategias de defensa o de prevención ante la agresividad de lo femenino, debe apuntar a alcanzar una sociedad más equitativa y justa. No sólo transformando las condiciones materiales en que se encuentran las mujeres dentro de la estructura social, sino también cambiando las representaciones simbólicas “abyecta y ominosa”, en la cual la ubican, y no quedar reducida solo al estado maternal, sexual o consumible y que su condición de mujer no sea utilizada para perjudicar, despreciar y mucho menos violentar su ser. ¡Hay que volver a darle la vuelta al trauma singular y colectivo, ese fantasma que ronda la huella ominosa del ser… ese macho chingón!


[1] Freud, S. “Lo ominoso”. Obras completas, vol. XVII. Buenos Aires: Amorrortu, 2007, p. 215-255.

[2] Freud señala que unheimlich es, supuestamente, lo opuesto de heimlich, ya que, en una primera acepción, esta palabra tiene que ver con lo íntimo, con lo familiar y doméstico, con lo confiable, mientras que aquella que lleva el prefijo “un” vendría a ser lo desconocido, la distancia del terruño, de la casa (heim). Sin embargo, en una segunda acepción, heimlich también tiene que ver lo, secreto, con lo oculto. Heimlich, es entonces una ambivalencia, pues “pertenece a dos círculos de representaciones que, sin ser opuestos, son ajenos entre sí: el de lo familiar y agradable, y el de lo clandestino, lo que se mantiene oculto” (2007, p. 224-225).

[3] Irigaray, L. “La histeria de Platón”, Especulo de la otra mujer, Madrid, Akal, 2007, p. 223.

[4] La palabra histeria, proviene del griego que designa útero (usterion). La palabra histeria, según Irigaray puede ser el reflejo especular de la mirada masculina en el cuerpo femenino constituido como matriz.

[5] Femenías, M. L. “Sobre sujeto y género”. Lecturas feministas desde Beauvoir a Butler, Buenos Aires, Catálogos, 2000, p. 154-174.

[6] Irigaray, L. Ese sexo que no es uno. Madrid, Akal, 2009.

[7] Freud, S. 1999. Obras completas. Buenos Aires, Amorrortu, p. 93

[8] Apotropaico/ca. Dicho de un rito, de un sacrificio, de una fórmula, etc.: Que, por su carácter mágico, se cree que aleja el mal o propicia el bien.

[9] Freud, S. [1922]. La cabeza de Medusa. Obras Completas, Vol. 18. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2005.

[10] Kristeva, J. 1989. Poderes de la Perversión: Ensayo sobre Louis-Ferdinand Céline. Buenos Aires, Siglo XXI, p. 27).

[11] Maternidad entendida no solo como una fuente de una posible identidad femenina, sino también como una fuente de poder y de placer.

[12] Paz, O. 1972. Los Hijos de la malinche. El Laberinto de la soledad. Madrid, FCE, p. 31.

 

(*) Claudia Arellano Hermosilla. Académica Escuela de Antropología Universidad Academia de Humanismo Cristiano.