Los derechos de los migrantes en la Nueva Constitución

Los derechos de los migrantes en la Nueva Constitución

(*) Por Álvaro Ramis

Previsiblemente, la retórica del odio y la criminalización en contra de los y las inmigrantes ha llegado a Chile. Siendo un recurso usual de la derecha, tanto en Europa como en Estados Unidos, sólo era cuestión de tiempo para que nuestra derecha local asumiera el mismo discurso que suele ser premiado electoralmente en otras latitudes. Si bien no es la primera vez que se trata de instalar ese tipo de argumentos, las declaraciones del presidente Sebastián Piñera, que ha afirmado que la inmigración importa la delincuencia y que “muchas de las bandas de delincuentes son de extranjeros”, sobrepasó todos los límites discursivos que hasta la fecha se habían registrado en el ámbito político. Lejos de abordar de manera reflexiva los innumerables dilemas y complejidades que implica la migración, Piñera optó por la carta reduccionista, que despierta las sensibilidades y conductas más peligrosas.

Siguiendo a Rene Girard, la criminalización de los y las inmigrantes genera una dinámica social de violencia que se explica bajo la lógica de la “mímesis” o imitación social. El deseo mimético, como motor oculto de la cultura, impulsa en las sociedades una propensión al conflicto, en tanto los seres humanos solemos tomar como modelo lo que otros valoran: bienes, pareja o fortuna. A este anhelo Girard lo llama la “rivalidad mimética”, propensión que genera desequilibrios individuales y sociales por la inevitable frustración que crean estos deseos no consumados. Pero esta frustración, que late en el fondo de toda sociedad, puede encontrar un cauce de expresión cuando se produce la elección de un “chivo expiatorio” al cual achacar la causa del desorden y el malestar. Este chivo expiatorio puede ser una minoría étnica (gitanos, judíos, musulmanes, indígenas) político-cultural (masones, disidentes, comunistas, rebeldes) o un actor más difuso, como pueden ser los inmigrantes. Lo gravitante es que la existencia de esta minoría criminalizada genera la necesidad de su “sacrificio expiatorio”, como salida a la escalada de violencia desatada por la rivalidad mimética.

Para Girard, este ciclo violento se basa en arraigadas tendencias a enfocar los odios colectivos en un solo actor, que pasa a ser considerado el responsable de toda o buena parte de la crisis de convivencialidad de la sociedad. De esa forma, la comunidad hegemónica simplifica cognitivamente su interpretación del malestar propio de la convivencia humana. En el primer momento, el sacrificio del chivo expiatorio permite el fin de la crisis, especialmente si la elección del actor criminalizado ha sido masivamente legitimada por la población mayoritaria. Sin embargo, al poco tiempo las rivalidades vuelven a comenzar después de cada evento sacrificial, porque la sociedad vuelve a identificar nuevos objetos que suscitan nuevos deseos, los cuales provocan a su vez nuevas rivalidades que exigen ser calmadas a través de nuevos sacrificios, de nuevos chivos expiatorios.

La realidad de la migración en Chile

Según los catastros disponibles, la población migrante ha aumentado en los últimos años, llegando a 1.462.103 personas al 31 de diciembre de 2020 según el INE. Pero el ritmo ha bajado, ya que sólo 11.770 extranjeros se establecieron en el país el año pasado, representando una importante baja frente a los 242.157 que llegaron el 2019. La cifra real es superior ya que la población migrante indocumentada no es fácil de contabilizar, pero en todo caso es una cifra muy lejana al 10,6% de Bélgica, al 12,3% de España o al 8,8% de Alemania. Sin embargo, la evolución de esta cifra de inmigración posee algunas características que la hacen compleja: se trata de una evolución muy rápida y con fuerte concentración en algunas regiones (Metropolitana, Arica y Parinacota, Tarapacá y Antofagasta) y dentro de esas regiones, en algunos barrios y comunas (Alto Hospicio, Quilicura, Recoleta, Independencia, Quinta Normal, sólo a modos de ejemplo). Y aunque la mayoría de las comunidades es hispanohablante, en algunos casos existe una barrera idiomática a salvar, como es el caso de la creciente inmigración haitiana.

