Otra asonada en nuestra querida Latinoamérica

Otra asonada en nuestra querida Latinoamérica

Por Carlos Bravo Goldsmith

Mucho se especula respecto a los últimos acontecimientos ocurridos en Ecuador. Algunos dicen que se trató de una nueva asonada – en este caso policial – en contra del gobierno constitucional ecuatoriano, con la colaboración, afortunadamente aislada, de ciertos miembros de las fuerzas armadas. Otros afirman que debido a un supuesto debilitamiento del Presidente Correa, se habría gestado una especie de auto golpe para provocar la reacción del pueblo y robustecer así el poder del Presidente y su gobierno.

La información existente, según la vertiente u origen que tenga, hace énfasis en una u otra versión.

Lo  cierto es que en nuestra querida Latinoamérica, cada cierto tiempo se producen movimientos antidemocráticos, con el aterrador sonido de los sables, las botas o las balas pasadas que estremecen el alma de los que hemos puesto nuestro corazón y nuestras energías en sistemas de gobierno elegidos por el pueblo. Las chilenas y los chilenos sabemos cuánto dolor, sangre y esfuerzo nos ha costado conseguir algo tan básico.

Por qué no respetar los procesos que naturalmente se dan en los países de nuestro subcontinente.

El año 2006 fui integrante del equipo de Observadores Internacionales de la Organización de Estados Americanos (OEA) en las elecciones generales de Nicaragua. Después de las capacitaciones que adiestran sobre la realidad política y electoral del país anfitrión y luego de participar en numerosas charlas y reuniones con diversos e importantes actores de esa nación, me asignaron la observación electoral en la selva del departamento de Jinotega– equivalente a una región en Chile – comuna de Wiwilí, ubicada al noreste del país en el límite con Honduras. Esta zona se caracteriza por su clima tropical, es decir con humedad, muchísima lluvia y altas temperaturas. El paisaje es el que vemos en las películas de la guerra en Vietnam. Mi destino era una escuelita fiscal que funcionaba como local de votación ubicada en medio de las montañas de la selva nicaragüense. Llegué allí, luego de viajar desde Managua cuatro horas en vehículo, dos horas en mula y otras cuatro horas navegando en panga (sencillo bote con motor fuera de borda) por el río Coco. En la orilla del río y en las faldas de una montaña, me esperaban miembros del ejército comandados por un teniente. A paso militar, caminamos cerro arriba unos 45 minutos en medio del barro, los mosquitos y la lluvia. Cuando llegamos a nuestro destino, me encontré con una escuelita que tenía dos salas de clases, cada una con dos bancos y dos sillas, una pizarra verde y sin puertas. Obviamente no había agua potable ni de la otra y tampoco algo parecido a un baño. El recinto albergaba dos mesas de votación, una de mujeres y otra de varones.

Pregunté a los lugareños, vocales y apoderados de los candidatos que se disputaban la presidencia, cuántas personas votaban es ese lugar y me contestaron que cerca de cuatrocientas. Pues bien, el día domingo 5 de noviembre de 2006 acudieron a ejercer su derecho a voto la totalidad de los inscritos en ese par de mesas receptoras de sufragios. Todas y todos llegaron desde distintas aldeas cercanas, caminando un día completo o en el mejor de los casos, entre dos y seis horas. Hicieron la fila de electores con paciencia y disciplina, a ratos bajo la lluvia y a ratos bajo un sol abrazador. Nadie alegó, nadie vociferó, nadie apuró a los vocales de mesa, incluidas las mujeres con dos o tres hijos en los brazos.

Una vez ejercido el derecho a voto, el orgullo y la felicidad de los electores se manifestaron abiertamente y sin pudor. Era evidente que estaban satisfechos con el deber cumplido. La jornada culminó sin dificultades, los vocales practicaron el escrutinio civilizadamente y todos escucharon los resultados de las dos mesas sin mayores demostraciones de júbilo o de frustración. Los apoderados de las distintas candidaturas cumplieron su rol con seriedad.

Durante la tarde-noche de aquel domingo y la mañana del día siguiente, todos y cada uno de los que estábamos en ese lugar, retornamos ordenadamente a nuestras localidades de origen.

Esa es la Latinoamérica real. Cuántas localidades existen entre México y Chile con realidades tan crudas, pero dignas y ejemplares como la escuelita de Wiwilí y su gente, donde el  pueblo confía, cree, ejerce su derecho esencial del voto con fe y esperanza, aguardando los resultados nacionales con respeto y en orden.

Ejemplos como ese y como tantos otros hacen necesario y obligatorio que los que ejercen el poder respeten los procesos de los países y la voluntad de los pueblos. Ellos exigen que se les considere, lo hacen con entereza y serenidad, ajenos a las asonadas, a las bravuconadas, a las botas, a las balas y a los sables.

Es acaso tan difícil.

*Magíster en Gestión y Políticas públicas. Consultor electoral. Académico de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones internacionales Universidad Academia de Humanismo Cristiano.