La educación a distancia o cómo la crisis sanitaria reflota la desigualdad socioeducativa del país
(*) Por María José Levicán Cifuentes
No es secreta la crisis estructural que vive el sistema educativo impartido en nuestro país. Desde que se instalara la LOCE en los 80, la educación ha sido vista desde una lógica de consumo mercantil. Diversas movilizaciones a lo largo de estos años han develado las deficiencias presentes en ella; durante el año pasado pudimos ver, cómo estudiantes y establecimientos educacionales buscaban boicotear y terminar con pruebas estandarizadas como el SIMCE o la PSU, que poco y nada procuran conocer el desarrollo de un pensamiento crítico en las y los estudiantes frente a los conocimientos entregados durante sus procesos formativo-educativos. Más bien estos mecanismos suponen una lógica de reproducción en el cual se perpetúan las brechas educativas y socioeconómicas ya existentes.
La actual crisis sanitaria en la que nos encontramos desde marzo significó el cierre de los establecimientos educacionales de gran parte del país -a tan solo una semana y media de iniciadas las clases. Esto llevó, por un lado, a que las comunidades educativas tuvieran que adaptarse de manera veloz a esta nueva realidad, reformulando las formas de hacer llegar los recursos disponibles a las y los estudiantes de sus establecimientos, ya sea material educativo o alimentación, implementando turnos éticos para que este flujo no se vea interrumpido, , con profesores y profesoras debiendo generar contra reloj, material acorde a las realidades sociales de sus estudiantes, donde el rol de educador-a ha sido transferido de manera abrupta a madres, padres y/o cuidadores, llevando a las y los docentes a levantar estrategias para que quien entregue estos sean quienes habitan la casa con ellas y ellos, no existiendo seguridad en los reales aprendizajes que pudiesen alcanzar, sin olvidar responder a los requerimientos curriculares emanados desde los organismos gubernamentales.
Mientras, por otro lado, se encuentran las y los estudiantes quienes junto a sus familias debieron replegarse -en mayor, menor o nula medida- a sus hogares, develando con esto, no sólo las brechas y desigualdades existentes en cuanto a educación concierne, sino que también sacando a relucir aún más una realidad conocida pero silenciada por el desconcierto sanitario del momento. Una que atañe principalmente a los sectores populares de nuestro país, donde el participar de clases virtuales se ve dificultado o imposibilitado debido al escaso o nulo acceso a internet o computador. Así, estos niños, niñas o adolescentes también ven cómo sus madres, padres o cuidadores se encuentran en la obligación de seguir trabajando, ya que la posibilidad de una cuarentena es inexistente, “porque sin trabajo no se para la olla”, exponiéndose a diario a contraer el virus. O ven cómo estas figuras quedaron sin trabajo o una fuente de ingresos estable, mientras las autoridades aprueban “aportes”, que muy poco se acercan a las necesidades de estos grupos. Todo esto, sumado al no contar con espacios óptimos donde poder realizar las labores designadas por la escuela. Según la CCHC existen aproximadamente dos millones de personas que se encuentran en situación de déficit habitacional. Este complejo escenario, aunado a la actual estrategia de distanciamiento social que dificulta la posibilidad de interacción con profesores, compañeras y compañeros, incidirá en los aprendizajes que NNA pudiesen adquirir durante este periodo, ya que no sólo se ve afectada la manera en que reciben los contenidos, sino que también la interacción que vivencian en sus procesos de aprendizaje. Aun así, el actual ministro de Educación confirma la aplicación de la prueba SIMCE para este año, invisibilizando las realidades de un gran número de NNA, profesores y establecimientos educacionales de Chile.
La educación mercantil no resguarda reales procesos de aprendizaje que las y los estudiantes junto a sus profesores pudieran tener, al invisibilizar la realidad de NNA, familias y escuelas habitantes de sectores populares, con requerimientos -que aún en contexto de crisis sanitaria- buscan la reproducción de contenidos en lugar de potenciar habilidades socioemocionales, que aporten al actual estilo de vida y resguarden la salud e integridad mental de sus actores.
En lo inmediato es necesario reflexionar sobre los métodos evaluativos aplicados a las y los estudiantes, para que estas no sólo consideren las competencias curriculares requeridos por el ministerio de educación, siendo integradas a su vez las herramientas socioemocionales que ellas y ellos pudieran desarrollar en estos tiempos. Se hace imperante promover una educación que vele por condiciones de equidad, diversidad y bienestar de quienes en ella intervienen, desde la acción y no sólo como parte de un discurso ya conocido.
* Trabajadora Social. Ejecutora Habilidades para la vida. Escuela de psicología UAHC