Sobre la Soberanía del Pueblo en la Nueva Constitución
(*) Por Álvaro Ramis
Artículo publicado en Le Monde Diplomatique
El siglo XX se construyó en torno a la idea de “Pueblo”. Con esta palabra se denominó a un sujeto político activo, que se constituye a sí mismo, y que adquiere existencia propia. Pueblo era una noción difusa y en disputa, pero nadie podía negar la existencia del Pueblo y de lo Popular. Las propuestas políticas apelaban a representarlo, ya sea por medio del discurso adulador de Alessandri Palma, el Frente Popular, la Promoción Popular de Frei Montalva o la Unidad Popular. Para todos era evidente lo que no era popular. El humor político recuerda el afiche de un candidato conservador que decía: “Zañartu: puro Pueblo”. Zañartu lucía un traje de huaso. Pero para todo el mundo quedaba claro que esa chilenidad formal, de patrón de fundo, no le daba derecho a afirmar su pertenencia al Pueblo chileno.
La idea liberal de Pueblo es coherente con una tradición que parte con la declaración de independencia de Estados Unidos: “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta…”. Ese “Nosotros” supuestamente no hace distinción entre personas. Pero como todas las formas de igualdad formal, es una igualdad hipócrita, ya que el “pueblo” era un grupo de varones, propietarios, blancos, protestantes, que asumieron la representación del Pueblo real, excluyendo a las mujeres, los esclavos, los indígenas, y los varones que no tenían una propiedad declarada. Llegado el siglo XXI la palabra Pueblo ha desaparecido, en el sentido en que entendió durante el siglo pasado. La única forma en la que ha sobrevivido es como falso sinónimo de Nación. Así aparece en el art. 5º de la actual Constitución: “La soberanía reside esencialmente en la Nación. Su ejercicio se realiza por el pueblo a través del plebiscito y de elecciones periódicas y, también, por las autoridades que esta Constitución establece. Ningún sector del pueblo ni individuo alguno puede atribuirse su ejercicio”. Establece así la distinción entre Nación, esencialmente soberana, y Pueblo, regulado y conducido, que sólo puede ejercer esa soberanía de forma acotada mediante los mecanismos que mandata la ley. El Pueblo es una masa que debe ser guiada por los intereses nacionales, definidos en un espacio distinto y diferente al espacio popular. Una nueva Constitución debe devolver al Pueblo su papel, señalando que él, sólo en él, reside la soberanía, y que su ejercicio puede ser tanto directo como representativo.
Pueblo como Plebe
La noción más antigua de Pueblo la encontramos en Roma, donde acrónimo SPQR – Senatus Populusque Romanus establecía una clara distinción entre dos cuerpos sociales y políticos constituyentes de la República: el Senado y el Pueblo. El Senado eran las familias aristocráticas o Patricias, fundadoras míticas de la ciudad, mientras el Populus era el resto de la sociedad, esencialmente la Plebe, gente que no tenía antepasado conocido. Esta diferencia explica que el Pueblo sólo se puede entender en el marco de una contradicción permanente entre Patricios y Plebeyos. Este último campo engloba una enorme diversidad de actores.
Si Pueblo se identifica con lo Plebeyo, el “Antipueblo”[1], es lo aristocrático-oligárquico. Esta contradicción explica que pueblo no es exactamente una clase social. No se identifica con la clase obrera de la tradición marxista, aunque la clase obrera sea parte del Pueblo y constituya la condición socioeconómica mayoritaria del Pueblo. Pero Pueblo también engloba otros actores, fundamentalmente a los sectores calificados como “pasivos”: jubilados, estudiantes, enfermos crónicos y dependientes, inadaptados sociales, presos, locos, migrantes, niños y niñas, indígenas, campesinos. Aquellos que Galeano llamó los “nadie”, aquellos que valen menos que la bala que los mata. Todos estos sectores no están subsumidos por el Capital y son excluidos de sus formas de reproducción. Por eso Dussel afirma que “La clase es la condición social del oprimido como subsumido por el capital (en la totalidad). El “pueblo” es la condición comunitaria del oprimido como exterioridad” [2]. Pueblo (como plebe) también incluye sectores que la economía trata de diferenciar y distinguir como “clases medias”: empleados, trabajadores informales, cuentapropistas, especialistas, técnicos, administrativos, pequeños y medianos empresarios, cuadros y funcionarios públicos, militares de bajo y mediano rango, etc. El Pueblo en su sentido original es toda la sociedad plebeya, que no se reconoce en las élites y que choca contra ella. Pueblo y clase son conceptos diferentes pero relacionados, que sirven para analizar niveles distintos de la realidad. La clase expresa la condición social en la que se estructura el Pueblo. Pueblo designa el boque social plebeyo que no participa del poder elitario.
El temor al Pueblo
La desaparición intencional de la noción de Pueblo como plebe, y su reducción a nación, se debe a varios factores, que tienen en común un temor de las élites al poder potencial que implica esta categoría. Si el pueblo es la entera nación, es tan pueblo Andrónico Luksic como el trabajador de su banco. Pero esta idea es contra-intuitiva, y por más que se intente imponer, el sentido común se resiste a aceptarla. Por eso el art. 5º de la Constitución de 1980 sostiene que la soberanía reside “esencialmente” en la Nación. En el resto de las Constituciones, europeas y latinoamericanas, se afirma que la soberanía reside en el Pueblo, del cual emanan los poderes públicos. Esto implica que el pueblo ejerce esa soberanía directamente, y secundariamente por medio de sus representantes. No existe la diferencia que instala la Constitución chilena, entre una “soberanía nacional”, bajo la tutela directa de quienes administran el Estado, y una “soberanía popular”, acotada a una función episódica y subalterna.
