
La diversidad de la convergencia
Por Pablo Zúñiga San Martín (*)
Los movimientos sociales como los de la educación (pública y privada), HidroAysén y de los mineros -sólo por nombrar algunos- nos dejan de manifiesto su profunda diversidad y transversalidad: no sólo cuicos y de izquierdas, sino que bien revueltos. Los grandes ausentes son los partidos políticos, casi ni vale la pena referirse a ellos, sería como golpear a un sujeto en el suelo luego de ser atropellado.
Sin embargo, quisiera detenerme en uno de los actores nombrados, que es misteriosamente “peligroso” para la clase política: el de los estudiantes. A diferencia del resto son los únicos que hasta ahora han pedido cambios estructurales al sistema político. Este movimiento con el sólo hecho de plantear cambios a la Constitución en un momento tan vulnerable para los políticos (nótese, no la política), es de por si revolucionario. El mensaje es claro y los actores políticos tradicionales difícilmente podrán responder a esto. Sumado a ello, las tecnologías de la Información (Tics) hacen lo suyo, cualquier acto o hecho lo convierten en una realidad noticiosa instantánea, y hacen difícil capitalizarlo y convertirlo en un movimiento de masas, con orgánica, ideología y liderazgos nítidos. Difícilmente un político tradicional tomará este guante, pues quien sea el que esté ahí, se le acusará en parte como responsable de lo que está sucediendo.
Este movimiento está haciendo sangrar una de las heridas de nuestro sistema político: decidir por el modelo de democracia que realmente queremos, qué valores defenderemos, qué tan inclusiva la queremos y hasta qué punto estamos dispuestos a practicar uno de sus valores troncales como la igualdad, libertad y la justicia. Lo único que puede cambiar esto es el del Sistema Político, por lo mismo se apunta a él, ya que de éste emanan los valores que tendremos que obedecer como sociedad, las instituciones que nos regirán y las personas que ejercerán el poder, o sea, en último término ahí se forja parte de nuestra identidad como nación.
Ahora, “la institucionalidad funciona” es un eslogan que se ha escuchado más de una vez, pareciera ser la respuesta que dan los personeros de gobierno llamando en primer lugar al diálogo, pero en el actual estado de la cosas parece que apelar a ello no ha sido suficiente. Las políticas públicas que impactan en la sociedad, en esta parte del análisis de la política propiamente tal, se juzgan por los resultados, si estos son malos, los argumentos que las sustentan difícilmente convencerán; por el contrario, si son buenos, la necesidad de gastar valioso tiempo en justificarlas se hace innecesario.
Todos estos hechos están tamizados por el tema económico y es ahí donde el arte de gobernar pareciera estar ausente, más aún cuando este gobierno al asumir se plantea como un gobierno de gerentes. Es precisamente ahí donde se vislumbra la falta de proyecto futuro y de sentido de trascendencia, elemento clave al momento de pensar en un proyecto de sociedad, que se construye convocando, no sólo sacando decretos.
En definitiva, las cuestiones políticas no son sólo cuestiones tecnocráticas, son decisiones que deben provocar o solucionar un conflicto, que en su mayoría se expresan en las calles cuando las oficinas dejan de dar respuesta y cuando las instituciones en definitiva sólo funcionan pero no representan.
(*)Académico de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano
Columna publicada en El Mostrador (29/06/). Vea Aquí