Chile es un polo de atracción de migrantes, principalmente de América Latina, por dos factores simultáneos: Los centros de atracción tradicionales (Estados Unidos, Europa) han cerrado sus fronteras por medio de políticas cada vez más restrictivas, lo que ha reorientado los flujos migratorios hacia países con un acceso más fácil y con oportunidades laborales. Y en ese marco, Chile muestra una relativa estabilidad económica y política, junto a oportunidades de empleo, relativamente mejores en relación con los países de origen. Instalada esta nueva realidad, dos discursos parecen competir por hegemonizar la interpretación del fenómeno, de modo peligrosamente reduccionista.

La ceguera del enfoque neoliberal

Una forma de abordar la realidad migratoria se identifica con un enfoque que celebra la globalización por la apertura de fronteras para el capital y para las personas. En ese marco, el único problema que se puede identificar en Chile es que las cifras migratorias todavía son muy bajas. Es lo que expresa el análisis de Ricardo Hausmann cuando sostuvo: “¿Por qué Chile no crece? Porque está lleno de chilenos”. Y propone un dato indesmentible: “La falta de inmigrantes en Chile puede explicar parcialmente la escasez de emprendimiento, innovación y diversificación. Los pocos coreanos a quienes se les permitió la entrada, contribuyeron a revivir la industria textil chilena”.

Sin embargo, Haussman y el enfoque neoliberal olvida los aspectos problemáticos: la inmigración a Chile se da en el marco de una sociedad con una precaria institucionalidad laboral y social, donde la falta de normas permite la sobreexplotación de los y las migrantes y el desplazamiento de la fuerza laboral local. A la vez, lleva a la población más pobre a competir por servicios y subsidios sociales altamente saturados en salud, educación, vivienda, etc. Y abandona los problemas de la integración cultural a la espontaneidad del mercado. De esta forma, al negar una serie de dilemas asociados a los Derechos Humanos, este enfoque termina negando la necesidad de abordar críticamente un fenómeno social que no puede quedar abandonado al libre juego global y al multiculturalismo light.

La brutalidad del nacionalismo identitario

En parte, la ceguera conceptual de los neoliberales a los problemas sociales inherentes a la migración da alas a los discursos de los nacionalistas identitarios. Un campo de ideas -y, sobre todo- de pasiones y sentimientos, que es caldo de cultivo de políticos sedientos de votos. En ese marco, la dinámica del chivo expiatorio adquiere fuerza y es alimentada por la inacción del Estado en temas claves: regulación laboral, combarte a las mafias que trafican inmigrantes, refocalización de las políticas públicas diseñando intervenciones sociales, planes de interculturalidad e integración en educación, cultura, salud, vivienda, comunicaciones, etc.

La vida actual de los y las chilenos/as, bajo los marcos de un Estado neoliberal, produce, en términos de Ruiz y Boccardo, un “malestar que se relaciona con condiciones de vida privatizadas hasta el extremo”. Se trata de un malestar estructural y endémico en el marco de una tendencia al individualismo y el consecuente debilitamiento del espacio público. Por este motivo existe un riesgo objetivo si algún actor político trata de convertir a los inmigrantes en el chivo expiatorio de este malestar histórico.

La agenda de los Derechos Humanos

Para las organizaciones de migrantes este contexto amerita el reconocimiento de sus derechos en la Nueva Constitución. La actual legislación migratoria carga con disposiciones anacrónicas y el influjo de la dictadura militar, que legisló en esta materia bajo la lógica de la “doctrina de la seguridad nacional”. En ese contexto, la Junta Militar consideraba que los inmigrantes podían convertirse en un “enemigo interno”, por lo cual se debía ante todo dificultar su integración a la sociedad. La causa principal de la vulneración de estos derechos es la ausencia de una política nacional integral que garantice a todas las personas un pacto social común, independientemente del lugar de nacimiento y país de residencia.

En tiempo de elecciones abundan los candidatos y candidatas que están buscando que los y las migrantes sean chivos expiatorios de los malestares de nuestra cultura. Pero para frenarlos no sirve adherirse a un enfoque neoliberal que evada los problemas concretos. Se requiere un cambio constitucional de fondo, incorporando la voz de los implicados de manera activa y protagónica.

(*) Rector Universidad Academia de Humanismo Cristiano