Lanzamiento de  “Vivir en una Reserva Mundial de la Biósfera”_Antropólogo Guillermo Brinck aborda el conflicto de habitar un paraíso ecológico

Lanzamiento de “Vivir en una Reserva Mundial de la Biósfera”_Antropólogo Guillermo Brinck aborda el conflicto de habitar un paraíso ecológico


Con la intención de difundir problemáticas ecológicas, biogeográficas y socioculturales de las islas de Chile, el Laboratorio de Investigaciones Insulares (ISLab) de la UAHC publicó “Vivir en una Reserva Mundial de la Biósfera. Cultura y Conservación de la Biodiversidad en la isla Robinson Crusoe, Archipiélago Juan Fernández”, de los autores Guillermo Brinck y Juan Torres de Rodt.

El texto, presentado por Fernando Baeriswyl, director del GEF/MMA/PNUD y Raimundo Bilbao, director de Fundación Casa-Isla, da cuenta de un trabajo cualitativo que explica diversos conflictos de conservación en el archipiélago en que conviven los intereses de una población de cerca de 900 personas con el carácter de una reserva natural mundial. “Vivir en una isla donde los enormes cerros forman otra barrera natural además del mar es algo que forma un carácter”, explica Bilbao. Algo que Baeriswyl complementa con la permanente rivalidad entre isleños y los continentales a quienes se les conoce como los “plásticos”.

Brinck se declara un enamorado de esas islas donde la gente se saluda cuantas veces sea necesario en un mismo día y persiste en cazar o pescar su comida. “Hay algunas dificultades  generadas por la administración de la zona y los habitantes que tensionan la posibilidad de llevar a cabo proyectos de conservación. Hay resistencias y conflictos que se basan en prohibiciones que se han implementado paulatinamente por parte de la administración del parque y que los isleños no comparten”, señala Brinck sobre restricciones como el libre tránsito por algunos senderos o la utilización racional de recursos forestales y de la flora en general.

El libro busca esclarecer una particular visión de los pobladores de la isla sobre la paradoja de quienes protegen a ultranza sus mares, pero que relativizan el cuidado de sus bosques, dice el antropólogo. “La relación que los fernandecianos tienen con los ecosistemas marinos es mucho más comprometida que la que mantienen con los terrestres porque ellos son eminentemente pescadores. Esa es la razón de que los ecosistemas terrestres hayan sufrido una gran depredación”, reitera Brinck sobre una “visión socializada” de la naturaleza.


Para los habitantes del archipiélago, por ejemplo, una especie endémica como el lobo marino –que les dificulta la actividad de pesca- es visto como una especie nociva en tanto que el chivo, introducido antes de la presencia de cualquier asentamiento humano, no es considerado una animal invasor (que se alimenta de plantas endémicas) o vegetales introducidos como el maqui o la murtilla que proveen de alimento y otros usos a la población, pero que ahogan el crecimiento de otras especies nativas. “Esta visión naturalizada de la sociedad es algo que se ha aprendido de los continentales. El libro menciona otros aspectos de esa relación isleño-continental como la migración de chilenos”, explica el autor.

-¿Cómo el resultado de esta investigación podría traducirse en políticas públicas que mejoren las condiciones de vida de los isleños y de a protección de su biodiversidad?
-Creo que lo primero y principal es reconocer la existencia de las poblaciones isleñas como parte del ecosistema y como actores relevantes, pero no sólo en términos de consulta sino de participación y la toma de decisiones.  El conocimiento de los fernandecianos sobre su territorio es algo que no se debe ignorar a la hora de administrar un parque nacional. Vivir en una isla es algo que hace que la gente no se pueda desplazar hacia otros lugares o mitigar los problemas como en el continente. Por eso este tipo de desavenencias  proliferan más rápido. No tomar en cuenta esas visiones es un error que ya se ha cometido en Chile en otras ocasiones . Piensa en Hidroaysén, donde las empresas perdieron millones y millones de dólares por no escuchar a una población que se resistió desde un inicio. En tal sentido, esa podría ser una ventaja de vivir en una isla: la posibilidad de poder expresar un punto de vista claro y unificado desde antes que se vuelva crítico. Una especie de alerta temprana.