Masculinidades y la barba

Masculinidades y la barba

(*) Por Devanir da Silva Concha


Columna pubicada en El Dínamo

Es bastante sabido que, en términos religiosos, ciertos aspectos –en este caso el pelo– están asociado, o se le asocia, a una condición específica de l@s sujetos. En el caso de lo femenino, o las mujeres, las culturas religiosas del medio oriente, de donde proviene el cristianismo, se asocia el pelo femenino con lo seductor y por lo mismo por el peligro, y también ahí hace sentido de que la culebra esté asociada a lo femenino a una herramienta “del diablo”. Ahora bien, más allá de que todo se pueda asociar al diablo, según ocasión, es importante destacar que esa visión de lo femenino tiene su símil cuando la religión habla de lo masculino.

La barba es por excelencia ese atributo que designa “lo natural” y el marcador clave con lo femenino. Y, por tanto, esta nota nos invoca a pensar cómo se insta a lo masculino a masculinizarse ya que la actual era en que estamos, aparentemente, en un proceso de progresiva contaminación de esferas (supuesta feminización) que debería estar separado. El origen de esa división –creo- está en la incomodidad personal de quienes emite tales afirmaciones –y dibujan con eso cosmovisiones en el discurso- con algunos aspectos corporales íntimos. Y de eso poca claridad hay sospechas de cómo esto afecta la producción de esquemas explicativos de la realidad social, tal como la encontramos en la religión o que se expresarse religiosamente.

En el último tiempo, incluso en Chile, la moda se hace parte de esta necesidad de masculinización pero con un aspecto paradojal: los varones nos hacemos parte de poder ser ese nuevo varón pero con insumos -estética, cremas, uso de salones de belleza, etc.- que fue considerada un espacio, hasta hace poco, femenino. Hay varones masculinizados mediante un nuevo uso estético de la barba. Hay de todo, barbas con flores, barbas estilizadas, etc. Y obviamente –para contraponer esto- nos podemos recordar el caso de la mujer barbuda en la Europa, desde siglo XVI hasta el principio del siglo XX, en donde, por ejemplo, en los circos las presentaba como parte de su show, y que hoy en su versión actualizada, y claramente más problematizada, de Conchita Wurst (nombre femenino del transvestista austriaco Thomas Neuwirth), o como del caso de la británica Harnaam Kaur.

Con esto quiero decir que plantear que quien tiene barba es un “hombre de verdad” es de un simplismo galopante. Es cierto que, culturalmente, el marcador del pelo –donde, cómo y cuándo– en el cuerpo (humano) se constituye como un indicador de la condición de género del sujeto, que permite al observador/a sujetarse en ciertos anclajes identitarios que no solo versa sobre esa alteridad sino configura elementos para la identificación del observador con su cuerpo y como decide vivir su condición de género. Ahora bien, cómo calificamos –quizás en términos de “valores”– ese hecho es otra historia y que solo devela la propia posición respecto a su propio lugar de enunciación.

¿Qué es lo masculino? Para much@s la mera enunciación de tal pregunta es motivo de sospecha y negación. Claro está que la sociedad está buscando puntos fijos en un espacio, la actividad humana, en donde no tiene directa correlación tal fijación porque incluso lo biológico es mutable, variable y transformable. El llamado “orden natural” es la fijación de anclaje y certeza de la mente humana, en términos de género y que -en su versión más nefasta- termina siendo mecanismos de poder sobre los sujetos (negación).

(*) Antropólogo. Diplomado en Género y Sociedad de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.