La unidad en la diversidad

La unidad en la diversidad

Por Luis Pacheco*

En estos días previos a la asunción de Michelle Bachelet al gobierno, acompañada de la Nueva Mayoría, se ha levantado cierta polémica dentro de este sector político, tal vez, aunque no como única causa, porque no estamos habituados a que la diversidad pueda aparecer como una unidad política sociocultural con dimensión de futuro, que nos entregue identidad como país y como sociedad, a partir precisamente de esa diversidad a la que hacemos referencia.

Venimos saliendo con muchas dificultades de un mundo definido por criterios y visiones hegemónicas, en el que mientras más igual se es, mucho mejor para el conjunto de la sociedad. Esta pretensión cultivó el racismo, la segregación religiosa, la descalificación moral y ética, la definición de lo bueno y lo malo, de lo razonable y no razonable; en definitiva, de aquello que la mayoría definía como lo mejor para todos, porque era lo mejor para los grupos y sectores dominantes. Todavía queda mucho de ello en el mundo nuevo que nace en forma inevitable. Todavía es difícil concebir que lo bueno, que lo justo, que lo necesario, tiene diversas versiones que muchas veces son muy distintas de lo que algunos sectores piensan qué es precisamente lo bueno, lo necesario y lo justo. De alguna manera el mundo se asombra cuando el papa Francisco dice “y quién soy yo para…” descalificar, condenar las opciones diferentes, etc. La opción válida y profunda desconcierta a los que no reconocen el valor y la necesidad de lo diverso, de lo distinto, de lo opcional.

Mucho de conservadurismo tradicional contienen los rechazos de algunos grupos a la presencia del partido comunista en la Nueva Mayoría con posibilidad de ocupar cargos de gobierno. Sin duda, son los mismos que pensaban que hay una religión verdadera, olvidándose que todas las religiones son definidas como “verdaderas”. Esto es olvidar que el pueblo humano, que el ser humano, es uno solo. Naturalmente diverso, esencialmente diverso, maravillosamente diverso.

El desafío político de hoy, demandado por la ciudadanía, no tiene color partidario como opción preferente. Tiene el nuevo color ciudadano, el color de la ciudadanía diversa, el color de la ciudadanía que se une más allá de la opción partidaria, para defender una causa, para proponer una causa, para buscar reconocerse como miembros de una sola sociedad. Un Chile diverso donde todos caben, un Chile diverso que no discrimina, un Chile diverso que no condiciona. Un Chile diverso que solo deja fuera al que pretende hacer una forma de hegemonía que signifique la eliminación del otro, el aplastamiento del otro o el menoscabo social; ética y moral de todo lo que no son.

De acuerdo lo anterior la democracia que la ciudadanía espera construir debe organizar derechos y deberes desde la diversidad y para la diversidad. El Estado debe ser motor de una sociedad solidaria, debe garantizar el interés social, político y económico de esta diversidad rica y positiva. Este interés social es una expresión de intereses concretos, de tal manera de traspasar toda nuestra realidad estructural para convertir la solidaridad en un sostén potente de la diversidad y al Estado en un garante natural de la solidaridad intrínseca del género humano, única manera de superar la exacerbación del individualismo.

El miedo al otro, el miedo a la libertad en diversidad, es el miedo que después justifica o podría justificar las tendencias autoritarias en el mundo; y también el ejercicio del poder, no fundamentalmente como un sistema de arbitraje de intereses, sino como la imposición de una hegemonía de un grupo gobernante, que en esa dimensión comienza a tener ciertos perfiles de autoritarismo.

Qué bueno que estén los comunistas, qué bueno que estén los democratacristianos, qué bueno que estén todos los que están. Y qué bueno que en la construcción de este Chile solidario otros también quieran estar. Sin diversidad no hay derechos humanos.

*Director de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales U Academia de Humanismo Cristiano

Artículo publicado en El Mostrador