Te Deum y Democracia

Te Deum y Democracia

Por Luis Pacheco P.

El debate sobre la calidad de nuestra democracia, sus evidentes limitaciones y profundas contradicciones, que la han convertido en un modelo de muy bajo perfil, marcado por las desigualdades, ha motivado una homilía de Monseñor Ezzati en el Te Deum de nuestra Catedral.

La intervención del Arzobispo es un compendio de lo que siente la inmensa mayoría de nuestros jóvenes y de los ciudadanos de este país respecto del momento político y de lo que puede ser una verdadera crisis de crecimiento de nuestras instituciones, de nuestros liderazgos y de la renovación absoluta que necesita nuestro actual modelo democrático.

Ya lo hemos señalado en otros momentos, la crisis de liderazgos existente en el país; el adormecimiento durante largos periodos de la clase política, que no percibía lo que se estaba gestando al interior de la comunidad nacional y que se traducía en la insatisfacción, no sólo por las formas de gobernar sino porque el modelo adoptado por la transición y configurado en la dictadura, estaba manifestando sus notorias deficiencias e incapacidad para construir una sociedad diferente.

Los liderazgos políticos y partidarios, claramente deficitarios, no percibían el significado de las crecientes demandas de participación, que dentro del ámbito democrático movilizaban a la ciudadanía para asumir los desafíos que presentaba nuestra sociedad, a partir de un modelo político y económico profundamente excluyente y generador de grandes desigualdades. En este modelo, la economía pone a su servicio muchos de los liderazgos políticos y toda una estructura política, de tal manera que el sistema de derechos y deberes al cual tanto hemos apelado, no sólo se queda reducido a una mínima expresión, sino que es claramente violentado por el sistema.

No hay otra manera de explicar lo que ha sucedido con las multitiendas, con las isapres, el sistema de salud, con los servicios del Estado, con el sistema previsional y fundamentalmente con nuestro sistema educacional. Éste último ha generado la chispa por donde se ha encendido todo este fuego juvenil, pero responsable y maduro, para levantar las aspiraciones no sólo de una educación distinta y más igualitaria, sino de una sociedad con una democracia verdaderamente solidaria, que necesita profundos cambios en su funcionamiento, a partir de una nueva constitución, que mantiene gran parte del espíritu de la dictadura, reflejado en una democracia indudablemente protegida.

El llamado de Monseñor Ezzati, llega en un momento oportuno y significativo. Una Iglesia fuertemente criticada a nivel local e internacional, que tiene que sobreponerse a los errores de su propia historia, enfrenta en este caso con lo mejor de sus tradiciones, de preocupación por los derechos humanos y los problemas sociales, que reclaman urgente solución en nuestra patria. La homilía recupera un discurso comprometido con las profundas transformaciones políticas, sociales y económicas propiciadas en Chile por la Iglesia de los años 60 y de la dictadura militar. Los conceptos invocados por el Arzobispo son una clara propuesta, a la luz de los acontecimientos, a refundar Chile, “a orientar la mirada a su mejor futuro, a consolidar El Alma de Chile”.

Entiende la Iglesia que las movilizaciones sociales y estudiantiles nos están invitando “a una reflexión sincera y profunda”. Los desafíos significan hacer un profundo discernimiento de las verdades que contienen los postulados de estos movimientos. La pregunta, según Monseñor Ezzati, cuestiona profundamente las formas y maneras como hemos interpretado la idea de progreso y la idea de desarrollo; si el actual modelo en este país nos ha hecho mejores, si ha dignificado a las personas, si ha entregado mayor dignidad, sobre todo a los más débiles y más necesitados.

La Iglesia examina si será suficiente fomentar una “antropología instrumental”, es decir centrada en preparar personas competitivas en el mercado global, capaces de enfrentar los requerimientos de la tecnología mas avanzada, olvidando la “antropología de sentido” que se pregunta por la esencia de la persona humana, por su vocación personal y social, que es conciente de sí y de sus talentos y capaz de desempeñarse éticamente en la vida personal y social. La cuestión es clave para reformular una ética de la democracia, del modelo económico, de nuestra educación, y de todo aquello que hace parte de nuestra estructura como país.

Sin duda que el texto está apelando a un autentico sentido de la vocación humana; a que el desarrollo no puede ser ajeno de humanización y de dignificación de la persona. El desarrollo tiene que ver indudablemente con la calidad de vida y ésta tiene que ver con el desarrollo de lo más profundo del ser humano.

Esta generación de jóvenes, necesariamente llega para quedarse, porque siendo ya la generación del hoy, es con toda propiedad la generación del mañana. La que ejercerá nuevos liderazgos y que en algún momento estará conduciendo diversos procesos de la vida nacional. Una nueva educación, como dicen los obispos, debe encontrar un equilibrio entre libertad y disciplina. Debe pretender construir no solo una “educación de calidad”, sino seres humanos de mayor calidad para una sociedad verdaderamente humanizada. En este sentido, los jóvenes no están negociando con un gobierno sólo para mejorar los índices de calidad de la educación. Los jóvenes de Chile están negociando con el gobierno para generar nuevos procesos de socialización que representen un mejor de proceso de humanización.

Por definición, los conservadores nunca han liderado los cambios positivos más profundos. Por eso sin duda los cambios son estructurales, porque deben cambiar los conceptos y definiciones con los cuales estructuramos el sentido de lo social, lo político y lo económico.

Desde la ética, hemos constatado dolorosamente en Chile que la mayoría de las grandes empresas y que el modelo mismo han actuado sin ética. En la praxis histórica, por otra parte, se ha comprobado que los modelos liberales y el capitalismo desregulado jamás han construido una sociedad solidaria. A pesar de las iniciativas públicas orientadas a aliviar las necesidades de los más necesitados… “investigaciones internacionales nos sitúan todavía como uno de los países con mayor desigualdad en el mundo ¿no será este un campo privilegiado donde la política pueda buscar y arbitrar mayor bien común? ¿La comunidad política, no nace justamente para buscar la justicia, la solidaridad y todas aquellas condiciones de vida social, a través de las cuales personas, familias y asociaciones pueden lograr mayor plenitud y felicidad?”

Esta reflexión el día del Te Deum sin duda enaltece la dignidad en la política, recuerda que la solidaridad es el único elemento articulador de la sociedad y que los derechos humanos en todas sus dimensiones constituyen en definitiva los principios inalterables de una democracia solidaria, más allá de la diversidad legítima de las variadas opciones. Nos parece un llamado oportuno de una Iglesia que ha tenido grandes momentos en nuestra historia, en la defensa de los valores democráticos y fundamentalmente de los derechos humanos, que son consustanciales a la idea de democracia.