Reivindicación de las narrativas
El embarazo adolescente suele pensarse desde lugares de habla bien definidos: el juicio, la protección, la denuncia. El primero de estos posicionamientos sitúa el embarazo como barómetro de un entorno que se asume, a lo menos, problemático: adolescente irresponsable, padres ausentes, educación “sin valores”, sociedad permisiva. El discurso de protección, en cambio, parte reconociendo que se trata de una situación complicada (“debe ser difícil para una adolescente asumir un embarazo”, sería la reflexión que está a la base), pero después se traduce en un actuar que no asume la complejidad anunciada, sino que fija un circuito rígido de evaluación de las habilidades parentales de la adolescente, eventualmente informe a Tribunales de Familia, seguido por un ingreso probable a un programa de SENAME. Para la tercera posición, la de denuncia, la vivencia misma del embarazo parece no ser lo más relevante, sino la falta de protección, la cantidad de dificultades que se habrían podido evitar si hubiera existido una educación sexual lo suficientemente informativa, un uso abierto de métodos anticonceptivos y una sociedad capaz de hablar de estos temas.
Acostumbrada a reconocer y situarme desde uno de esos lugares, incluso a transitar, ocasionalmente, entre la denuncia y la protección, me sorprendí cuando en una improvisación de las integrantes de un taller de teatro que realicé por muchos años, precisamente en una programa financiado por SENAME, las chicas trataron el embarazo adolescente desde una perspectiva que yo, hasta ese momento, no había considerado: la reivindicación del habla, con un fuerte énfasis en la clase social a la que sentían pertenecer. Localizaron la escena en la feria de una “pobla”. Dos adolescentes embarazadas estaban sentadas con sus guaguas, probablemente eran feriantes. Tres “cuicas” se “asomaban” a la feria, veían a las adolescentes y, sin pudor alguno y en buen chileno, las “pelaban”: que cómo no lo habían evitado, que qué ignorantes eran, que engordarían y no se recuperarían nunca, que las familias pobres dormían hacinadas con –recuerdo textual – esos “viejos guatones con dientes de oro”. Ellas, las embarazadas, arremetían con certeza y fuerza.
Con asombrosa agilidad verbal y una creatividad envidiable en materia de insultos (“Y vó qué te creí, guarén de Las Condes”), se apropiaron de un lugar de reivindicación. ¿Y qué reivindicaban? Justamente la posibilidad de reivindicar, de defender algo que, a esas alturas, ya asumían como una decisión propia. No era el embarazo en sí mismo lo que querían defender, era el respeto por la particularidad de sus decisiones, un lugar del habla que ni la denuncia, ni el juicio, ni tampoco la protección, les concedía. Reivindicaban la posibilidad de que se consideraran sus disyuntivas, sus decisiones, dificultades, miedos, dudas, certezas con respecto a un tema que, no hay duda, no es fácil: estar embarazada, ser adolescente y pobre.
Una de las participantes que interpretaba la escena representando a una adolescente embarazada, tenía ocho meses de su segundo embarazo. La otra chica, tenía a su hijo en un hogar de SENAME, pronto a ser entregado en adopción. Las otras tres, las “cuicas”, no tenían hijos, pero hablaban de esa posibilidad con total naturalidad. Todas – respondiendo al perfil que atendía el programa en que estaban ingresadas – tenían historia de calle, de consumo de drogas, de explotación sexual comercial, eventualmente interrumpida durante el periodo de embarazo. Por cierto, sabían de lo que estaban hablando.
Estas cinco mujeres jóvenes ocuparon un espacio que complejiza y enriquece las conversaciones públicas, donde la rigidez de las discusiones legales e institucionales contagia a los discursos y, a veces, incluso, a algunas narrativas más mediáticas que muestran, con ello, su lejanía respecto al problema. En la escena que acabo de describir, en cambio, la narrativa se apoyaba en el piso concreto y evidente de la experiencia, experiencia que a algunos les resulta molesta por el enojo o la ironía que encierra.
El paso de la narrativa al discurso, sin embargo, no resulta fácil. Suele perderse textura y profundidad. Lo que se narraba como una realidad reflexionada, elaborada y experimentada por las protagonistas de la obra, cuando era verbalizado como discurso al finalizar o comentar la actuación, se acababa plegando a las visiones limitadas que, precisamente, la narrativa ponía en jaque. Lo que permitió mostrar el escenario teatral, se diluyó al tratar de adaptarse a una discursividad que se ha construido al margen de muchos sectores y grupos sociales. Al discurso se le pide racionalidad, coherencia, precisión…mientras que toda la riqueza narrativa estaba precisamente en el subtexto, en aquello que se insinuaba, en dar cuenta de lo difusos que son los límites en la vida real. El discurso se devoró a las narrativas.
Los discursos se pueden ir construyendo, se pueden ir volviendo más complejos y dar cuenta de mayor cantidad de texturas, pero para eso tienen que ser escuchados. Son pocos los discursos que se escuchan en el país, por eso se repiten siempre los mismos. Los discursos sobre el derecho a la mujer a decidir sobre su cuerpo, por ejemplo, ya que estamos en el tema, recogen pocos matices. Esto hace que la conversación se vuelva binaria y se pierda algo que es fundamental en ella: No se trata de si queremos o no queremos, por ejemplo, legalizar el aborto, sino de si queremos o no legalizar el derecho a que la mujer pueda tomar decisiones al respecto. Habrá que tomar en cuenta, entonces que hay que abrir más escenarios para conocer las narrativas de distintas experiencias, para recoger y reconocer el proceso de decisión como un camino legítimo y personal. Qué bueno sería escuchar, buscar, estar atentos a narrativas complejas, a veces rabiosas, tristes o incómodamente graciosas, pero generadoras de lugares de habla múltiples.
(*) Iria Retuerto es Docente de la Escuela de Teatro de la Academia. Licenciada en Estudios Americanos de la Universidad Libre de Berlín, Magister en Educación de la UAHC. Experta en intervenciones educativas a través del teatro. Dramaturga y escritora en torno a temáticas relacionadas con niñez y adolescencia.