Los desastres no son naturales, son culturales: la educación como paso ineludible

Los desastres no son naturales, son culturales: la educación como paso ineludible

(*) Por Cristian Araya, Francisco Abarca y Fabián Lizana.

Columna publicada en Le Monde Diplomatique

Esta columna no se escribe a propósito de un hecho o desastre en particular reciente, más bien, intenta poner en relevancia un importante problema cultural de nuestro país y que debe ser constantemente recordado. Históricamente hemos sido reactivos a la hora de enfrentar y convivir con fenómenos naturales, trayendo con esto trágicas consecuencias en términos de pérdidas de vidas e infraestructura (Rinaldi y Bergamini, 2020).

Considerando lo anterior, desde la academia y desde ciertos sectores de la sociedad civil, se trata a los desastres generados por fenómenos naturales desde un solo corolario: “Los desastres no son naturales”. Esta manera de reflexionar sobre los múltiples problemas que genera convivir con amenazas tales como terremotos, tsunamis, movimientos en masa, inundaciones, etc., conlleva a la razonable idea de que debemos prevenirlos. Si bien recientemente la normativa nacional asociada a la gestión de los riesgos de desastres cambió con la intención de migrar desde un sistema reactivo a uno preventivo (Ley 21.364 de 2021), esta requiere permear y hacerse “viva” tanto en los agentes del estado como en los ciudadanos. Este último paso, más que necesario, es ineludible.

Sin embargo, cambiar una norma no garantiza que se modifique una conducta arraigada a nivel cultural, por lo que se requiere de un plan nacional integral que genere el golpe de timón necesario para la reducción del riesgo de desastres. La discusión académica en Chile ha explorado distintas propuestas y métodos para el abordaje del problema, inclusive llevándola hasta la perspectiva ética (ej. Araya-Cornejo, Lizana y Abarca, 2023). Sin embargo, a pesar de los distintos enfoques existe un importante consenso: la educación debe ser no sólo un gran pilar, sino que la piedra angular para una estrategia nacional exitosa. Y es que existe una relación inherente entre la cultura y la educación tanto formal como informal (Gay, 2000; Di Girolamo, 2005).

Simplemente, la educación en este contexto es la manera más rápida y económica de reducir la vulnerabilidad de la población ante las amenazas naturales. Y es que no sólo tiene efectos directos como un aumento en las habilidades cognitivas para la resolución de problemas, propiciando también conocimientos mejorados y mejoramientos en la percepción del riesgo; sino que también, provoca otros efectos indirectos como un aumento del capital social, la democratización del acceso a la información vital y la reducción de la pobreza (Muttarak y Lutz, 2014). Solo desde una perspectiva con enfoque en la educación se podrá comenzar a cumplir con el leitmotiv o espíritu de la nueva normativa, que nos lleve al tan anhelado cambio hacia una sociedad de cultura preventiva.

Idealmente, la estrategia educativa debe enfocarse inicialmente en la primera infancia pensando a largo plazo. De igual modo, en este caso en particular, donde se pone en juego la vida de millones de personas, debemos intentar el “caminar y masticar chicle a la vez”. Por lo mismo, deben realizarse esfuerzos para abarcar a toda la población incluyendo los migrantes que son los que menos tiempo llevan conviviendo con las múltiples amenazas naturales existentes en Chile. Avanzar en lo anterior hará que situar una sala cuna, colegio, infraestructura dedicada a los cuidados para la tercera edad, o hospital, en zonas de riesgo como ocurre hoy, en cabeza de todos, sea considerada una “aberración”. O vivir en zonas expuestas a amenazas naturales sin la debida preparación ni con las medidas de mitigación adecuadas sea “impensado”.

Ahora bien, para lograr lo anterior, debemos superar grandes limitantes y al menos hay dos críticas. Aunque suene obvio, el primer gran problema para el cambio cultural, la primera gran piedra en el zapato es la propia historia y cultura chilena respecto de los desastres. La paradójica relación desastres-Chile se ha tornado tóxica al nivel de que nos resistimos a prevenir. Somos culturalmente reactivos por “naturaleza”. Desde antes de ser estado-nación, o incluso, desde antes de la llegada de los españoles, hemos convivido con amenazas naturales (ej. la tradición oral de Trentren y Caicai Vilu), pero nunca adquirimos una estructura mental colectiva preventiva y tampoco hemos aprovechado los saberes ancestrales de nuestros pueblos aborígenes sobre el tema. No sólo somos reactivos, sino que frecuentemente respondemos tarde y muchas veces mal, dejando el camino abierto para el siguiente desastre.

Como dice una frase que se le atribuye a Napoleón “La educación de un niño comienza veinte años antes de su nacimiento, con la educación de sus padres”, es decir, la educación es una cuestión intergeneracional y lamentablemente es nuestra segunda gran piedra en el zapato. Tenemos un problema estructural en el sistema educativo. Esto lo podemos llevar a todos los niveles, pero seguramente el origen es la primera infancia y la etapa escolar. Como antecedente, cambios recientes en nuestro sistema educativo escolar ha provocado una reducción de los contenidos asociados a los riesgos, instalando la precariedad en los saberes ligados al conocimiento de la geografía de Chile, entre los que se encuentran los saberes respecto del espacio y nuestras amenazas naturales (Abarca y Lizana, 2020). Este es nuestro talón de Aquiles y se debe subsanar más que prontamente. Sin dejar de lado otros grupos etarios (con las dificultades que esto implica), debemos apostar al mediano y largo plazo si queremos resultados seguros.

Romper con la inercia cultural parte con una real reforma en la estructura educativa del país y es el primer gran desafío para un sistema preventivo. Dependerá de nosotros mismos, de la academia, la política y la ciudadanía, reaccionar esta vez a tiempo, reaccionar para prevenir. La lucha es cultural y apremia. La educación de nuestra población como paso transformador para el cambio cultural es vital, por lo tanto, ineludible.

Bibliografía

Abarca, F., & Lizana, F. (2020). “Educación sobre riesgo de desastres. Métodos didácticos en la enseñanza sobre tsunamis en Chile”. Revista De Geografía Espacios, 9(18), 55-69. https://doi.org/10.25074/07197209.18.1555

Araya-Cornejo, C; Lizana, F. & Abarca, F. (2023). “Un principio ético para la Gestión de Riesgos de Desastres Socionaturales en Chile: aportes desde una mirada geográfica”. Estudios Socioterritoriales. Revista De Geografía, 33, (EN PRENSA).

Di Girolamo, C. (2005). “Cultura, educación y universidad”. Universum (Talca), 20(1), 297-308.

Gay, G. (2000). “Culturally Responsive Teaching: Theory, Research, and Practice”. New York, NY: Teachers College Press.

Muttarak, R., & Lutz, W. (2014). “Is education a key to reducing vulnerability to natural disasters and hence unavoidable climate change?”. Ecology and society, 19(1).

Rinaldi, A., & Bergamini, K. (2020). “Inclusión de aprendizajes en torno a la gestión de riesgo de desastres naturales en instrumentos de planificación territorial (2005-2015)”. Revista de Geografía Norte Grande, (75), 103-130.

(*) Geógrafo de la Universidad de Chile y Máster en Gestión Ambiental de la Universidad de Santiago de Chile. Profesor de Historia y Ciencias Sociales, Magíster en Geografía de la UAHC. Geógrafo y Profesor de Historia y Ciencias Sociales de la UAHC. Magíster en Geografía y Geomática, Universidad Católica de Chile.