Mala salud mental en estudiantes desde edad preescolar: ¿La nueva pandemia?
Suicidios, baleos y otros actos violentos que han tenido lugar dentro y fuera de las salas de clases han puesto a las escuelas chilenas al nivel de potencias mundiales como EE.UU. Corea, Taiwán o Turquía. Un mérito impopular y preocupante dentro de la permanente búsqueda de Chile por compararse con otras culturas educativas. En tal sentido, nuestro país está en el puesto número uno en cuanto a los países con mayor tasa de enfermedades mentales. Incluso, lidera una cifra negra de niños en edad preescolar con la peor salud mental a nivel mundial. Esto es, niños menores de 6 años de edad que sufren de trastornos como ansiedad, depresión y conductas agresivas.
Por otro lado, durante el 2018, los planteles universitarios de nuestro país sumaron 18 casos de estudiantes que debieron ser internados en hospitales psiquiátricos a raíz de alguna anomalía en su salud mental, mientras que las estadísticas de la Superintendencia de Seguridad Social confirman que, más de un tercio de las licencias médicas extendidas se asocian a trastornos mentales.
Para la psicóloga Daniella Mirone, responsable del área infantojuvenil del Centro de Atención Psicológica de la UAHC, (CAPS) ya se ha vuelto común recibir consultas de que tienen que ver con niños muy pequeños, incluso menores de 6 años. “Se trata de niños y niñas con dificultades para adaptarse en la escuela, con los compañeros o en sociedad. Lo complejo es que esto tiene lugar incluso antes de entrar a la escuela, muchas veces es parte de la preparación para entrar al preescolar”, advierte sobre un fenómeno que tiene tanto de exitista como de neoliberal.
La psicóloga cree que las exigencias propias de “un buen jardín”, “una buena educación” y otras proyecciones sociales comienzan cada vez más temprano para los niños y niñas e influyen en esta pandemia, pero también el hecho de que los padres entregan al espacio escolar otras funciones que la escuela no tenía antes. “Las familias están depositando responsabilidades a la formación preescolar y escolar que eran netamente familiares. Esto está pasando no sólo por la carga de trabajo y cultural de los padres, sino porque el paso al sistema escolar también se está tornando un poco abrupto”, agrega la especialista.
Continúa Mirone: “Una vez insertos en el sistema educativo, pareciera ser que el éxito académico se liga a los contenidos y no a lo más fundamental que podría entenderse como la socialización. Así es como se produce uno de los quiebres más dramáticos de la educación que es entrar a primero básico en el que aprecian dificultades para los niños como adecuarse a horarios o metas como aprender a leer de forma abrupta”. Cree que aunque no se suele diagnosticar depresión a esa edad, sí se identifican trastornos en los vínculos que se fundamentan en el paso de un ambiente familiar como el del hogar a uno extrafamiliar y así, se producen miedos, conductas asociadas a comportamientos violentos, por ejemplo.
Una cadena de horrores
La evidencia científica, hasta ahora es lapidaria, cree Rodrigo Rojas, profesor de la Escuela de Psicología y director del “Programa Habilidades para la Vida” UAHC que realiza acompañamiento a estudiantes de educación básica a nivel personal, familiar y escolar. “La Primera Encuesta Nacional de Salud Mental Universitaria de Chile revela que un 46% de los alumnos tienen síntomas depresivos y muestras de ansiedad y un 54% sufre de estrés”, explica el doctor en Psicología y magíster en Psicología Comunitaria y Gestión educacional. Sobre los detonantes más visibles de estos cuadros se sabe más, pero sobre los menos evidentes, Rojas destaca una política educacional de integración que no suele diferenciar estas manifestaciones y que insiste en potenciar el perfeccionismo y la competencia. Pero que suele olvidar, además a los profesores como parte relevante de esta barrera protectora contra la ansiedad y el estrés.
“Hay que considerar la gran demanda laboral de los profesores en esta problemática. Si ellos trabajan con malestar, esto se asocia al burn out, a las depresiones. Ellos son quienes presentan licencias médicas por enfermedades mentales con una tasa impresionante por la inestabilidad de su oficio, por la situación política que los posterga, por tener que rendir cuentas sin mayor apoyo y ser el resultado de un caldo de cultivo que los desgasta poco a poco”, señala.
Lo que sigue a esta cadena son contextos comunitarios y comunidades escolares vulnerables en la educación pública, un sistema que no cuenta con recursos para hacerse cargo del sistema y la transformación de las salas de clase en un repositorio de problemas donde también caben las expectativas de padres y profesores que, finalmente, los niños se sienten llamados a resolver”, explica Rojas acerca de un proceso que parte a los 4 años, cuando los padres escogen el jardín infantil que más provecho pueda sacar “educativamente” en los niños. “Finalmente los jóvenes salen de la universidad con altos factores de riesgo producto de problemas de salud mental. No debe ser sorprendente que, como antecedente, existan episodios violentos en las escuelas, que aparezcan los suicidios, el consumo de alcohol o droga en la adolescencia o malos resultados académicos”, cree.
