La muerte de los juristas y la importancia del derecho
(*) Por Rodrigo Calderón Astete
Durante la primera quincena de agosto han fallecido dos destacados juristas chilenos, cada uno en su esfera de saber-hacer como reflejo de la pluralidad que el derecho entraña.
Nos dejó María Ester Feres, una mujer de larga, militante y profunda trayectoria en el derecho del trabajo, ex Directora del Trabajo que fue sin duda la verdadera reformadora del derecho del trabajo chileno en su obligación de quitar trabas anti trabajadores de un código que venía de la dictadura cívico militar chilena. Su actuación al frente de la Dirección del Trabajo, los históricos dictámenes por trabajadores y su compromiso con sus propios trabajadores se basaba en su saber acumulado en el estudio del derecho del trabajo, pero sobre todo en la larga vida de cohabitación con las organizaciones, necesidades y derechos de los y las trabajadoras.
Nos enteramos además del fallecimiento de Alejandro Guzmán Brito, de una larga trayectoria como profesor de derecho, pero además con una obra teórica propia extensa e intensa, reconocida y respetada dentro del mundo del derecho nacional e internacional. Sus estudios, a partir del derecho romano y la teoría del derecho, ayudaron a varias generaciones de estudiantes, abogadas y abogados a comprender que el derecho es un saber, una herramienta y un requerimiento de mirar la sociedad pensando las soluciones que lo jurídico puede ofrecer y no solo un conjunto de reglas organizadas, no solo un saber legal o jurisprudencial sino un sistema integrado y en construcción y adecuación del mismo a la sociedad en la que se construye y ejerce.
Ese destello en ambos casos, nos deja lecciones de cuanto puede un saber y a su vez choca con las oscuridades con que topa y contra las cuales disputó, y se espera que ese campo de tensión no disuelva sus aportes en la opacidad de aquello que enfrentaban.
De ambos debiéramos aprender que el derecho es un saber que no solo mira la realidad o la interviene, sino que la crea y se juega su propia potencia en esa creación. Que el derecho nunca es solo lo dado sino los usos de sus fundamentos, sus razonamientos, sus instrumentos; que el derecho está allí no para repartir las reglas que alguien escribió sino para dar cuenta de su pertinencia, de su eficacia, de sus alcances. El Derecho es un saber puesto en juego incluso cuando parece análisis, que sirve a intereses, usos y posibilidades y que ello requiere un conocimiento profundo e interesado, y un compromiso de llevar adelante las conclusiones que quien lo ejerce. Los juristas que mencionamos dejan esa huella, una obra, una que en un caso incidió en la realidad y pugnó contra una razón económica para abrir espacios para los derechos y la dignidad de los trabajadores; otra que ratificó permanentemente la necesidad de no reducir el derecho a leyes y reglas sino de hacer de él un instrumento de civilización.
De esas visiones del derecho y las instituciones, no los aparatos, es preciso rescatar además la importancia del jurista, del que piensa el derecho y mira el punto de su concepción hasta el de su aplicación y genera no solo conocimiento sino condiciones de desarrollo y de posibilidad. Sobre las reglas los principios, la organización de una forma de solución que permita a las sociedades cumplir los objetivos que van más allá del intercambio, sino que las hacen un momento de civilización, cultura efectivizada y de respeto por quienes la forman.
La trayectoria de los juristas importantes siempre deja a la vista esa estela: o regulación mecánica para el funcionamiento de estructuras en favor de algunos o razonamiento para el desarrollo de todos, o al menos de muchos.
De allí puede extraerse la importancia misma del derecho. Puestos en el largo plazo los elementos que forman el saber humano, transitando en paralelo con los paradigmas, las ideologías, las concepciones de ciencia, el derecho en tanto perspectiva de saber hacer ha estado allí y sigue estado como necesidad de establecer cuerpos normativos que sirvan a las sociedades y que en la medida que estas demandan conocimiento y participación, el derecho no se trata solo de datos o de este saber reglamentarista mínimo y lleno de instrucciones, memorándums, políticas de empresa bajo la forma de reglamentos y protocolos de lógica gerencial y burocrática en que ha devenido el uso de las normas en el periodo de la masificación neoliberal.
A la hora de definir una organización amplia de lo social, una formación que vaya de las estructuras del derecho político a los usos de las comunidades y lugares y la extensa y poblada meseta de la sociedad y las instituciones, que no se agota en los cuerpos intermedios de contenido economicista y corporativista a que se quiso reducir la sociedad en el periodo constituyente del que requerimos salir, en todas esas etapas y lugares el derecho adquiere una importancia que hasta ahora ninguna otra disciplina de las que intervienen la sociedad ha sido capaz de dar a la vez de manera abstracta y concreta, la de recordar que sobre la técnica y la metodología siempre radica una mirada de cuál es la línea que separa la tecnología de la cultura, esto es, la civilización de la mera ejecución de tareas.
De allí que el derecho importa. Por eso y el recuerdo de lo que estos y otros juristas nos recuerdan, las escuelas de derecho no pueden ser solo una oferta más en la parrilla académica de las universidades, una actividad de tiza y pizarrón que agrupa abogados que saben una fracción de las leyes y ramas del derecho y las traspasan, las entregan más o menos memorísticamente para un uso ritualizado y mecánico de leyes, las decisiones y sistemas normativos por actores que solo ejecutan, como ordenados por decisiones ya probadas pero no razonadas, que producen riqueza pero ni la reconducen ni redistribuyen aunque en apariencia mantengan el orden social. Por eso es que la escuelas de derecho no pueden ser cajas registradoras ni repetidoras sino que requieren lo que el saber necesita: dedicación a la producción de conocimiento, tiempo para estudiar ese conocimiento y general mecanismos de aplicación razonable del mismo, respeto por la disciplina, por los profesores y estudiantes y ello pasa por tratarlas como el lugar donde se producen juristas, abogados y operadores jurídicos, cada uno en su rol relacionado, por entender que una vez se ha decidido tener una son lugares que requieren invertir en ellas y no solo usufructuarlas.
De lo contrario habrán muerto los juristas, muere el derecho y con ello la posibilidad de hablar de esas cuestiones banales como derechos, inclusión, justicia y necesidades. Y con esa muerte ganan quienes creen que los conocimientos humanos se agotan en metodologías de intervención social o de maximización económica y que a veces se parecen demasiado.
Que juristas como María Ester Feres y Alejandro Guzmán Brito nos inspiren y nos amparen de ello.