Pacífico hirviente
(*) Por José Bengoa
Columna publicada en Le Monde Diplomatique
Hace unos años tuve la oportunidad de ir a Colombia como miembro de la Comisión de Paz entre las FARC y el Gobierno de ese entonces. Fuimos a Popayán, ciudad colonial en medio de las hermosas cordilleras verdes del sur de ese país. Ahí en la antigua Universidad de amplios corredores de piedra blanca, escuchamos los testimonios de decenas de familiares de las víctimas de la guerra. Lo que dijeron no tiene palabras. Horrores tras horrores; del Estado y sus agentes en la mayor parte de los casos, de los para militares, pero también de las FARC, contaminados en esa violencia inaudita y la mayor de las veces, sin sentido. Salí pensando que no había solución. Que una vez que se produjera la desmovilización de las FARC, la matanza de campesinos sería peor; cosa que así ha ocurrido. A medida que se retiraban los guerrilleros, avanzaban otros grupos armados, tanto del ELN como para militares sobre los territorios desocupados. Nadie iba a detener la violencia sobre todo que en la región del Cauca, justamente en las tierras de las comunidades han encontrado oro y los mineros sacan a balazos a los moradores.
Más mal que bien se han defendido los «Resguardos» de los indígenas Paeses y de otras denominaciones agrupados en el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). Son herederos del líder Quintín Lame. Con ese nombre se formó quizá la única «guerrilla india» propiamente tal de nuestros países en las últimas décadas. Posteriormente se llegó a una suerte de “arreglos de Paz· y los «indios» exigieron como condición la firma del Convenio 169 de la OIT para entregar las armas. Así se hizo, nos dijeron, y las dejaron, pero no todas, decían riendo, que habían depositado las viejas e inservibles. Los Resguardos tienen origen colonial y fueron aprobados por las Constitución del 90. Tienen policías internas y autoridades. Es un caso de autonomía interesante a pesar de sus limitaciones y la violencia circundante.
La semana pasada -cuestión que me ha impulsado a escribir estas líneas- una gigantesca marcha del CRIC se aproximaba a Popayán; miles de «indios» reclaman por su condición discriminada y subordinada. Pareciera ser que en todos nuestros países llamados andinos, se cansaron de esperar. Desde sus comunidades por lo general ubicadas en las montañas o en lugares apartados comienzan a «bajar» a las costas del Pacífico. Pero no solo ellos. Los sectores populares también olvidados por siempre se levantan enojados. En Cali, capital del Cauca, son millares los manifestantes y cientos las víctimas.
En Quito las manifestaciones contra el Gobierno de Moreno fueron gigantescas. Luego vino la candidatura indígena, que estuvo a punto de pasar a segunda vuelta. Yaku Pérez sacó el 19% y el actual triunfante banquero unas décimas más. No pasó. La CONAIE- Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador- mandó a votar nulo, frente a la alternativa de un banquero y un ahijado de Rafael Correa. El voto negativo fue de un 16% mostrando los vilipendiados «indios» una enorme fidelidad y compromiso con sus organizaciones. Pachacutik como movimiento político, y CONAIE como organización social. En distritos indígenas de Saraguro, por ejemplo, el nulo llegó a casi el 80 por ciento. Fue un portazo en la cara a Rafael Correa y su acólito, que perdió frente al banquero guayaquileño.
Loa analistas de la «izquierda inmóvil» no han entendido este proceso ni -creo modestamente- ninguno de los otros y dicen que los «indios» fueron comprados por la derecha. Para este sector interpretativo, Correa era la «izquierda», como lo seguiría siendo Maduro y varios ejemplares más. Los «indios» han despertado – no cabe mucha duda- y no se tragan la «falsa moneda». A los «indios» Correa los persiguió sin piedad. La mejor Universidad Indígena cuyo Rector es Fernando Sarango Macas, la cerró, a la Conaie les quitó su sede, y a la Federación Shuar en el Rio Napo le envió aviones que los bombardearon (sic) porque se oponían y se oponen a la extracción indiscriminada y depredadora de las compañías petroleras. No va por ahí la cosa…No es malo pensar lo que en estos hirvientes días significa ser de izquierda…
La costa del Pacífico hierve nos decía ayer desde Lima en una conferencia por zoom, Manuel Lajo a propósito de que un profesor primario cajamarquino va a la segunda vuelta provisto de un enorme sombrero de paja. En el pueblo de Chota debatió Pedro Castillo con Keiko Fujimori la semana pasada. César Hildebrand- gran periodista e intelectual limeño- escribe esta semana que no votará por ninguno de los dos. Keiko es la jefa de una banda mafiosa e hija de un convicto que es la causa del desastre actual de ese querido y hermoso país. El Fujishock fue el puntapié que dio vuelta el tablero. Con la excusa de Sendero Luminoso, se cometieron crímenes aterradores, genocidios se afirma, en las comunidades indígenas de la sierra. Ahí están los testimonios de la Comisión que analizó la guerra sucia. Se instaló, nos recordaba Lajo, la «corrupción constitucional». Decía que se «reemplazó la política de sustitución de importaciones (cepaliana) por la sustitución de producción nacional».
