
León XIV, entre la ciudad de Dios y la ciudad terrena
Como estadounidense, el Papa León XIV podrá relacionarse con Trump de manera muy directa, como un connacional cuando le convenga, pero como jefe de Estado extranjero de manera oficial.
Columna del rector Álvaro Ramis, publicada en El Mostrador.
La elección del cardenal Robert Francis Prevost, estadounidense y exsuperior general de la Orden de San Agustín, como el 267.º Papa de la Iglesia católica, es un hecho de enorme relevancia. Quedan claras las prioridades del colegio cardenalicio, que lo escogió muy rápidamente.
De forma inequívoca, es un continuador de la reforma bergogliana, lo que se evidenció en su primer discurso en la plaza de San Pedro. Su palabra más repetida fue un continuo “tutti, tutti, tutti”. Un “todos” que augura un programa esencialmente incluyente, opuesto al programa de exclusión y condena de los inquisidores de siempre, y que aborda frontalmente el problema de las fronteras, los muros, los supremacismos étnicos, culturales y religiosos.
El Papa Francisco lo había designado en el estratégico Dicasterio para los Obispos, un punto decisional neurálgico en el que se selecciona al episcopado mundial. Por ello, Prevost conoce con minuciosidad milimétrica el estado de la Iglesia en todo el mundo, incluso en los lugares más remotos y apartados de Roma.
Por otra parte, es un norteamericano que había ejercido casi toda su labor pastoral en América Latina durante muchos años. Ha pasado la mayor parte de su vida en Chiclayo, en el Perú profundo, por lo que no tiene una mirada superficial ni idealizada de nuestra región, y sabe de la necesidad de conectarla con el mundo. Esta perspectiva, entre lo local y lo global, lo relaciona con Francisco, en continuidad con una tradición teológica latinoamericana que encuentra su fuente de inspiración en la opción preferencial por los pueblos pobres y olvidados. No es extraño que haya escogido el más que evidente nombre de León XIV, en referencia al Papa que, en la encíclica Rerum Novarum, fundamentó las bases de toda la Doctrina Social de la Iglesia Católica a fines del siglo XIX.
Como agustino, Prevost sabe que su rol como pontífice transitará entre la Civitas Dei y la Civitas Terrena. Es el líder de una confesión religiosa de más de 1.400 millones de creyentes, pero a la vez es el jefe de Estado de la Santa Sede, un territorio minúsculo que posee embajadas, universidades, colegios, hospitales y muchos otros puntos de apoyo institucional en todo el planeta. Entre la ciudad terrena y la ciudad de Dios hay una delgada línea que León XIV deberá transitar con cuidado.
El tiempo que deberá enfrentar está altamente polarizado. Es probable que los cardenales hayan descubierto en su figura una manera de reposicionar al Vaticano como un global player en el contexto actual, marcado por las abiertas presiones imperiales de Donald Trump, su pugna con China y el horror inenarrable de las nuevas guerras convencionales en Ucrania, Palestina y tantos otros contextos olvidados.
Como estadounidense, el Papa León XIV podrá relacionarse con Trump de manera muy directa, como un connacional cuando le convenga, pero como jefe de Estado extranjero de manera oficial. Prevost es un norteamericano que puede hablar y entender la lógica de la Iglesia de ese país, que en la actualidad es el principal donante de la Santa Sede. Pero lo hará conociendo muy claramente los efectos que la política internacional de esa potencia ha generado en el Sur Global.
Por otra parte, podrá enfrentar a los cardenales y obispos más reaccionarios, que hoy están en su mayoría en EE. UU. Son ellos quienes hicieron la vida difícil a Francisco. Prevost conoce las maniobras de los cardenales Burke, Dolan y varios otros que no dudaron en confabularse con Steve Bannon y J. D. Vance para intentar derrocar a Francisco por medio de fake news infames, financiadas generosamente por los mismos millonarios que sostienen el movimiento MAGA, base de apoyo de Donald Trump.
En su obra fundamental La ciudad de Dios, San Agustín afirma: “La paz pública es el fin de la existencia temporal en la que aún no se puede alcanzar la paz eterna, felicidad verdadera que solo es posible en la Ciudad Celeste”. Es todo un manifiesto de realismo político que seguramente guiará a Prevost. La paz perpetua, en el modelo kantiano, no es posible, al menos en la ciudad terrena. Lo que se requiere es una paz urgente, menos ambiciosa, pero basada en reglas justas, multilaterales, fundadas en la idea agustiniana de que “la guerra es el castigo de la injusticia”.
Como agustino, seguramente Prevost desconfía de la bondad natural del ser humano. Más bien comprende la profundidad del lado oscuro de nuestra condición. Por eso, no creo que veamos en él un discurso idealista como el de Francisco, sino que pondrá énfasis en la gestión de lo concreto. Algún día triunfará la Ciudad de Dios sobre la ciudad terrena, pero, mientras tanto, hay que vivir el día a día, porque no tenemos certeza de la llegada de un día final. De allí que el ser humano deba realizarse en esta ciudad terrena, de la cual todos y todas somos constructores.