Una asintomática oposición a la que le cuesta adquirir temperatura

Una asintomática oposición a la que le cuesta adquirir temperatura

(*) Por Pablo Zúñiga  y José Orellana Yáñez. 

Lo que ya llevamos de cuarentena ha permitido mirar y remirar algunos análisis respecto a la presencia del Estado en el desarrollo de la actual crisis de sociedad y comunidad (nacional y global). Están quienes plantean que su presencia debería ser mínima y sólo útil para regular el juego económico evitando la dimensión esencial que posee esta institución, como es, la política, sin perjuicio de que esa dimensión ‘evitada’ permita el ordenamiento económico, no sólo proveído por las leyes del mercado; además, y como ya sabemos, en general, cualquier definición de política implica, entre otros aspectos, orden, proviniendo el análisis – hay que reconocerlo – de donde provenga (marxista, liberal, socialdemócrata o neoliberal). Por otra parte, también olvidan que es la máxima institución llamada a resolver conflictos dentro de sus fronteras, en el fondo, no quieren la presencia de éste en todas las materias; a no ser, que ellos como privados fracasen y acudan a algún salvataje de esta desagradable institución, que como ya hemos observado en las últimas décadas, cuando el modelo fracasa, es el Estado quien asume, pero con los recursos de todos. Quienes abrazan este modelo siempre logran esto, culpando al mercado extranjero, los movimientos sociales, a los pobres, los inmigrantes y bueno, ahora a un virus “mala persona”.

Pero tenemos a otros, como algunos izquierdistas, que se fueron sistémicamente  desplazando hacia el centro, abandonando o relativizando, por coyunturas transicionales, sus principios para transformarlos en meras consignas. La izquierda, fundamentalmente transicional e integrante de los gobiernos Concertacionistas, es responsable de haber llevado el ejercicio soberano a la rutinización electoral, y con ello despojando al socialismo de su esencia, como es, la igualdad y/o equidad como uno de los principios supremos y al Estado como piedra angular, para orientar ese valor, entre otros, tan propios de la democracia. Pues esta última (la democracia), solo aparecía cuando se precisaba de un ritual electoral, asomando esta noción de democracia representativa (en esencia liberal), pero no necesariamente participativa, pues las elecciones son para validar a los que realmente saben, el  pueblo precisa ser guiado, por una panoplia de tecnócratas, en medio de una brutal abstención electoral, apegados a la encuesta y no al principio. Así entonces, entramos a lo que denomina Fareed Zacaraia,  una democracia iliberal.

De todos modos, es preciso consignar, independiente de la crítica legitima desde lo político e ideológico, que junto con la articulación de la coalición de gobierno de la Nueva Mayoría y su posterior ejercicio gubernamental, con Programa de Gobierno, como telón de fondo permanente y salvoconducto del ordenamiento político de la misma, instaló un ciclo de reformas políticas (electoral, descentralización y partidaria), que, en parte, podrían entendérseles como un giro, cambio o modificación de la tendencia descrita en un aspecto institucional, a propósito de esta Democracia Iliberal, procurando derivar a una de mayor deliberación, por lo menos en el Congreso y Sistema de Partidos Políticos, situación que permitió en las elecciones del año 2016 (municipales) y del 2017 (presidencial, congresal y regional) una nueva geografía política – electoral (más diversidad en el congreso y más congresistas, y más partidos políticos legítimos y legales, finalmente, con Consejo Regional un poco más diverso). Junto con esperar el mejoramiento de esta institucionalidad ejecutada, más la votación directa del gobernador regional en las próximas elecciones, la democracia… de Iliberal, debiese proyectarse a una participativa, deliberativa y genuinamente territorializada, ya que los niveles de abstención electoral, no variaron y muy probablemente no variarán sustancialmente, hasta que se irradien, valórica-mente, en las mayorías y, en las populares, prioritariamente, el valor por el voto y la democracia como un bien humano del cotidiano y no sólo de procedimiento (nueva repolitización).

Lo anterior  es uno de los  legados de nuestra transición. Ese tránsito político-electoral que se produjo hacia el centro, e inclusive más allá, se justificaría, en primer lugar, para dar pruebas de blancura en la gestión de los recursos económicos, disminuyendo la pobreza y dando señales de crecimiento económico, cuestiones, a la que debe añadírsele, la necesidad de entregar gobernabilidad política al nuevo Régimen Político.

Lo anterior, no permitió dar el salto a la igualdad y la equidad, ni tampoco a la profundización de la democracia y el fortalecimiento de la soberanía popular.  Eso no sucedió, pues poblar esa zona era una sombra que no se quería proyectar al empresariado, sector económico, que en esencia cobijó en su alero a muchos políticos mediante el pago de coimas (SOQUIMICH y PENTA, fundamentalmente, antes MOP-GATE). Por lo mismo, es complejo exigirle a parte del actual sistema político que actúe conforme a los principios que alguna vez abrazaron,  pues varias generaciones, hemos crecido viendo cómo muchos de ellos y ellas se han ido destiñendo o simplemente cambiando de color, que aunque es humano hacerlo, es poco ético y moral indicar que se es una cosa, cuando se hace otra.

Sin embargo, las coyunturas del periodo (clivajes) como es el Estallido Social de octubre del 2019, el que debeló lo que todos sabían, en cuanto las profundas brechas sociales, económicas, políticas, ambientales y territoriales, consolidando un sistema del abuso y la indignidad humana en el país, ahora se refuerzan, con la pandemia Coronavirus/COVID-19, no sólo en la materialidad de las mismas, sino en la necesidad de llevar adelante el proceso constituyente pactado en noviembre del 2019 (postergado para octubre del 2020, a causa de la pandemia), permitiendo así un nuevo escenario, uno de mayor dignidad, transitando de una democracia Iliberal, a otra, más deliberativa, territorializada, humana y solidaria.

(*) Académicos de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, UAHC.