Las Personas en Situación de Calle y la recuperación de la dignidad
(*) Por Nelson Arellano Escudero.
Recientemente se realizó la ceremonia de colocación de la primera piedra del “Mausoleo y Memorial Dignidad” en el Cementerio General. En este espacio, se acogerán los restos mortales de Personas en Situación de Calle cuyo destino habitual ha sido, hasta ahora, tumbas temporales o la fosa común. A partir de esta iniciativa, se cambia la historia no solo de esas personas, si no también de una nación en que se comienza a recuperar la dignidad de la memoria de personas que vivieron la violencia de la indiferencia y la brutalidad de la exclusión.
Sin embargo, este mausoleo aún es un proyecto. Para que sea una realidad debemos mirar los 40 años por delante de esta labor y poner una ruta distinta al itinerario de los cuerpos que, de acuerdo al Reglamento General de Cementerios vigente desde 1970, en su artículo 37, define a la fosa común como “un depósito destinado a la inhumación de cadáveres de indigentes, de restos humanos no reclamados”. Es, a la vez, un memorial porque recupera el nombre, la historia y los padecimientos de personas con derecho a ser recordadas pero que, además, cuya memoria, ahora presente, hará expreso un mensaje acerca de los deberes sociales y de Estado que han sido incumplidos.
Como nos enseñara Elikura Chihuailaf en su “Recado confidencial a los chilenos” (pág. 38), recogiendo la sabiduría Wayuu: “Nosotros morimos tres veces: la primera en nuestra carne, la segunda en el corazón de aquellos que nos sobreviven y la tercera en sus memorias.” La memoria, por tanto, no es solo un deber, si no más bien una forma de vida. El habitar de los/as muertos/as en la ciudad, le otorgará un lugar de dignidad a las personas en situación de calle quienes no son ni podrán ser de ahora en más simples entidades desconocidas, olvidadas o ignoradas.
Los datos de la Fundación Gente de la Calle, a cargo del mauseoleo, indican que vivir en la calle resta unos 20 años de esperanza de vida a las personas que pasan por esta situación. Se debe agregar que, de acuerdo a los resultados de un estudio sobre el itinerario de los cuerpos muertos de personas en situación de calle, elaborado por la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y el doctorado DETLA en conjunto con la Fundación Gente de la Calle, hemos podido constatar que el Estado de Chile no cuenta con mecanismos para distinguir si un/a fallecido/a se encontraba en situación de calle. Hasta ahora, en el primer cuarto del siglo XXI no se conoce el dato, pero tampoco hay manera de conocerlo con certeza.
Hasta ahora, las personas que se encontraban en una situación vital de tal grado de catástrofe que el llamado lazo social, es decir, aquello que nos vincula afectivamente con quienes nos mantienen bajo cuidado, se había diluido, desaparecido o fracturado; quedaban a la deriva de las voluntades personales e institucionales para que su cuerpo ya sin vida tuviera su recorrido funerario. No es difícil entender entonces que la muerte de estas personas sea un llamado urgente a recuperar la dignidad de ellos/as y de todos/as.
El pueblo de Chile conoce muy bien de este tipo de desafíos: alguna vez este fue el país más afectado en el mundo por la mortalidad infantil. Hubo en alguna ocasión una mesa de bienvenida para refugiados de las guerras europeas donde compartieron Eduardo Cruz Coke y Salvador Allende Gossens. Además, así nacieron las mutuales: la organización obrera para darle entierro digno y una pensión a las familias del trabajador que había fallecido sin tener alguna mínima seguridad social ni del empleador ni del Estado.
El tiempo, la memoria y la historia nos dirán si este siglo XXI será el momento en que Chile logre erradicar la situación de calle. Por ahora, este mausoleo es la nave donde se acogerá a los/as náufragos/as del río Leteo, el río del olvido, para hacer de ellos/as nuestros/as refugiados/as. Entre todos/as debemos acogerles.
Esa dignidad de la muerte, por tanto, es un punto de partida para hacernos cargo de la dignidad de la vida y la necesidad de transformar este fenómeno de violencia estructural sobre el que ya no se puede guardar silencio y ante el cual se debe actuar de manera conjunta, con la colaboración de todos los sectores sociales, políticos y económicos de toda la geografía nacional porque, definitivamente, no podemos aceptar que la calle sea un lugar para vivir.
(*) Dr. en Sustentabilidad, Tecnología y Humanismo, profesor Instituto de Humanidades UAHC.