Siria: Por desgracia la infancia no se pierde
(*) Por Patricia Castillo
Muchas veces cuando presentamos nuestro trabajo en congresos o seminarios, en torno a la experiencia de la infancia en dictadura, las personas nos preguntan, inquietos, por la infancia robada a los niños y niñas que crecimos en esos difíciles tiempos. En general, aunque no siempre, hemos intentado aclarar que, si bien entendemos la generosa intención de la pregunta, resulta importante primero entender que los niños no pierden la infancia, que la infancia no es algo que el horror y la violencia puedan arrebatar. Lamentablemente no es así. Ojalá lo fuera.
Si entendemos la infancia como una posición social cuyos bordes se definen históricamente delimitando un determinado rango etario, una posición respecto al saber y a la producción de riqueza, entenderemos, que no es posible desprenderse de la niñez. Que aun cuando los militares están allanando tu casa, deteniendo a tus padres u obligándote a hacer una maleta para salir, prácticamente con lo puesto a otro país, se sigue siendo niño. Se sigue siendo subordinado por razones generacionales, se sigue necesitando a los adultos para poder sobrevivir económicamente, se sigue siendo frágil y expuesto física y emocionalmente.
Pasa que muchas veces la gente tiene asociada la niñez a un tiempo feliz, sin responsabilidades, con muchos juegos y amigos y, por supuesto, con muy poca memoria. La representación de los niños-felices, niños-perdidos de Peter Pan, le otorga al mundo adulto una suerte de lugar mítico al cual nunca podrán volver pero que gustan de añorar cuando se sienten agobiados con sus responsabilidades. Sin embargo, para que dicho lugar exista es preciso simplificar la niñez al punto de transformarla en una caricatura sin profundidad, y a su vez, expulsar de la categoría niños y niñas a todos los seres humanos cuyas existencias no coinciden con las ideales condiciones de protección que dicho paraíso supone. De esta forma, no serán niños los hijos de los más pobres, tampoco pueden serlo los que han sido víctimas de violencia y abuso, menos aún los que trabajan o quienes sobreviven día a día en medio de un conflicto bélico.
En tal definición, todos esos seres, muchos más de los que imaginamos, no existirían, ya que sus difíciles vidas no coinciden con la de la infancia idealizada. No son niños, sin embargo, tampoco son adultos ¿qué son entonces?. Los niños y niñas que este fin de semana vivieron el criminal bombardeo ordenado por Trump y sus aliados no dejaron de ser niños, y eso es lo que más duele, sus frágiles cuerpos murieron en las calles y edificios de Siria. Y los que sobrevivieron, no dejaran de ser niños tampoco. Su niñez se desarrolla entre ruinas hace seis años. Son niños que pierden sus cosas entre los escombros, niños que tienen miedo a despertar en medio de las bombas, de quedarse solos, de no poder sobrevivir, de que maten a sus padres, a sus tíos, a sus hermanos. A quedarse solos, que es quizás lo que más aterra a los seres humanos.
Se trata de una niñez a la que la muerte le pisa los talones y de la cual parece que es imposible escapar. Yo quisiera que dejaran de ser niños y que el polvillo de hadas los ayudara, que se transformaran en adultos, que tuvieran poder para detener la violencia de la que son víctimas, que perdieran la infancia que los subordina, que los hace tan vulnerables y dependientes de los otros.
Sabemos que eso no ocurrirá, porque eso solo pasa en los cuentos de hadas. Aun así, puede de algún modo tranquilizarnos saber con total certeza que muchos niños y niñas deben estar en este momento dibujando o escribiendo o conversando sus planes de fuga o de rescate, porque no deben poder creer el tamaño de barbarie, ¿Porque en qué cabeza cabe destruir así las ciudades y transformar la vida de todos en una pesadilla?
(*) Doctora en Psicología Clínica. Directora del Magister Praxis clínica y Sociedad en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano