Autoridades, funcionarios/as y académicos/as_La comunidad universitaria recuerda a Jorge Cisternas (1943 – 2018)
Pocas personas conocieron mejor la Academia que Jorge Cisternas, el querido ex funcionario de la Universidad que falleció la semana pasada y que acompañó el crecimiento de la institución desde sus orígenes junto al Cardenal Raúl Silva Henríquez. El recordado portero de Barroso 352 dejó una marca indeleble en una amplia comunidad universitaria que lo recuerda de diferentes maneras.
Maritza Hevia, Administradora del Campus Brasil, una de las personas más cercanas al corpulento hombre del peinado inconfundible, se refiere a él como un “legendario” de la planta, la mano derecha de varios rectores, disciplinado y extraordinario en cualquiera de las funciones que llegó a cumplir en la UAHC. “El partió acá desde el año 1988. Estuvo en los inicios de todo. Lo primero que te llamaba la atención de él era su estilo particular”, dice. “Su contextura robusta y su cabello eran inconfundibles. Era algo que él jamás modificó a través de un uniforme ni nada”, agrega. Quienes lo conocieron aseguran que para él los uniformes y el cabello corto “eran cosa de milicos”.
La autoridad siempre lo vio como un hombre cercano y de confianza para labores como custodiar llaves, diligencias bancarias y otras responsabilidades. Desde contestar el teléfono en la pequeña oficina donde nació la Academia de Humanismo Cristiano, por entonces, en calle Ismael Valdés Vergara, frente al Parque Forestal hasta su breve paso por Condell. Primero con el Cardenal Raúl Silva Henríquez y luego con rectores como Orlando Mella y Cecilia Leiva.
“Hay muchos que ignoran que Jorge era el funcionario más antiguo de la Universidad. Cuando muchos de nosotros ingresamos, ya él estaba de auxiliar en el edificio de Calle Catedral junto al Secretario General, Duncan Livingstone, a quien Jorge con su voz profunda llamaba “Don Dancan”, recuerda el ex rector José Bengoa, para quien Cisternas era sencillamente “un hombre bueno”.
“Muy querido por todos nosotros salvo cuando jugábamos a la pelota y pateaba fuerte”, escribe en su carta de despedida al hombre que “nunca se cortó la chasquilla setentera, que hasta el fin de sus días fue un hombre honesto y consecuente consigo mismo y muy fiel a sus amigos. Sabemos que el olvido es la verdadera muerte y por ello espero que una imagen de Jorge Cisternas se agregue a la galería de quienes han contribuido a la construcción de esta querida institución a la cual él dedico buena parte de su vida”, solicita el profesor de antropología.
El anecdotario interminable
Cisternas vivía en Peñaflor. Su familia explica que cada día se levantaba a las 3.30 de la madrugada para emprender rumbo a sus labores pues odiaba a los tacos y la impuntualidad. Era habitual verlo, pues, barriendo la vereda de Compañía frente a Plaza Brasil antes de las 7 de la mañana, saludando formalmente y compartiendo algún que otro comentario sobre la campaña de Colo Colo con colegas como Juanito San Martín, hincha de la U, recuerda el Vicerrector Académico, Milton Vidal.
El sociólogo dice que en dos oportunidades invitó a Cisternas a dictar una clase a alumnos de primer año de las carreras de psicología y sociología, acerca de la materia que él mejor dominaba: la memoria de la UAHC: “Eso fue el año 1999. Primero aceptó un poco a regañadientes, pero bastaron 5 minutos y se soltó y se largó a conversar. Los estudiantes no sólo lo escucharon con atención, sino que se corrió el rumor y llegaron cabros de otras carreras, la sala estaba llena y con gente sentada en el suelo escuchando las historias fascinantes de Jorge. Algunos colegas, desde la puerta, preguntaban qué pasaba: Jorge estaba dando clases”, rememora Vidal.
El anecdotario de Jorge Cisternas era inagotable: desde las pichangas con Eduardo Frei Ruiz Tagle en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile, su paso como funcionario de La Moneda o cómo custodiaba las reuniones de la incipiente Academia donde se reunían líderes sindicales y políticos en dictadura tomando nota de los autos de la CNI que esperaban afuera de las salas de Catedral para fotografiar a los asistentes.
