Pandemia: Vorágine y escuela, un poco de tacto por favor. Por Nelson Rodríguez Arratia

Pandemia: Vorágine y escuela, un poco de tacto por favor. Por Nelson Rodríguez Arratia

(*) Por Nelson Rodríguez

Columna publicada en Le Monde Diplomatique

Como si apenas ayer, el trabajo se forjaba extenuante en la multiplicación de las horas, en el olvido de las mismas, en el olvido de los otros, en nuestro propio olvido y sobre todo eso, en nuestro propio olvido. Las horas de la vorágine, acaso en lo justo de sus acepciones, por el choque de los ríos en un mundo, por el choque de los mundos en nuestro propio río. A falta de tacto y de contacto, se abre la existencia al ruedo de las inercias, sin importar los otros. Son las horas en que el cuerpo no resiste y sólo se alienta desde su propio cansancio y soledad.

No está de más recordar e insistir en la importancia del tacto, como la exclusiva forma de abrirse el ser humano al conocimiento, al saber, al enseñar y proyectar. Tacto, para acercarse a la materialidad del mundo; Tacto, para saber sus dimensiones, pulsaciones y ritmos; tacto, para profundizar nuestra relación con los otros, con el medio, con la tierra; tacto en definitiva, para transformar el saber en formas de vida, en aquello que llamamos ética o moral. De aquí, entonces, que la vorágine nos deje fuera de todo tacto y contacto o en la vorágine de los cuerpos inertes.

La vorágine. Si La Vorágine, como la antigua novela colombiana de José Eustasio Rivera, que narra los turbulentos sentimientos que se cruzan en el amor, la aventura y la crítica social. En lo central, narra el amor de Arturo y Alicia, que sólo huyendo de la ciudad en la que estaban, logran descubrir la violencia del mundo vivido y del amor, del tacto y contacto nace su hijo en el desafío de vivir; Huyen, porque conocen el mundo vivido, que era la violencia de la explotación a los indígenas o a cualquier tipo de personas que interrumpían la posibilidad de hacer dinero. La fiebre del caucho, como el modelo de ganar y no perder: dinero.

El personaje Arturo se da cuenta de su situación alborotada y en una de sus célebres frases (el personaje es poeta) escribe: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. La violencia de los sistemas que terminan por cansar las vidas. La violencia que termina por silenciar los pálpitos de un corazón que late por amor, por el cariño de una mirada, por abrazar a quien se ama, se quiere o desea. Son los cuerpos cansados, sin tacto, ni contacto. Los cuerpos de la vorágine, los cuerpos que no conocen, no aprenden, no saben.

Pareciera contradictorio que en un mundo en el que la fricción y roces de los cuerpos son nuestra rutina, no descubre el cuerpo un cotidiano de encuentros, de miradas, de abrazos, de caricias o algún espacio en el que sea posible la pregunta que nos devuelve un pálpito, un respiro, un sueño, una lágrima o una sonrisa. Lo de contradictorio, puedes ser ingenuo, si se miran los cuerpos en el ritmo neoliberal o de los cuerpos cansados por la vorágine. En ellos se escucha: un poco de tacto. Por favor

Poco queda de la aventura de los personajes de La Voragine, los amantes que escapan, para poder vivir el amor y dejar la violencia de la explotación, la vigilancia de quien explota o la tortura de quien encubre. Será el amor o el tomar de la mano a alguien para romper el círculo de la violencia y poder mirar y darnos cuenta de la crueldad en la que hemos vivido, en la violencia de un tiempo traumático en el que hemos hecho el afán cotidiano, el pan nuestro de cada día.

Y ahora, en el encierro, en el confinamiento o en el cuidado de no infectarse, en este tiempo de pandemia, nuestra nueva vorágine; en el espacio que parecía propio del encuentro, de nuestros encuentros, del que hasta hace pocos días, era el dormitorio o la reposadera de los días para el olvido, no podemos tocarnos. Y en el olvido de vernos tanto, se muestran los rostros de los engaños: ese que sólo es una sonrisa por el día terminado y no por el encuentro.