Un argumento para reprimir la idea de pueblo se asocia a la repugnancia con la que se pronuncia la palabra “populismo”. Aunque la ciencia política lleva más de cincuenta años tratando de definir lo populista, para las élites la definición es evidente: es el reconocimiento y la puesta en escena de la contradicción entre la plebe y la aristocracia y la oligarquía. Hofstadter señaló por eso “Todo el mundo habla de populismo, pero nadie sabe de definirlo”[3]. En el saco del populismo cabe de todo, desde Trump hasta Evo Morales, desde la ultra-derecha alemana a la izquierda latinoamericana, todo y nada a la vez. Lo único que parece definir el populismo es el temor de la élite a un desborde popular. Eugenio Tironi afirma: “La experiencia de consultoría de Tironi Asociados nos confirma que hemos arribado a un estadio donde lo usual es la ocurrencia de desbordes que siembran la alarma entre la población. Frente a estos los expertos se dividen y carecen de respuestas indubitables”[4]. Un “desborde popular” es un proceso en el cual la élite pierde poder y capacidad de control. Puede ser una micro rebeldía local, un estallido social, una rebelión sin orientación, o una revolución popular consistente y conducida. Para la lógica de las élites todo cabe en el mismo desborde. De allí que el populismo se haya convertido en el gran demonio de nuestro tiempo. Basta que a un político o a un movimiento se le acuse de “populista” para que se le estigmatice de forma casi irreversible.
Lo que se busca ocultar es la diferencia entre lo popular y lo populista. Si se entiende pueblo como plebe, lo populista es la impostura de lo popular. Cuando el señor Zañartu decía en su afiche que era “puro pueblo” estaba actuando de forma populista porque era evidente que no era un sujeto auténticamente popular. Trump es populista porque manipula las penurias del pueblo, porque él nunca ha vivido en carne propia el desempleo, la lucha por un subsidio o los problemas de los barrios populares. Es un impostor y un manipulador de lo popular.
El problema del “Pueblo Orgánico”
Otro argumento que se esgrime para rechazar la categoría Pueblo nace del rechazo al fascismo. La extrema derecha, en todas sus formas, asume un discurso en que reivindica la representación de lo popular. Hitler usó el lema “Un Pueblo, Un imperio, Un líder”. Para el fascismo el Pueblo marca un territorio, y está unido por una “sangre” común. Los que no comparten esa identidad no caben en el Volk. Ese espacio debe ser un todo homogéneo, que debe preservarse limpio de toda desemejanza, de toda impureza que rompa su perfecta simetría. El extraño es una mancha en esa homogeneidad y por eso hay que extirparlo, ya sea judío, musulmán, comunista, gitano u homosexual. Lo importante es su condición de diferente. La esfera se mantiene unida porque en el centro hay un líder que dirige al Pueblo. Este liderazgo no es democrático, sino carismático, incuestionable, y demanda obediencia y lealtad total. El rol del líder es mantener la unidad del Pueblo bajo su mando. Esta concepción “organicista” no es igual a la concepción liberal. El fascismo reconoce y manipula la contradicción entre Elite y Plebe. Sabe que es una fuente de tensión social esencial a toda sociedad. Pero la solución que proponen desemboca en la subordinación de la plebe a un liderazgo autoritario que anula el conflicto, imponiendo un nuevo pacto con la élite. Por eso en el nazismo los grandes capitalistas y directores de los grupos industriales también recibieron el título de Führer, como líderes orgánicos de sus fábricas o compañías, y a los cuales la plebe debía obediencia ciega.
Pueblo sólo se entiende en el marco de la tensión con la oligarquía y la élite, pero no de una forma orgánica, como en el fascismo. Pueblo es una voluntad de ser colectiva, pero siempre libre y en construcción. Es un sujeto político, que se constituye por una decisión ética de ir más allá del yo y el tú, para construir un nosotros que se vincula en libertad. Por eso el Pueblo nunca está “unido”, pero busca su unidad. Esa búsqueda es siempre imperfecta, precaria, y en construcción. Para ser Pueblo es necesario reconocer y aceptar esta dificultad, porque de otra forma la solidaridad se transforma en obligación, y la cooperación pasa a ser un mandato. Pedro Lemebel decía: “No defiendo a los homosexuales, porque a veces no tengo nada en común con sus posturas conservadoras, reaccionarias o faranduleras…abogo por “las homosexualidades” que están en cada uno o una de nosotros, nosotras” [5]. El Pueblo no articula la lucha “del trabajador”, de “la mujer”, del “estudiante”, del “poblador”, “del inmigrante”. En el seno del Pueblo hay diferentes luchas de trabajadores, mujeres, estudiantes, pobladores o inmigrantes que se integran, sin diluir sus divergencias. Esa experiencia compartida de la injusticia es lo único que constituye al Pueblo; un vínculo solidario, leve y sutil en el día a día, pero rabiosamente potente en el momento en que estalla incontenible, como rebeldía. Pueblo es pluralidad insuperable e irreductible.
(*) Rector Universidad Academia de Humanismo Cristiano
[1] Scannone, J. C. (1982). “La teología de la liberación. caracterización, corrientes, etapas”. Stromata (38): 3-40.
[2] Dussel, E. (1988) “Hacia un Marx desconocido. Un comentario a los manuscritos del 61-63”, p. 372.
[3] Hofstadter, R. (1981) “Estados Unidos”, en G. lonescu y E. Gellner (comps.), pp. 15 y SS.
[4] Tironi, E. (2011), “Abierta: Gestión de controversias y justificaciones”. Uqbar editores, Santiago. P. 7.
[5] Lemebel, P. Entrevista en La Segunda, 2 de noviembre de 2013.