Jóvenes, profesores y familias enfermas
A 150 kilómetros de Santiago, en el Centro de Salud Familiar de Puchuncaví, el egresado de psicología UAHC y magister en Educación Emocional, Esteban Muñoz, también asegura estar al tanto de una triste tendencia que permea a niños y jóvenes de este entorno rural. “Lamentablemente estamos en una sociedad que tiene como foco la producción, por lo tanto se ha normalizado que las personas tengan que trabajar mucho para poder mantenerse, generalmente endeudados, para poder tener las ‘cosas necesarias’. Es así como las madres que antes tenían un rol particular que tenía que ver con el cuidado de los hijos y labores domésticas, hoy han tenido que salir al campo laboral, abandonando muchas veces tiempos importantes, necesarios de crianza con los hijos”, dice sobre este aspecto que por un lado es la base de frustraciones mayores y por otro han entregado al padre un rol más activo en los temas de crianza.
La responsabilidad educativa también parece haberse centrado en la competencia y el rendimiento que, muchas veces superan un nivel cognitivo de los niños y niñas, estima. Enumera las nuevas marcas sobre cuántas palabras lee un niño por minuto a los 6 años sin enfocarse en aspectos emocionales o si el niño entiende lo que lee. “Se ha incorporado la creencia de que las ciencias, la aritmética, lo lógico es mejor visto que las artes, el deporte, etc. Generando una devaluación social de lo que son las artes y la actividad física”, agrega Muñoz. Así es como, desde pequeños, estos “estándares de calidad” someten a los niños a situaciones de estrés por lograr un rendimiento desde lo intelectual olvidando lo esencial de un mundo emocional, del juego y el desarrollo social. “Esto, en definitiva, traerá como consecuencia jóvenes y familias enfermas”, señala el psicólogo.
Otro estudio. En la edición del mes de octubre del 2018 de la revista de la Asociación Americana de Psicología se publicaron los resultados de la primera etapa del proyecto Estudiantes Universitarios Internacionales de Salud Mental Mundial de la OMS. De los 13.984 encuestados, un 35% sufría de depresión mayor, manía, hipomanía trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de pánico, trastorno por uso de alcohol y trastorno por uso de sustancias. En ese mismo año en Chile, 13 escolares se quitaron la vida siendo el suicidio catalogado por los especialistas como la segunda causa de muerte en adolescentes del país.
Debajo de la capa de este sufrimiento, los expertos reconocen una estructura en la que los padres fuerzan a sus hijos a buscar el éxito desde temprana edad. Un patrón que se replica en la enseñanza universitaria generando las mismas altas tasas de enfermedades mentales. “Los jóvenes se encuentran en situaciones muy estresantes que no les permiten explorar en lo que de verdad necesitan y quienes desean ser. Este factor está asociado directamente a dónde y cuánto estudias o cuánto gastas en estudiar, como si eso fuera la única posibilidad de tener un lugar en la sociedad de hoy”, reitera la psicóloga Daniella Mirone.
Sobre una eventual respuesta a estos procesos frustrantes que afectan la salud mental, la psicóloga cree que es necesario fortalecer las propias habilidades de niños, jóvenes y adultos, pero sin olvidar nunca el pedir ayuda. Aunque se trate de un tema personal, existen también factores protectores que tienen que ver con poder estar en espacios de contención donde te escuchen y donde puedas hablar. Dependiendo de las situaciones, existen espacios para esto. Claro, no siempre los hay, pero al menos en la universidad hay espacios privilegiados en ese sentido donde se puede acceder a tratamientos por bajo costo”, convoca sobre la oferta del CAPS.
La barrera psicológica de ayuda
Es en esta área de la ayuda sicológica donde se pueden dialogar tensiones y conflictos que van a ocurrir normalmente en cualquier etapa de la vida, advierte la psicóloga del CAPS. Otras de estas zonas de contención se encuentran alrededor del grupo de pares, amigos y familias, si no existen está la escuela o los espacios comunitarios. En un mundo ideal, este tipo de ayuda debería ser una responsabilidad social, no sólo individual, cree.
“Pienso que una persona que siente que algo anda mal no debería esperar estar así para consultar a un especialista. Lo que pasaba antes de que estas tasas de enfermedad mental se dispararan es que las personas tenían más tiempo y espacios en común para los amigos, el grupo de conocidos o la familia más extensa, tal vez. Poder generar esos espacios que prevengan la aparición de dificultades de este orden, permitirían resolverlas de una manera más práctica y a tiempo”, señala esta magíster en Psicología Clínica con mención en psicoanálisis.
El psicólogo del tranquilo balneario de Puchuncaví también cree que la clave es el tiempo de calidad que puedan entregar los padres a los/as pequeños/as estudiantes. “Desde la experiencia terapéutica, creo que la diferencia la marcan los padres que le dedican tiempo a sus hijos. Los que ponen énfasis al esfuerzo, más allá de las calificaciones. Si bien cuesta encontrar en el aquí y el ahora, padres que les pidan esfuerzos, perseverancia a sus hijos, más allá de las notas. Dado que muchas veces estos padres son juzgados por no ser estrictos y pedirles buenas calificaciones. Creo que eso podría marcar la diferencia, dado que eso posibilita que los hijos vayan adquiriendo competencias blandas, que les van a servir de manera integral en la edad adulta. También en el deporte, las artes y otras actividades que ahuyentan las patologías de salud mental”, sentencia Esteban Muñoz.
“Es el amor, el juego y lo vincular, desde mi perspectiva, lo que puede marcar la diferencia para poder disminuir algunas patologías de salud mental, que lamentablemente están de moda por este sistema social que nos aleja de lo esencial”, reflexiona.