Es la hora del encierro y ver cómo aparecen nuestras miserias sembradas por los olvidos. También las miserias de los miserables, que protegen lo suyo con lo que otros no tienen. Esa miseria, que deja en el olvido a los que tienen hambre. Esa miseria que deja en el centro a quienes sujetan y vigilan un modelo que no deja ganar, ni pretende perder. Ese modelo de una vorágine rapaz, pues sin darnos cuenta, el encierro pasó a ser el cuidado del hambriento o del que callejea por buscar trabajo. Un poco de tacto. Por favor. ¿Será que el comportamiento de las personas sea más preocupante que la del virus?

La pandemia del encierro, del cuidarse y protegerse de otros. Incluso de volverse cada uno un centro y dejar de escucharnos. Sólo un ejemplo al respecto: Cuánto se escucha hoy a los niños, que forzados hoy por la vorágine de la tele educación, se les pide atender a las reducidas fórmulas del mercado a un tipo de aprendizaje, que incluso en ese contexto aún no es posible medir sus reales o profundos logros. ¿Niños en tele educación? Un poco de tacto. Por favor. ¿Será posible imaginar el tipo de sociedad, después de superada la pandemia: los que saben desde pantallas, los que quieren abrazarse y volver a mirarse sin las injusticias a cuestas?

La pandemia del encierro, que nos exige cada vez estar más cerca del sistema del mercado y volvernos hasta vigilantes del mismo. Otro ejemplo; ¿Cuántos apoderados, sin pensar en sus hijos, niños, niñas, exigen y se vuelven el centro de vigilancia y de la tele vigilancia de sus colegios exigiendo las horas en la proporción de la boleta de mensualidades y matrículas? Digo, de los que aún pueden pagar claro. Porque imagino que a este tiempo ya hay quienes no pueden.

¿Habrán pensado esos papás o mamás, que los hijos, hijas, niños y niñas requieren de otros aprendizajes que el hacernos creer que la tele educación forma y educa? ¿Habrá alguno de ellos, de ellas, que pueda romper con la vorágine que vigila el mercado incluso a profesores, para que enseñen a sumar o restar tiempo, en un tiempo que es traumático? Entonces, uno mirando el rostro de un hijo, una hija dice: Un poco de tacto. Por favor.

De seguro, la mensualidad costosa da derecho a exigir. Obvio que no es para que esa mensualidad ayude al que no puede. Para eso están los demás. Pero cuando ya no importa el niño o niña, vamos por la rebaja. Entonces, ya sabemos dónde y cómo termina esa rebaja. El despido de los justos, del auxiliar que barre las salas, el patio y limpia los baños; el inspector, que cuida y asiste y a algún profesor que no pudo o no quiso sumarse al tele trabajo. Estoy seguro que muchos profesores hubieran preferido otras formas de innovar en este tiempo de pandemia. Basta verlos y digo: Un poco de tacto. Por favor. Será la vorágine de este tiempo de pandemia la que nos hará darnos cuenta de todo lo vivido. Será este tiempo en el que tengamos que ver todas las miserias y violencias desatadas, para preguntarnos y preguntarles a los niños y niñas qué deseas, qué quieres, para saber que en esa pregunta anida un tipo de sociedad, que encuentre formas de re-encontrarnos. Cuánta fuerza la del poeta y cantor Daniel Viglietti: Se precisan niños, para amanecer; se precisan niños, para florecer. Será esa violencia o la posibilidad de haber vuelto a mirarnos, de volver a sentir que el tiempo puede insistir en aquella antigua y primigenia forma de aprender, conocer y proyectar como es la del tacto; ¿Habremos perdido aquello?

Y del no poder tocarnos, sentir la necesidad de volver a mirarnos, sentir la necesidad de sentirnos. Y del no poder tocarnos, saber que puedo mirarte y decir te quiero. Un poco de tacto. Para tocarte. Un poco de tacto y, ser tocado, para sembrar mañanas. Un poco de tacto, para sentir todo lo vivido, lo hecho y lo que resta por… Un poco de tacto, para lo venidero. Por favor.

(*) Doctor en Estética y académico Facultad de Artes UAHC