Pablo Andrade, director del Museo Histórico Nacional y egresado de la Academia_“La diversidad de profesores, la diversidad de alumnos, de ideas distintas a las tuyas, y una vinculación con el medio, te gatilla algo, algo pasa en tu forma de pensar”

Pablo Andrade, director del Museo Histórico Nacional y egresado de la Academia_“La diversidad de profesores, la diversidad de alumnos, de ideas distintas a las tuyas, y una vinculación con el medio, te gatilla algo, algo pasa en tu forma de pensar”

Foto: Museo Histórico Nacional

Foto: Museo Histórico Nacional

Pablo Andrade Blanco es Antropólogo Social, titulado en el 2004 en nuestra universidad. En 2015, y tras un concurso público, asumió la dirección del Museo Histórico Nacional, cargo en el que continua hasta hoy.

Durante el periodo 2000 al 2009 fue coordinador del programa BiblioRedes y posteriormente coordinador de estudios del Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas,  ambas dependencias de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam).

Antropólogo, Doctor en Arquitectura, Patrimonio Cultural y Medio Ambiente por la Universidad de Sevilla y docente de la Universidad de Santiago de Chile. Ha dado conferencias en Chile, España, México, Colombia, Suecia, Singapur y Estados Unidos. Ha sido co-autor de varias publicaciones en el extranjero, principalmente en CERLALC y Emerald Group Journal. Como investigador, se ha desarrollado en los ámbitos de estudios culturales, formando parte de equipos internacionales e interdisciplinarios en CERLALC-UNESCO, Universidad de Valencia, Impact Work Group en Bill and Melinda Gates Foundation, desarrollando además consultorías en evaluación de políticas culturales en Colombia, Chile y España.

¿Por qué elegiste la Academia para cursar tus estudios superiores?

Ingresé a la Academia a cursar mi segunda carrera, la elegí por varias razones: la primera se vincula a las experiencias de amigos y compañeros de trabajo que fueron parte de grupos de investigación en el PET y el PIIE; y que conocían a algunos de los profesores de la Academia. Ellos me recomendaron mucho estudiar acá debido a la calidad de los profesores en esos años. La segunda razón, porque la Universidad poseía diversos tipos de becas que hacían posible estudiar, sin las que no tenía ninguna posibilidad.

¿Cuál crees que es el elemento diferenciador de la Academia respecto de otras universidades?

Puedo hablar básicamente de mis años en la Academia. Pienso que son varios elementos, la escala humana de los cursos y el espacio para la discusión y conversación con los académicos y estudiantes de otras carreras de Ciencias Sociales. Los espacios eran pocos, pero no por eso menos aprovechados, desde los partidos de fútbol los días viernes, a las jornadas we tripantu, terrenos, proyectos y una larga lista.

Había confianza en nuestras búsquedas, muchos profesores nos apoyaron en proyectos de investigación y de gestión, con cartas, con financiamientos parciales de la Universidad, con correcciones a proyectos, con el espacio para tener una feria  de las pulgas y poder asistir a un congreso.

Recuerdo un proyecto de un espacio museográfico en la comuna de Huasco con colecciones privadas, donde la Universidad nos apoyó con dos jornadas de terreno; la municipalidad con almuerzos y hospedaje; la comunidad con sus colecciones y entrevistas; y los profesores con las correcciones del proyecto. El proyecto no fue aprobado, pero con compañeras de la carrera seguimos trabajando, en ámbitos similares.

Lo otro relevante y desde un ámbito de formación, es un cierto equilibrio entre la teoría y práctica, mucha metodología, mucho trabajo en terreno y mucho trabajo aplicado. Claro que en muchos casos son pinceladas de técnica o de teoría, pero ahí viene el trabajo de cada estudiante para profundizar en diversas materias. En este contexto, todos los años teníamos 15 días de terreno, los primeros dos terrenos los hice con todos los compañeros de la Universidad y los últimos los presenté por separado y los realicé en la comuna de Huasco, y fueron financiados parcialmente por la Academia.

Finalmente, un tercer elemento diferenciador tiene relación con la heterogeneidad de sus estudiantes, de todas las comunas, de diversos grupos socioeconómicos, de diversas regiones y etnias; esa riqueza te lleva a plantear constantemente la discusión. Esto se daba, entre muchas cosas, por la posibilidad de becas socioeconómicas, de rendimiento, de funcionarios públicos y beca indígena.

¿Qué destacas particularmente de la Escuela de la Antropología?

Cuando comencé a estudiar en la Academia tenía un fuerte sello en el mundo indígena, sobre todo mapuche. Luego se sumó la visión más andina con José Luis Martínez. A mí me interesaban algunos temas urbanos, pero quedaban relegados casi siempre. Sin embargo, creo que hay líneas sumamente bien trabajadas en identidad, antropología política y cultura. Para mí ha significado poseer herramientas técnicas y teóricas, que abordan las ciencias sociales, poder aplicar modelos híbridos que contemplan análisis cualitativos y cuantitativos, y que son un aporte en los estudios culturales y multidisciplinarios.

¿Cómo influye esta formación en el desarrollo profesional?

En lo profesional es significativo, adquirir conocimiento desde la teoría y la praxis, aplicar herramientas metodológicas, equivocarse, aprender y aprehender, han sido esenciales en este proceso de aprendizaje. La diversidad de ramos, de formación común que eran prácticamente un bachillerato en ciencias sociales, y que se cursaban en tu carrera de origen en psicología, sociología y en antropología para otros.

Ramos de teoría sociológica, con Sociología. Me forme con ellos dos años, todavía nos juntamos o mejor dicho nos encontramos. En los ramos de antropología propiamente tal, encontrarse con profesores de la talla de José Bengoa, José Luis Martínez, Andrea Seelenfreud, entre muchos. Tener clases de ciencias sociales con Clodomiro Almeyda…

La diversidad de profesores, la diversidad de alumnos de ideas distintas a las tuyas y una vinculación con el medio, te gatilla algo, algo pasa, algo pasa en tú forma de pensar.