“Jorge organizaba las salidas a través de las galerías comerciales y calles anexas. Nunca por el frente, para despistar a estos sapos”, agrega Vidal. Varios veían en él a un hombre reservado. Atributo propio de un hombre cargado de responsabilidades clave en tiempos críticos. Sin embargo, escondía debajo de su extravagante chasquilla un mundo interior complejo y solidario.
Reinaldo Sapag, Presidente Ejecutivo de la Corporación Cardenal del Pueblo y uno de los más cercanos colaboradores de Raúl Silva Henríquez en Dictadura junto a Cisternas, valora esta característica pero lamenta esta partida. “Su trabajo silencioso lo llevó a cabo sin dudar ningún instante que estaba cumpliendo una noble misión. Muchas veces le encargué llevar o traer documentos de la casa del Cardenal Silva, presidente de la Academia, y lo hizo con plena conciencia de que se le confiaba una tarea de gran importancia en el Chile de aquel entonces“.
“Jorge fue muy valiente, trabajador, esforzado y de muy buen humor a pesar de las dificultades que se vivían en esa época tan dura y corriendo tantos riesgos. Creo que su fuerza le nacía de la esperanza de ser actor en la noble tarea de recuperar la democracia. Fue un hombre de lealtad a toda prueba, que se ganó con creces el cariño y la admiración de todos los que tuvimos el privilegio de trabajar junto a él. Cuando Don Raúl se refería al Alma de Chile como la que trabajan y llevan las personas colectivamente, creo que se refería a personas como Jorge Cisternas: un constructor leal y eficiente del Alma de Chile”, expresa con solemnidad Sapag.
Cisternas, el puente
Es cierto que no hablaba mucho de su vida personal, reitera Maritza Hevia. Pero bastaba compartir con él para ir descubriendo diversas aristas del trabajador: “Resultó que era un hombre tremendamente preocupado de familia. Tenía 47 años de matrimonio, dos hijos grandes (Jorge Alejandro de 40 y Juan Pablo de 36 años) y 19 hermanos, incluso. Cocinaba además, era quien preparaba el asado, empanadas, pan, humitas y pastel de choclo que de repente compartía con nosotros. Era muy afectuoso y generoso”.
Su familia y amigos concuerdan en que la Universidad era para él una parte muy importante de su vida. “Fue parte de una mística de la Academia. Pienso que una manera de permitir la sobrevivencia de ese legado que Jorge Cisternas representa, exige ir rescatando estas historias permanentemente y a estos funcionarios a quienes cuidar y contar sus historias”, recomienda Maritza.
Otro de esos tótems vivientes en la Academia es don Raúl Espinoza, estafeta de servicios generales con 28 años en la Universidad (quien sigue en antigüedad en la UAHC a Cisternas), que señala que el secreto de la excelencia de Cisternas era su sentido de la responsabilidad. “Es algo que nos quedaba claro a todos los que llegábamos a ser recibidos por él. Conocía todos los movimientos de la Universidad, asuntos de bancos, de orden, administración de las salas y espacios. Algo muy complejo, pero él te lo hacía parecer sencillo y eso te daba confianza para desempeñar un nuevo trabajo”, recuerda sobre su primer encuentro con el gigante Cisternas.
“Por otro lado sabía relacionarse muy bien con el resto de los funcionarios. Era muy ubicado. Nunca “se pasó para la punta” ni fue atrevido con nadie. Lo recuerdo como un muy buen compañero”, señala don Raúl. “¿Qué cosas se pierden con la partida de Jorge?. Pienso que algo de esa esencia original de los tiempos del Cardenal Silva Henríquez en cuanto a una época en que la Universidad era más chica. Todas las instituciones crecen, pero con eso también se crean instancias en las que cada uno se fija en su propio entorno. No es algo malo, es algo que pasa no más, pero la gente va dejando de compartir porque las responsabilidades también crecen. Es simplemente que hay como compartimentos diferentes en la universidad y Jorge Cisternas era como un puente que los conectaba”, señala.