Todos los productos de primera necesidad se importan desde Estados Unidos y Canadá. Fuera de las «papitas» y “ajicitos” los campesinos no pueden producir casi nada y muchos mueren de hambre. Los datos de anemia infantil son expresivos. Son millones en la sierra y en las selvas. Esa enorme población en buena parte indígena, se ven representados por el cajamarquino. Y la élite limeña tiembla. El Premio Nobel, Vargas Llosa, en un acto deleznable llamó a votar por Keiko, desdiciéndose de todo lo dicho y escrito en sus libros y sobre todo en «El Pez en el agua» auto novela de su curiosa aventura presidencial en que perdió con Fuji padre. Nadie puede saber lo que va a ocurrir…
El planteamiento de este artículo es sencillo. Esta coyuntura del Pacífico Hirviente, se origina en dos elementos necesarios de considerar: por una parte, el fin de procesos que aún tienen el resabio de la Guerra Fría y por el otro lado, el levantamiento de las masas indígenas y populares marginalizadas por el proceso de crecimiento en el reciente ciclo de alza de los precios de los «commodities», que ocurrió en América Latina y otras partes del mundo al inicio del siglo presente. Como es bien sabido esa momentánea riqueza no fue a dar a cambios de estructura sino a reparto de subsidios, bonos, dádivas, escuálidas redes de protección social, y poca cosa más. Se creyó ingenuamente que esa era la izquierda. Error.
El fin de las FARC, del correísmo ecuatoriano, de Sendero, como resabio en el fujimorismo y en Chile, la transición a la Democracia y la consiguiente Concertación, heredera de la pugna pinochetista se están viendo y viviendo en este momento. Por cierto todos esos procesos son herederos de la Guerra Fría no sepultada. Bueno sería darles un funeral de primera.
Pero al parecer en esta coyuntura que vivimos, hay una sensación generalizada de que la mayor parte de esos fenómenos están terminados. Y muy bien que se den por concluidos. Ahora se puede comenzar a escribir de nuevo. Se puede usar otra letra, !por fin!. Keiko le decía en la Plaza de Chota a Castillo: «Comunista». Nada que ver: «soy Rondero» le respondió. Las Rondas campesinas nacieron justamente en Chota, -apoyadas muchas veces por la policía- y no dejaron entrar a Sendero a Cajamarca. Y se preparan para «bajar» a Lima. Ya lo hicieron con las mineras que han querido extraer el oro de las minas, incluso secando una hermosa laguna en plena sierra.
Hace unos años estábamos en Cajamarca, lugar simbólico americano, donde Francisco Pizarro en cuya Plaza toma preso al Inca Atahualpa y luego en un acto vil, lo asesina, cuando ya incluso le había pagado un cuantioso rescate. Varios capitales chilenos se vieron involucrados en ese proyecto minero. Miles de «indias» e «indios» con sus enormes sombreros de altas copas partieron esa mañana a pie a Lima, casi mil kilómetros de distancia; y llegaron a la capital costera, frente al Palacio de Pizarro, en un juego interminable de símbolos, memorias, enojos y esperanzas. Pararon el proyecto. Tienen experiencia. Algo así puede volver a suceder.
Por cierto nada está dicho en ninguno de los países llamados andinos del Pacífico que acá comentamos. Ni menos en Chile. Pero acá también, las banderas mapuches se apropiaron de la Plaza de la Dignidad e incluso se subieron heréticamente al caballo del General.
Algo se abrió. Un reguero de «basta» ha cruzado a los sectores populares acosados por el «abuso» Y a los «indios» por la discriminación perpetua ¿Qué ocurrirá? Las escrituras de la Historia en todo caso están abiertas. Por suerte.
(*) Por José Bengoa. Historiador, licenciado en filosofía y profesor de la Escuela de Antropología UAHC.