“Por la ruta del Inti Wawa”_Lanzamiento de libro sobre el niño del cerro El Plomo destaca su rol de guardián por sobre el de mera pieza arqueológica
El niño del cerro El Plomo es considerado una de las piezas antropológicas más importantes del país y el principal hallazgo arqueológico del siglo XX en nuestro país. Al infante enterrado vivo hace más de 500 años a 5.400 metros de altura, al Inti Wawa, también se le considera un guardián del valle del Mapocho que fue sacado del lugar donde estaba destinado a desplegar su misión. El niño fue ofrendado al sol en una capacocha, una de las ceremonias más importantes del Tawantinsuyu o Imperio Inca. Hoy se encuentra en una cámara refrigerada del Museo de Historia Natural.
El libro “Por la ruta del Inti Wawa, el niño del cerro El Plomo”, de las antropólogas Francisca Fernández Droguett y Victoria Berríos, y de la fotógrafa Claudia Pool, es parte de un exhaustivo trabajo que tiene entre otros objetivos restaurar las memorias sobre nuestras raíces originarias y visibilizar diversas formas de resistencia al proceso colonizador. Para las antropólogas, este trayecto que da origen al libro también ha implicado asumirse desde una identidad andina, como lo explica Francisca Fernández: “asumirnos andinas no solo por lo que se entiende básicamente como andinas, ser aymara, quechua o habitar la ciudad de La Paz, sino por habitar la cordillera de los Andes. Y en ese sentido todas y todos la compartimos como hábitat donde podemos experimentar la sacralidad. La gente que camina, que habita, como por ejemplo nosotras que hemos celebrado distintas festividades del calendario andino en los cerros, nos damos cuenta de esa sacralidad, y esa sensibilidad se fue entretejiendo con saberes de los pueblos, de las sabias, de los sabios”.
Doris Ojeda, integrante del colectivo de investigación acción de memorias y resistencias indígenas Ayllu Puka, vincula la investigación de las antropólogas con el complejo momento que enfrentan nuestras sociedades. “El libro ve cómo la muerte, lo sagrado, los cerros y la relación con la naturaleza tiene otra vivencia, otra forma de pensarlo, y eso cobra relevancia en este momento. Es importante mirar a nuestros pueblos originarios como la resistencia cultural y la esperanza de dar una salida a este mundo actual, al extractivismo y a la crisis global del capitalismo”, dice.
Fernández se refiere a la necesidad de recuperar la visión política de la muerte y desde esa visión descolonizarla: En el entierro de Inti Wawa “no hay sacrificio, hay una transición. Una de las frases más bellas del libro es cuando se habla de que el niño se convierte en cerro. Niño cerro huaca es la gran trilogía desde donde pensar el territorio y de donde pensar la ceremonia de la capacocha”.
Ojeda reflexiona sobre la posibilidad y el significado que tendría el retorno del niño al cerro huaca, al lugar sagrado, como un gesto espiritual y político de reconocimiento a la cosmovisión de los pueblos originarios, sobre todo si consideramos que la espiritualidad está vinculada a los procesos sociales y políticos: “Es importante lo que pensamos sobre qué es un huaca, un cerro huaca donde está el niño como ofrenda y no como un sacrificio humano sino como un tránsito con los espíritus tutelares. Si entendemos que este niño es un guardián, un ser sagrado que debería regresar al lugar de donde lo sacaron, sobre todo pensando en un momento de tanto cambio, de desarticulación y de poca armonía. Hay un montón de señales desde distintas lecturas, desde la antropología, la arqueología, que nos dicen que deberíamos problematizar sobre dónde tenemos, en este caso, al niño del cerro el plomo, que es un lugar bastante poco digno. Hoy está en un receptáculo de vidrio en una oficina profunda del Museo de Historia Natural de Quinta Normal. Por qué no reconocer su valor sagrado, el valor que tiene para la cosmovisión andina y hacer algo para tenerlo en un lugar distinto, y en el caso ideal ¿por qué no devolverlo al Cerro El Plomo para tratar de restituir el equilibrio que se genera al sacarlo?”, concluye.